martes, abril 11, 2006

EL PAN Y LA COPA



"...el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; / y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: ‘Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.’/ Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.’/ Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga."
1 Corintios 11:23-26


En varios momentos de su ministerio, el Maestro se refirió al pan, aquel alimento esencial del pueblo judío y de la mayoría de los habitantes del planeta, sin cuyo aporte energético no podríamos emprender las duras jornadas de trabajo ni saciar su hambre los pobres de este mundo. Él respondió al tentador "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". La Verdad escrita en las Sagradas Escrituras es pan que alimenta nuestra alma, hambrienta de Dios. Reconoció las necesidades básicas de las multitudes que le seguían y, misericordioso, multiplicó los panes y los peces. Cuando nos enseñó a orar, en el centro de ese modelo puso "el pan nuestro de cada día dádnoslo hoy", porque el Hijo del Hombre nos conoce y respeta nuestra humanidad; somos seres que necesitamos el pan cotidiano, terrenal y Divino. Por eso también se identificó Él mismo como "el Pan de Vida", "el Pan descendido del cielo" para alimentar con Su vida sobrenatural a una humanidad caída, muerta en el pecado y necesitada de resurrección. Sólo si nos alimentamos de Su vida, viviremos. Mas, para poder acoger esa vida, es preciso morir juntamente con él en la cruz del monte Calvario. Y ese es precisamente, el sentido de la Semana Santa: rememorar el camino de Su pasión, entrega, sacrificio, muerte y resurrección, para alcanzar con Él la vida eterna.

Aquella noche, en que se recordaba la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto por cuatro siglos; el Maestro y sus discípulos se encontraban en el cenáculo. El traidor ya había negociado con los sacerdotes, la entrega de Jesús. Él lo sabía y, en medio de la fiesta del cordero pascual, tomó el más humilde de los alimentos humanos, un pan sin levadura; elevó sus ojos al cielo y dio gracias a Dios. Sabía perfectamente que Él mismo era ese pan, que sería triturado en la cruz, ofrecido en sacrificio para la salvación de muchos. Lo partió con sus manos venerables y pronunció las palabras que todos conocemos: "Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí."

Ningún líder de este mundo ha dicho palabras tan conmovedoras; ningún héroe ha hecho un sacrificio más exento de vanagloria; no hay profeta ni santo ni maestro en esta tierra, capaz de proclamar su entrega por el mundo; sólo uno que es verdadero Hombre y verdadero Dios, puede entregar su cuerpo en rescate por la Humanidad. Sólo Jesús puede decir "Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido"

Y la segunda parte de esta frase demuestra cuan clara está en su mente la misión encomendada por el Padre. Él sabe que esa noche se desencadenará el juicio y la sentencia de muerte para él. En realidad el juicio al ser humano sumido y dominado por el pecado, la condenación de Dios para este hombre caído. Jesucristo asumió en su carne –cuerpo y alma- el castigo que nosotros merecíamos. Al decir "haced esto en memoria de mí", sabe que saldrá victorioso del evento de la cruz y de la muerte; sabe que Su Espíritu será libre y entregado en la resurrección para la vida de muchos, todos aquellos que con fe hemos aceptado el don gratuito de la salvación. Sólo si vivimos en la fe y no en la carne, podremos celebrar el partimiento del pan, hacerlo en memoria de Él.

De igual trascendencia es la segunda invitación de esa noche, a beber el vino. Pero el Maestro señala la copa, el contenedor del importante contenido. Qué es la copa sino el medio para transportar el vino a nuestro cuerpo. No podemos beber un líquido si no es dentro de un vaso, tazón, copa o cáliz. El vino es la sangre y es muy importante en un sacrificio. Sin embargo Él mismo nos enseña: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre". La copa rebosante del vino de su sangre, es el Nuevo Pacto. El viejo pacto, que establecía sacrificios de animales para limpiar las conciencias de quienes faltaban a la Ley de Dios, queda a partir de esta Pascua obsoleto y entra en vigencia para las buenas relaciones entre el ser humano y Dios, un Pacto o Alianza Nuevo y eterno. La Nueva Alianza Dios-Hombre contiene la sangre de Jesucristo como sello o timbre de validez. Damos gracias a nuestro Redentor, Salvador, Justificador, por tan perfecta obra.

Una vez más añade la orden: "haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí". Beber el vino en la Santa Cena o Eucaristía es algo más que un acto ritual, es la vivencia y ratificación de nuestra fe en Aquel que selló con Su Sangre el Nuevo Pacto. Recuerde en esta Pascua, al comer el pan y beber el vino, usted se alimentará de Cristo y beberá de la copa del Nuevo Pacto.

Las palabras de San Pablo a los corintios, concluyen "Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" dando a entender que la Cena del Señor es un anuncio permanente, un acto de conversión nuestra y de evangelización para los no creyentes, ya que éstos verán simbolizados en las figuras del pan y el vino, el cuerpo y la muerte expiatoria de Jesucristo. Por otra parte, el acto es enormemente evocador de aquella imagen fuertemente plasmada en nuestras retinas por el arte sagrado cristiano, de Jesús rodeado de sus discípulos la noche en que fue entregado.

No hay comentarios.: