domingo, agosto 30, 2009

USTED SE HA CONVERTIDO A JESUCRISTO.


CONVERTIDOS A JESUCRISTO
I PARTE


Lectura bíblica: San Mateo 11:28-30

Propósitos de la charla: a) Comprender y valorar que, al recibir a Cristo como Señor y Salvador ha tomado la decisión más importante de su vida; b) Comprender la experiencia de la “conversión”.


"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga."
San Mateo 11:28-30

Usted ha escuchado y obedecido el llamado de Dios: "Venid a mi..." Al recibir a Cristo como Señor y Salvador, usted ha tomado la decisión más importante de su vida. Lo primero que usted debe aprender como nuevo cristiano es que se ha convertido a Jesucristo. Convertir es hacer que alguien o algo se transformen en algo distinto de lo que era. Puedo convertir, por ejemplo, un montón de barro sin forma en una hermosa escultura, o un grupo de músicos aficionados en una banda organizada y armónica musicalmente. Cuando nos “convertimos” a Jesucristo, somos transformados de incrédulos en personas de fe, de paganos sin mayor experiencia de Dios en discípulos que comienzan a comportarse de un modo diferente con Él y su prójimo. Otro modo de comprender la “conversión” es recordando ese giro que hacen los soldados, ya sea a la izquierda o a la derecha, a la voz de “¡conversión a la derecha…!” Al igual que ellos, cuando nos convertimos cambia la dirección que llevaba nuestra vida. Quizás antes para usted eran muy importantes algunos asuntos, y ahora eso ha cambiado, pues para usted es más importante seguir el camino de Jesucristo.

A continuación, basados en el texto inicial, definiremos la conversión desde tres puntos de vista:

· Una experiencia integral.
· Una elección de Dios.
· Descanso en Jesucristo.


LA CONVERSIÓN, UNA EXPERIENCIA INTEGRAL.
“1 Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. 3 Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; 4 y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 5 El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. 6 El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. 7 Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. 8 Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.” (Hechos 9:1-9)

Hoy en día muchos jóvenes y la gente en general, buscan experiencias límite y que generan lo que ellos llaman “mucha adrenalina”. Incursionan en deportes extremos, en relaciones peligrosas, en vivencias diferentes, llegando algunos a experimentar en las drogas o en ritos que produzcan estados alterados de conciencia. Nunca antes, ni en las civilizaciones paganas de la Antigüedad ni en los “años locos” del siglo XX, se había generalizado tanto como hoy la búsqueda de la sensualidad, el hedonismo, los placeres del cuerpo, las vivencias fuertes.

A pesar de ello, hay una experiencia sublime, que aún resta al ser humano por experimentar; es una experiencia que toca al cuerpo pero que va más allá de él, y alcanza a lo más profundo de su ser. Es el más excitante salto, el más fuerte contacto, una felicidad permanente, que no requiere de acrobacias, de revoluciones ni de drogas. Me refiero a la conversión a una vida con Dios.

La conversión a Jesucristo es una vivencia intensa, profunda y trascendental en la vida del ser humano. ¡Dichoso el hombre y la mujer que la viven! No es una experiencia meramente “religiosa” ni se trata de hacerse seguidor de cierta organización humana; sino que es un auténtico despertar a la vida sobrenatural, esa que está por sobre todo lo que existe. La conversión cristiana es un encuentro con la Persona de Dios, un encuentro con Jesucristo.

1. Una experiencia física.
La experiencia de la conversión es la vivencia más impactante que un ser humano pueda experimentar, puesto que es una experiencia trascendente. Tiene que ver con su vida eterna. Antes de esta experiencia la persona vivía ignorante de su condición espiritual y de la existencia real de Dios. Quizás podría tener algunos conceptos de “religión” en su mente, pero no vivenciaba esa relación con el Creador y Salvador que tiene después de su conversión.

2. Una experiencia del alma.
Pero no sólo es una vivencia emocional que pudo expresarse en lágrimas, gritos, palabras y sensaciones y acciones corporales intensas. Es también una experiencia mental. Se abre el entendimiento a una nueva comprensión de la vida. Repentinamente comprende que Dios es un Ser real con el cual se puede establecer una conversación y una vida de relación permanente. Entiende por qué y para qué murió Jesús en la cruz, cree que resucitó y comienza a entender la Biblia, cosa que antes era un terreno incomprensible y vedado para la persona.

3. Una experiencia espiritual.
Como el ser humano es trinitario –cuerpo, mente y espíritu- la conversión o nuevo nacimiento es una experiencia integral, de la totalidad del ser. Por ello es eminentemente espiritual. Lo que sucede es que aquel espíritu humano, que estaba seco y sin la vida de Dios, de pronto se ilumina con el Espíritu Santo, es regado con el agua de la Palabra de Dios y lleno de Cristo. Aquella parte más íntima del ser humano es habitada por Dios y el convertido comienza a vivir una vida nueva, guiado por el amor de Dios.

Podemos decir que la conversión es una experiencia real y concreta, no meramente emocional. La conversión a Jesucristo es una experiencia integral del cuerpo, el alma y el espíritu; el inicio de una relación real, profunda y altamente significativa con el Ser más importante del universo: su Creador, Dios Padre; Jesucristo, nuestro Salvador; y nuestro compañero y amigo, el Espíritu Santo. Esta relación se desarrollará crecientemente hasta la eternidad, para que se cumplan las palabras de San Pablo:
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)

LA CONVERSIÓN, UNA ELECCIÓN DE DIOS.
Aceptar el llamado de Dios para tu vida. Hay quienes están en desacuerdo con esta expresión. Alegan que el ser humano no tiene que “aceptar” el llamado de Dios porque no estamos en condiciones de tomar una determinación tan importante y que sólo Dios puede decidir nuestro destino. Dicen que no somos nosotros los que aceptamos al Señor sino, por el contrario, es Él quien nos acepta. Tal vez ambas posiciones tienen algo de razón.

Si bien es cierto Jesucristo dice “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” (San Juan 15:16), puesto que Él escogió a sus discípulos y apóstoles; también es muy cierto que los seres humanos tenemos la libertad o libre albedrío para obedecer o desobedecer a Su llamado. ¡A Dios gracias que hemos optado por el mejor camino, obedeciendo a Su Voz! Por eso el Apóstol se alegra diciendo: “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones, / acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo. / Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección” (Tesalonicenses 1:2-4)

Jesucristo hizo una obra perfecta en la cruz del Calvario. Él entregó su vida por propia decisión, fue el Cordero de Dios que quitó nuestros pecados. Su sacrificio es perfecto y no necesita arreglo o añadido alguno. Cualquier obra que el ser humano haga sólo será una vulgar imitación, un vano intento de mejorar algo que ya está concluido. En la cruz Él entregó su vida y consumó Su obra de salvación. “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu." (San Juan 19:30) Hay perdón para todos nuestros pecados, limpieza de conciencias por la sangre de Jesús, sólo si creemos en Él. Su parte la hizo en la cruz, nuestra parte es creer.

Al aceptar el llamado de Dios para su vida, usted ha tomado la decisión más sabia e inteligente que un hombre o una mujer, niño, joven o anciano, pueda tomar. Pero toda la gloria se la lleva Jesucristo, porque usted nada hizo por su salvación. Y piense, además, que la fe que aplicó para creer, aún esa fe no es suya sino que Dios se la regaló, porque “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Usted pudo activar la fe por medio de escuchar la Palabra de Dios.

¡Qué bueno ha sido Dios al haberme escogido para Su Reino! Doy gracias al Señor Jesucristo que murió por mí, para lavar mis pecados y darme la salvación. Alabo al Espíritu Santo por haberme hecho entender la Palabra de Dios y activar en mí la fe para creerla. Nada de esto es obra mía y hoy sólo dependo de Su amor y misericordia.

Hermanos: estad muy agradecidos de Jesucristo, vuestro Salvador y Señor, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9)

LA CONVERSIÓN, DESCANSO EN JESUCRISTO.
No conozco a alguien que viniera al Señor sin problemas. Siempre nos acercamos a Dios cuando ya hemos probado todos los medios humanos a nuestro alcance, para resolver dificultades. De seguro que la principal causa de acercamiento al Reino de Dios, son los normales sufrimientos humanos: la enfermedad, muerte de un ser querido, crisis matrimonial, dificultades laborales, desorientación y sin sentido de la vida, insatisfacción, traumas, temores espirituales, etc. Por eso Jesucristo, cuando hace su llamado, dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (San Mateo 11:28)

Su llamado es para todos los seres humanos, porque todos sin excepción requieren de descanso para sus almas. Llama a los “trabajados”, aquellos que sufren por un trabajo pesado, que no les recompensa económicamente, que tienen dificultades con sus jefes o con sus compañeros de labor, aquellos que se levantan d madrugada y se acuestan a la caída del sol en el campo, el mar, la industria o la mina. Llama a los cansados, molidos del trabajo, que se ocupan por mucho tiempo y con afán en él. Ellos han pensado como resolver su problema, a veces discuten con sus cónyuges e hijos por la misma razón, sienten que hay injusticia para sus vidas, están en un atolladero para el cual no encuentran salida.

Pero también están esos hombres y mujeres que tienen un buen pasar y los más ricos, que a veces son tan pobres que sólo tienen dinero. Han fracasado en su matrimonio, han perdido sus familias, ya no tienen amigos, pero están rodeados de comodidades y su problema no es el pan, que les sobra. No tienen amor y su mente “trabaja” acusándoles y torturándoles. "Venid a mí todos los que estáis trabajados… yo os haré descansar” les dice el Señor. Echa sobre Mí tu carga parece alentarles a unos y otros. Dice la Palabra de Dios: “Echa sobre Jehová tu carga, y El te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Salmos 55:22)

Jesús, en estas palabras, se refiere a las cargas que todos llevamos. Indudablemente no está hablando de peso físico sino de algo que es peor: el peso de la conciencia o peso de la culpa, el peso emocional de los problemas insolubles para el hombre.

a) El peso de la culpa.
Todos nacemos con una conciencia de bien y mal. Aunque no conozcamos los Diez Mandamientos, sabemos por la conciencia moral que Dios ha puesto en el ser humano, qué está bien y cuando actuamos mal. Esa conciencia es como un juez interior que nos acusa o nos aprueba. Un mal ambiente, una mala educación o costumbres reñidas con la moral de Dios, pueden deformar o acallar esa conciencia. Si hemos actuado mal en la vida, la conciencia nos “pesará”, estará cargada y no nos permitirá tener paz. Jesús, por medio de su sacrificio en la cruz, libera al ser de toda esa culpa y ese peso de conciencia, pues le limpia de todo pecado.

b) El peso emocional.
Ya hemos hablado sobre el tremendo peso emocional de sufrimiento, insatisfacción, frustración, dolor interior, debe cargar aquél que sufre por el pecado que otros han cometido y aún siguen cometiendo sobre ellos. ¿Acaso un mal sueldo, la cesantía, los disturbios familiares, y todo lo que sufrimos por causa de otros, no son pecados de la sociedad que nos afectan? Así vemos que el dolor humano es siempre a consecuencia del pecado o rebelión, ya sea nuestra o de otros. Jesucristo quiere resolver todo aquello y brindarnos un orden en la vida y sanar nuestro corazón, para que seamos felices.

Ambas cargas, las de culpabilidad personal como la emocional, Él ofrece tomarlas y aliviarle en su caminar. Para ello sólo basta una cosa, que usted acepte llevar su yugo sobre usted. “Llevad mi yugo sobre vosotros” (San Mateo 11:29a). Probablemente usted ha visto una yunta de dos bueyes en un paisaje o fotografía de campo, dos animales unidas en sus cabezas con un grueso madero para arrastrar el arado o una carreta. Jesucristo compara Su relación con usted como un yugo, en que Él será su eterno compañero. El yugo de Cristo habla de compañía pero también de sumisión. Es necesario que quien quiera ser feliz en la vida cristiana, se someta en obediencia absoluta a Jesucristo.

En seguida le da la clave para vivir esa relación de camaradería, colaboración y amistad: “y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (San Mateo 11:29b). La mansedumbre y la humildad son los dos elementos que requiere un discípulo de Jesucristo para ser feliz en el camino de Dios.

Las ovejas son un ejemplo de mansedumbre. Nuestro Salvador nos dio ejemplo al tener ese comportamiento en su sacrificio. Dice el Profeta: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Isaías 53:7) Es muy razonable que los cristianos seamos llamados el rebaño del Señor, quien es nuestro Buen Pastor.

El concepto de humildad se entiende muy bien cuando pensamos en ese abono que usamos en los jardines, producto de la descomposición de las hojas y restos vegetales, el humus. La palabra humildad deriva de la misma raíz. Necesitamos humillarnos y dejar que se pudra nuestro yo o ego, para que Dios gobierne nuestra vida. Hay mucho que abandonar en cuanto a vanidad, orgullo y otros pecados. El apóstol Pedro nos aconseja: “Humillados, pues bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte a su debido tiempo” (1 Pedro 5:6)

Esta es la clave para nuestra felicidad y seguimiento de Jesucristo: la obediencia, la sumisión completa a Él, tomar Su yugo sobre nosotros. Si lo ponemos en práctica encontraremos pleno descanso. El Señor nos da una promesa en estas palabras: “… y hallaréis descanso para vuestras almas” (San Mateo 11:29c)

Finalmente, contrario a lo que muchos dicen –que es difícil seguir a Jesucristo, que no es fácil cumplir el Evangelio, que el cristianismo es un martirio, que no cualquiera es discípulo- Jesucristo, el Maestro que nos ha llamado, hace una declaración extraordinaria: “porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." (San Mateo 11:30). Seguir a Jesús no es difícil si le amamos, si estamos agradecidos de lo que Él hizo por nosotros, si confiamos en que Él, el Compañero de yunta, nunca nos abandonará y será siempre el mejor Amigo.

CONCLUSIÓN.
Al aceptar y recibir a Jesucristo como Salvador y Señor, usted se ha convertido a Él. No es que ha cambiado de religión o de iglesia, sino que ha tenido una experiencia integral, de cuerpo, alma y espíritu, que le ha hecho cambiar su modo de pensar, de sentir y de actuar. Ciertamente usted levantó su mano, pasó adelante o hizo una oración de compromiso, pero en verdad fue una elección de Dios. Él le había escogido a usted, desde antes que usted naciera, envió a Su Hijo Jesucristo a morir por usted y le dio la salvación, cuando usted creyó en Su Palabra. Ahora han finalizado sus trabajos y sus cargas dolor, pues ha sido perdonado por Dios y tiene para siempre descanso en Jesucristo. ¡Alabado sea el Señor!


PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1) ¿Qué Palabra de Dios fue la que tocó su vida para la conversión?
2) ¿Quién era Jesucristo para usted, antes de convertirse? ¿Quién es ahora?
3) Memorice el texto bíblico de San Mateo 11:28-30.

BIBLIOGRAFIA
1) “La Santa Biblia”, Casiodoro de Reina, revisión de 1960, Broadman & Holman Publishers, USA.
2) “Diccionario de la Real Academia de la Lengua de España”, en línea, Internet.

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