domingo, noviembre 11, 2018

LAS VIRTUDES FUNDAMENTALES.

EL FUNDAMENTO
LECCIÓN 6
 

 
© Pastor Iván Tapia Contardo 

Lectura bíblica: “8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. / 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; / 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. / 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. / 12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. / 13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Corintios 13:8-13) 

Idea central: Propósito de las virtudes fundamentales. 

Objetivos: a) Comprender y valorar el fin de las virtudes teologales de fe, esperanza y amor; b) Conocer y practicar el amor de Jesús; c) Buscar y experimentar el conocimiento experimental de Dios; d) Desarrollar el juicio, sustentado en la capacidad de comprender y perdonar; e) Buscar la visión perfecta de Dios basada en la Gracia; y f) Desarrollar las virtudes teologales para lograr una correcta relación con la Divinidad, el prójimo y sí mismo. 

Resumen: Las virtudes llamadas teologales, de fe, esperanza y caridad, tienen como propósito nuestra perfecta relación con Dios y desarrollarnos en santidad durante la vida cristiana, con miras a la eternidad. Ser como Jesús siempre será la meta de todo discípulo de Jesucristo, cosa que no se logrará si no se experimenta un crecimiento de la fe, la esperanza y el amor.
 

D
ios pone un fundamento en el interior del convertido, un fundamento que implica convicciones, anhelos seguros y sentimientos trascendentes, para que pueda desarrollarse durante toda su vida cristiana, hasta que la muerte lo lleve a la presencia del Padre definitivamente. Este fundamento se ha definido como virtudes fundamentales. También se les llama “teologales” porque le dirigen hacia Dios.  

El pasaje que analizaremos a continuación es muy profundo y esclarecedor acerca de estas virtudes instaladas en el interior del creyente. Tales virtudes, la fe, la esperanza y el amor, permiten una mejor relación con el Señor y conducen hacia la perfección cristiana. Por cierto nunca seremos en esta vida totalmente perfectos, ya que esa perfección y santidad sólo se encuentran en Jesucristo. Hasta el más admirable de los apóstoles tuvo reacciones y sombras humanas de debilidad. Pero las virtudes teologales nos dirigen hacia esa perfección que es nuestra meta: Ser como Jesús. 

¿Hacia dónde nos dirigen las virtudes teologales? 

1.      Hacia el amor perfecto.

“8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.” (1 Corintios 13:8) 

El amor es eterno, jamás terminará, pues es la relación ideal, perfecta y esperada por Dios para toda Su creación. Él mismo es amoroso y se define como un Dios de Amor: “7 Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. / 8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” (1 Juan 4:7,8) 

La restauración de la creación divina es una obra de amor para que ésta se desarrolle en amor. El Amor es el perfecto funcionamiento del universo de Dios. Él se reveló por amor al Hombre en la forma de un Hombre perfecto en amor, llamado Jesucristo, el Hijo de Dios: “16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (San Juan 3:16). 

El propósito de Jesús fue salvarnos de la condenación. El propósito del Espíritu Santo es que seamos transformados a la imagen de Jesús en seres de amor, “5... porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5) El sello del verdadero discípulo de Jesús es el amor: “34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. / 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:34,35) 

Un día ya no se requerirá más de profecías porque estaremos en la eternidad, en un eterno presente. Las profecías son necesarias para darnos esperanza sobre un futuro que vemos como incierto. Un día ya no se necesitará el don de lenguas pues todos, humanos y seres celestiales, hablaremos un mismo idioma, el lenguaje del amor y la comprensión. Tampoco la ciencia será eterna, ya que un día todo será dado a conocer por Dios en los cielos. Sin embargo hay algo que permanecerá para siempre: el Amor de Dios hacia toda criatura, el amor entre los seres de Su creación y nuestro amor al Creador y Salvador. 
 

2.      Hacia el conocimiento perfecto.

“9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; / 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Corintios 13:9,10) 

Lo que hoy sabemos de Dios, el mundo espiritual y aún el mundo natural y hasta sobre nosotros mismos, es un conocimiento incompleto. Lo mismo sucede con la profecía, la que suele ser obscura, utiliza símbolos y un lenguaje que no es del todo claro, motivo por el cual muchas veces puede ser interpretada de distintas formas. Lo que se anuncia en profecía es un vistazo rápido de una realidad futura, pero no es la realidad completa.  

El conocimiento cabal lo tendremos cuando nos enfrentemos a la realidad de los hechos y cuando lleguemos a la eternidad. Podemos decir entonces que cuando las profecías se acaben, cuando ya no exista necesidad alguna de las lenguas y cuando no se requiera de la ciencia porque estaremos enfrentados a la pura verdad, entonces reinará el pleno amor y el pleno conocimiento.  

El verdadero conocimiento, la Verdad pura y completa la conoceremos en la eternidad. Por ahora tenemos que conformarnos con retazos de la realidad, partes incompletas de la Verdad. Ciertamente la Verdad es Cristo y es lo más seguro a que podemos aferrarnos: “6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.  / 7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.” (San Juan 14:6,7) Teniéndolo a Él poseemos la completa seguridad del conocimiento principal: Su Persona. 

Los cristianos en su diversidad de doctrinas e interpretaciones de la Biblia, suelen confundir ese conocimiento teológico con el auténtico y principal conocimiento que es la experiencia de tener a Cristo en el corazón: “9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (San Juan 14:9) 

Cuando lleguemos a la Presencia de Dios nos enteraremos de la verdadera y completa realidad Divina; muchos aspectos de nuestra doctrina serán contrariados y otros aprobados y ampliados a un conocimiento mayor. Pero toda duda, discusión y división tocante a la Verdad, desaparecerá para siempre. Así todos los creyentes, ya no más separados por asuntos de interpretación, seremos uno en Jesucristo.
 

3.      Hacia el juicio perfecto.

“11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” (1 Corintios 13:11) 

Los niños piensan, hablan y juzgan infantilmente, a la medida de su edad. Así también somos los cristianos, dependiendo de la edad espiritual que tengamos; hay bebés y niños espirituales, como también hay jóvenes, adultos y ancianos en la fe. El apóstol en este escrito, en el fondo nos está invitando a dejar la infancia espiritual para acercarnos a una madurez en el hablar, pensar y juzgar. 

El niño espiritual habla muchas cosas de las que sabe poco, a veces habla de más y “19 En las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus labios es prudente.” (Proverbios 10:19) El adulto espiritual es prudente y medido en el hablar, está más dispuesto a escuchar que a opinar: “19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Santiago 1:19) 

El niño espiritual piensa desde su punto de vista de novato en la fe, utilizando los pocos conocimientos bíblicos que tiene además de las escasas experiencias cristianas. A veces cree que aquello que posee es toda la fe, y si es consciente de su carencia en este aspecto, es un cristiano hambriento de saber. Aquí se cae en el error de teologizarse demasiado y desconocer la práctica de la fe, a la que tanto ayuda el buen Discipulado: “22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. / 23 Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. / 24 Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. / 25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” (Santiago 1:22-25) y “7 Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo. / 8 Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, / 9 en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa.  / 10 Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” (2 Timoteo 2:7-10) 

El niño espiritual juzga como lo hace un niño, en base a: a) situaciones concretas, b) con el poco conocimiento que tiene, c) de modo legalista. No ve más allá de la actuación de los demás, no trata de comprender por qué los demás actúan como lo hacen, no ve el contexto y aplica una misma norma a todos, sin comprender las diferencias personales y la diversidad humana. El conocimiento y experiencia personal lo aplica en su juicio de otros y yerra porque es escaso; su conocimiento aún no ha devenido en sabiduría. Juzga en forma rígida, guiado por leyes estrictas que tienden a condenar más que a comprender y perdonar.  

Es imprescindible que aprendamos a juzgar rectamente, guiados por el Amor de Dios y el verdadero conocimiento de Jesucristo.
 

4.      Hacia la visión perfecta.

“12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.” (1 Corintios 13:12) 

Nuestra mirada actual de las cosas, en esta tierra, es como la imagen que tenemos en un espejo, apenas un reflejo de la realidad. El espejo como lo conocemos ahora se inventó en Alemania recién en 1835, por el químico Justus von Liebig, aplicando una delgada capa de plata a un lado de un panel de vidrio. En tiempos de Pablo se utilizaba metal bruñido como el cobre o piedra pulida, como la obsidiana, para reflejar el rostro. Así podemos entender el adverbio “oscuramente”, es decir de un modo poco claro, un poco difuso; es como entendemos las cosas en esta vida, pero en la eternidad veremos todo con completa claridad, directamente, ya no por reflejo. Veremos cara a cara a Dios, a Jesús, a nuestros hermanos en la fe, a nosotros mismos; les veremos y nos veremos sin velo, seremos “revelados” por fin.  

Hoy día mi conocimiento es en parte. Ese día, mi conocimiento será de la totalidad, ya no lo será de ciertas partes solamente. Hoy día no sé cómo soy juzgado por otros en el interior de sus corazones; tal vez me dicen cosas lindas acerca de mí y piensan lo contrario, para no herirme, por envidia o porque en verdad no me conocen. Los corazones de mis amigos, compañeros y familiares son corazones humanos y están cerrados para mi persona, aunque en parte les conozco. Aquel día sabré lo que pensaban de mí verdaderamente y cómo sentían acerca de mi ser. Y eso también les sucederá a ellos en relación a mí y los demás.  

La perfecta visión de Dios, de mi mismo y de todas las cosas no podemos tenerla en este plano. Sólo son chispazos de consciencia. Deberemos esperar a la eternidad para adquirir esa perfecta visión sobrenatural, que es inefable, imposible de explicar y explicarse ahora: “1 Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. / 2 Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. / 3 Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), / 4 que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.” (2 Corintios 12:1-4) 

Si no podemos adquirir en esta realidad una perfecta visión de las cosas de Dios, entonces no podremos pensar, hablar ni juzgar en forma recta totalmente. Por tanto hagamos actuar al Amor y seamos prudentes en cualquier juicio: “8 Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.” (1 Pedro 4:8)
 

5.      Hacia las virtudes perfectas.

“13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Corintios 13:13) 

En esta vida, los cristianos poseemos virtudes dadas por Dios para permanecer en Cristo. Las principales virtudes son las que la teología tradicional ha llamado “virtudes teologales” porque Dios mismo las ha puesto en el ser interior para ordenarlo o dirigirlo a Dios. Estas virtudes teologales son tres: fe, esperanza y amor. 

La fe es “1... la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1). Por medio de la fe el ser humano se vincula a Dios. Será necesaria durante toda la vida del cristiano, hasta que llegue al Cielo donde ya no necesitará más de ella, puesto que verá al Señor y la realidad sobrenatural cara a cara. 

La esperanza es la confianza en la promesa de Dios, que nos asegura en Su Palabra que resucitaremos cuando Jesucristo venga a buscarnos y que nos espera Su gloria por eternidad; es el conocimiento cierto de nuestro futuro victorioso con Cristo: “15 teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.” (Hechos 24:15) y “1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; / 2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.”  (Romanos 5:1,2)  

El amor es el sentir de Dios que viene a habitar en el ser humano cuando le entregamos el corazón: 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4:10) y 5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5). Amamos a Dios hoy y le amaremos mañana y eternamente; asimismo nos ha amado, no ama y amará Dios. El amor es una convicción, no sólo un sentimiento, y permanecerá para siempre, al contrario de la fe y la esperanza.  

En la eternidad, Dios nos cubrirá con Su amor y Su vida sobrenatural: “1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. / 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. / 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. / 4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:1-4) La vida con Dios será de completo disfrute de Su gran amor, por la eternidad. Amén.
 

CONCLUSION.

Las virtudes teologales de fe, esperanza y amor, tienen un derrotero: acercarnos a Dios y Su perfección. Conducen hacia: 1) El amor perfecto o caritas, que es el amor que se da por entero al otro, en sacrificio, el amor de Jesús; 2) El conocimiento perfecto, que no es meramente intelectual sino de experiencia con Dios, al nivel de iluminación y revelación; 3) El juicio perfecto, basado en el conocimiento real y el amor de Gracia, capaz de comprender y perdonar; 4) La visión perfecta, la que sólo dará Dios a una vida entregada a Él y que camina en santidad; y 5) Las virtudes perfectas, fe, esperanza y caridad desarrolladas al máximo para una correcta relación con la Divinidad, el prójimo y sí mismo.