sábado, septiembre 20, 2008

LAS BIENAVENTURANZAS.

CLAVES PARA LA FELICIDAD
VIII PARTE

Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: San Mateo 5:1-12

Propósitos de la Charla: a) Descubrir cual es la forma de vivir y experimentar la felicidad, según nuestro Maestro, Jesucristo; b) Aplicar las bienaventuranzas a la vida del discípulo; c) Anhelar la recompensa de quien practica las enseñanzas de Jesús.


“1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. / 2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: / 3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. / 4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. / 5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. / 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. / 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. / 8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. / 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. / 10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. / 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (San Mateo 5:1-12)

A veces hay enfermedades raras. Son males del alma, que repercuten en el cuerpo. Y es difícil encontrarles remedio adecuado. Para ello no basta con la ciencia. Se necesita sabiduría. Una vez se enfermó un rey poderoso. Había librado grandes batallas en su vida. Con sus victorias había logrado conquistar imperios y tierras nuevas. Se había vuelto poderoso y rico. Pero se enfermó de gravedad. Por más que se le aplicaron todos los remedios que la ciencia conocía, la salud no volvía a su cuerpo. Evidentemente, estaba enfermo del alma. Mucho se buscó y se consultó para encontrar una solución. Pero nadie daba con ella. Porque todos querían curar el cuerpo. Solamente un viejo sabio se dio cuenta de lo que pasaba y ordenó buscar un remedio muy extraño: la camisa transpirada de un hombre feliz. Imagínense la extrañeza de semejante diagnóstico. La cuestión fue que, debido a la gravedad del caso, se aceptó probar también la receta. Y se salió por todo el reino en búsqueda de hombres felices a quienes se les pudiera pedir prestada su transpirada camisa.

Fueron a ver a los generales del ejército victorioso. Pero lamentablemente no eran felices. Se recurrió a los eclesiásticos, pero estos no habían transpirado sus camisas. Lo mismo pasaba con los banqueros, los terratenientes, los filósofos y cuantos personajes linajudos o célebres había en todo el territorio. Se recorrieron ciudades y poblados por orden de importancia y en ninguna parte se logró encontrar esta rara coincidencia de hombres felices con su camisa transpirada. Luego de una larga e infructuosa búsqueda, los emisarios regresaron al palacio tristes y confundidos.

Cuando quiso la casualidad que, al pasar frente al taller de un herrero, sintieron que desde adentro una voz cantaba llena de alegría: - Yo soy un hombre feliz, hoy me he ganado mi pan, con sudor y con trabajo, con cariño y con afán. Los buscadores del extraño remedio exultaron de alegría, agradeciendo a su buena suerte el haber finalmente logrado tener éxito. Entraron precipitadamente al pobre tallercito de aquel herrero dispuestos a arrebatarle su transpirada camisa. Pero resulta que el hombre feliz era tan pobre, que no tenía camisa.

Cuando se lo contaron al Rey, este se dio cuenta de cuál era su mal, y ordenó que se distribuyeran sus enormes riquezas entre los pobres del reino, para que todos tuvieran al menos una camisa. Dicen que desde entonces se sintió mucho mejor...

Los seres humanos somos como ese rey que busca la fórmula para ser feliz. ¿Cuál es la clave para la felicidad en esta tierra ahora y en el futuro, es decir eternamente? Hay quienes dicen “el dinero no hace la felicidad… pero es necesario” y viven buscando el dinero para hallar la felicidad. Otros viven para el amor de pareja, son unos románticos o sensuales empedernidos; su felicidad máxima es poder enamorarse o tener relaciones con una pareja. Para otros la felicidad está en la familia; “la familia es lo más importante” dicen, ¡no hay como la vida familiar! Algunos caminan tras ideales políticos, religiosos o filosóficos y allí intentan encontrar la felicidad. Pero todo ello es pasajero, nos encontramos con la muerte, el fracaso, el abandono, la enfermedad, etc. y hasta allí llegó nuestra felicidad. Algo más sólido y permanente requerimos para encontrar la felicidad eterna.

En las lecciones anteriores hemos desentrañado algunas claves que la Sagrada Escritura nos ofrece para encontrar la verdadera felicidad. Hemos visto que necesitamos la Sabiduría de temer a Dios y guardar Sus mandamientos; llevar en nosotros la Esperanza de la manifestación futura de los hijos de Dios; tener una relación con el Padre a través de la Justicia establecida por Él en la fe en Jesucristo; asirnos de la Verdad que es Cristo, la Roca; poseer la Revelación de nuestro destino como discípulos Suyos; poseer la absoluta convicción de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida; vivir en Victoria. Pero hay algo más que debemos hacer y es lo que Jesús ordena muy poéticamente al inicio del llamado Sermón del Monte: practicar las Bienaventuranzas. Si somos capaces de vivir conforme a estos preceptos dados por el Maestro, recibiremos la recompensa del reino milenario. A los que vivan como Jesús, el Padre les promete lo mismo que dio a Jesús. Si somos fieles reinaremos con Él.

Bienaventuranza es dicha, felicidad. Jesucristo explica en estos versículos el verdadero camino para ser feliz. Parece un camino contradictorio, pero es perfectamente coherente con la Buena Nueva, que nos llama a amar al prójimo como a uno mismo "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo" (San Lucas 10:27) y nos recuerda que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos 20:35)

En este Sermón, Jesucristo responde únicamente a la pregunta "¿Quiénes son los salvos?" o "¿cuáles son las marcas y evidencias de una obra de gracia en el alma?" ¿Quién más conoce mejor a los salvos que el Salvador? El Pastor es quien discierne mejor a sus propias ovejas y el único que conoce infaliblemente a los que son Suyos, es el propio Señor. Podemos considerar las marcas de los bienaventurados dadas aquí, como testimonios ciertos de la Verdad, pues son dadas por Aquél que no puede errar, que no puede engañarse y que, como su Redentor, conoce a los Suyos. Este mensaje es un llamado de atención a vivir como “bienaventurados” como “los felices del Reino”.

Cuando consideramos las bienaventuranzas en el contexto del ministerio de Jesús nos damos cuenta que son promesas genuinas, promesas centrales en el ministerio y mensaje del Señor. A diferencia de los reyes medievales que entraban en los poblados tirando monedas a los pobres, o como los políticos modernos que vienen con cientos de promesas; Jesús prometió recompensas de duración eterna. A diferencia de los reyes o los políticos que no conocen la vida de los sufrientes, Jesús supo lo que la vida era a este lado del cielo. Vino a vivir como un pobre y como un desvalido.

La palabra griega “bienaventurados” describe a uno que es afortunado, feliz o digno de ser felicitado. Este pasaje conocido como el Sermón del Monte o las Bienaventuranzas, consiste en una serie de paradojas. Una paradoja es una declaración en apariencia verdadera que conlleva a una auto-contradicción lógica o a una situación que contradice el sentido común. En palabras simples, una paradoja es lo opuesto a lo que uno considera cierto. En cada caso Jesús dice que los que el mundo considera infelices o desafortunados, en realidad son los bienaventurados, porque les espera una recompensa o galardón de Dios. Para el mundo un pobre es un infeliz; un afligido no puede estar contento; el manso no tendrá éxito, ya que para progresar hay que ser agresivo; el que sufre injusticia es un amargado; no se puede ser misericordioso en una sociedad tan difícil de llevar, donde no se sabe quien va a atacar o aprovecharse de uno; ni se puede ser tan bien pensado y puro, a riesgo de pasar por tonto; la paz es un ideal pasado de moda; y la persecución se sufre cuando se va contra la corriente. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo una paradoja o contradicción en estos tiempos. Por eso a veces aún los cristianos se adaptan a este mundo y sus falsos valores, confundiendo vida cristiana con beneficios materiales y éxito mundano.

Jesús describe las características de aquellos que heredarán el reino de los cielos porque responden al Evangelio con fe. La fe genuina se hace evidente por las características que Jesús menciona en el Sermón del Monte. Jesús describe a los que responden al Evangelio, y no a cualquier individuo que pudiera parecer buena persona. La idea central del texto que revisamos este día está en la frase “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” la que podemos parafrasear como:

Si ustedes practican estos valores serán felices y en el futuro recibirán un premio por su conducta.

Esta es una enseñanza para discípulos.
“1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.”
Vio el Maestro a la multitud que le seguía, entonces subió al monte y le siguieron sus discípulos. Un líder es alguien que es admirado y seguido por otros que ven en él o ella algo que satisface sus necesidades. Jesús satisfacía esa necesidad de Verdad que tantos israelitas tenían, una palabra menos castigadora, más misericordiosa y, por sobre todo, dicha con autoridad, vivida por quien la enseñaba. Este Maestro tenía algunos –se cuentan más de 70- que estaban más cercanos y habían escogido seguirle muy de cerca, como su mentor, eran sus “discípulos”. Nosotros nos hacemos llamar “discípulos de Jesucristo” porque también hemos escogido renunciar a todo y seguirlo a Él.

Los principios del Discipulado cristiano, enseñados por el Maestro, son: 1.- El discípulo llegará a ser como su maestro. 2.- El discípulo carga la cruz y sigue a Cristo. 3.- El discípulo renuncia al mundo. 4.- El discípulo es fiel a su enseñanza. 5.- El discípulo ama a sus hermanos hasta la muerte. 6.- El discípulo se sujeta a Cristo y la Iglesia.

Este mensaje o enseñanza no es para el mundo; el Sermón del Monte está dirigido a personas creyentes, es decir quienes ya son salvos y han atravesado la puerta del reino, convertidos o nacidos de nuevo. Por lo tanto el cumplimiento o incumplimiento de esta enseñanza de Jesús no nos hace ganar ni perder la salvación eterna. Mas sí su incumplimiento podrá ser ocasión de reprobación y castigo para el creyente durante mil años. Es necesario que tomemos conciencia de la importancia y gravedad de estas exigencias del reino. Ser discípulos de Jesucristo es algo más que creer en el Evangelio y reconocerlo como nuestro Salvador; es practicar sus mandamientos, vivir conforme a Sus ordenanzas, que el sea nuestro Señor y Maestro, y las bienaventuranzas se hagan carne en nosotros. “¿Y por qué me llamáis: ``Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (San Lucas 6:46)

Sólo el Maestro puede transmitir Su enseñanza.
“2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo”
El que enseña abre su boca y todos están pendientes de sus palabras; sienten que esa enseñanza es pura sabiduría, que alimenta sus almas. Cuando un predicador sube al púlpito, la asamblea no ve al hombre sino que abre sus ojos y oídos a Otro que hablará a través de él: el Maestro, Jesucristo. En el monte están los discípulos de Jesús dispuestos a escuchar no a un hombre sino a Dios.

Jesucristo es nuestro Maestro, Su enseñanza viene del Padre, es Su Evangelio. Nosotros somos tan sólo transmisores de esa bendita enseñanza. Podemos ser ministros o tutores, pero sólo Él es el Maestro. ¿Cuál es Su enseñanza con respecto a la actitud del discípulo? ¿Cuáles son los valores que debemos poner en práctica para ser felices? ¿Qué obras nuestras nos harán merecedores de un galardón en el reino venidero? Es lo que veremos a continuación.

1. El valor de la pobreza de espíritu.
“3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
¿Qué significa los pobres en espíritu? La frase “en espíritu” modifica a “pobres”, que normalmente se refiere a los que no tienen posesiones materiales ni para las necesidades de la vida. Aquí los pobres, lo que no tienen es el egoísmo y la arrogancia de los fariseos que creían que sus esfuerzos y méritos les habían concedido una posición especial delante de Dios.

El reino de los cielos pertenecerá a los que son pobres, no materialmente sino en espíritu, esto es: humildes, sencillos, sumisos, obedientes al Padre. Quien ha creído en Jesucristo como Salvador y Señor, ha aceptado el don de Dios y por tanto ha sido “pobre en espíritu”.

La palabra pobre parece representar un hombre encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. El “pobre” para Jesús no es aquél que no tiene cosas, sino más bien aquél que no tiene su corazón puesto en las cosas.

Los pobres de espíritu que Jesucristo llama bienaventurados son los que tienen el corazón desasido de las riquezas, hacen buen uso de ellas si las poseen, no las buscan con solicitud si no las tienen, y sufren con resignación su pérdida si se las quitan. El discípulo de Jesucristo debe ser pobre, pero en espíritu.

2. El valor de la aflicción.
“4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
A los cristianos auténticos les tocará vivir muchas penas, angustias, sufrimientos, desilusiones, injusticias, heridas, etc. porque han escogido el camino estrecho, la senda angosta. “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; / porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). El mundo no entiende por qué alguien puede escoger el camino de la renuncia, la senda del Discipulado, y eso es fuente de dolor para nosotros. La carne tampoco se agrada con nuestra opción y reclama los placeres y las satisfacciones propias del materialismo y el hedonismo; muchas veces el cristiano sentirá frustración en su carne, por tener que renunciar a cosas que le son de gran placer. El diablo también reclama y ataca constantemente, buscando nuestra debilidad; en esta “guerra” las tinieblas no descansan tratando de desanimarnos. Pero el Señor nos dice: Bienaventurado eres porque hoy día lloras, pero en el futuro, en mi reino, recibirás consolación.

Los “que lloran” se oponen a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo (San Lucas 6:25). Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas: el tremendo poder del mal por todo el mundo. A tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial, “la consolación de Israel” (San Lucas 2:25) predicha por los profetas, y especialmente por el Libro de la Consolación de Isaías (Isaías 11:66). Incluso los judíos tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, El Consolador. Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento, son un elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y resistencia

Hay tres pasos en esto de aprender a llevar el dolor: 1) Súfrelo con paciencia; 2) Luego trata de llevarlo “con agrado”; y 3) Ofrécelo a Dios por amor. Los que lloran y no obstante se llaman bienaventurados, son los qué sufren con resignación las tribu­laciones, los que se afligen por los pecados cometidos, por los males y escándalos del mundo, por verse lejos del cielo y por el peligro de perderlo. Recuerda: el discípulo de Jesucristo acepta la aflicción.

3. El valor de la mansedumbre.
“5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”
La mansedumbre es la virtud que consiste en ser alguien manso, de condición benigna y suave. Se dice que un animal es manso cuando no es bravo. También se habla de una cosa “mansa” cuando es apacible, sosegada, tranquila: aire manso, corriente mansa. Lo contrario de una persona que practica la mansedumbre, es alguien inquieto, airado, irascible.

La mansedumbre es uno de los nueve frutos del Espíritu Santo en el cristiano (Gálatas 5:23); es parte del vestuario espiritual del cristiano: “Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia” (Colosenses 3:12). La recomienda Dios desde los tiempos antiguos: “Buscad á Jehová todos los humildes de la tierra, que pusisteis en obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre: quizás seréis guardados en el día del enojo de Jehová.” (Sofonías 2:3). Es recomendable para nuestra alma: “recibid con mansedumbre la palabra ingerida, la cual puede hacer salvas vuestras almas.” (Santiago 1:21)

Dominar la inquietud de ánimo, controlar la ira, el enojo, templarnos en el control de las emociones, es muy necesario para desarrollar mansedumbre. ¿Quiénes tendrán la herencia de la tierra finalmente? Serán los apacibles, sosegados y tranquilos, aquellos de ánimo manso que han sabido controlar su temperamento, dueños de sí mismos y no arrebatados, insolentes e iracundos. El milenio traerá como recompensa a los mansos la posesión de la tierra, es su herencia.

Puesto que la pobreza es un estado de humilde sumisión, el “pobre de espíritu” está próximo al “manso”, sujeto de esta bienaventuranza. Los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el hombre, heredarán la tierra y poseerán su herencia en paz. Esta es una frase tomada de los Salmos: “Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37:11), donde se refiere a la Tierra Prometida de Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto un símbolo del Reino de los Cielos.

No es fácil entender como Cristo te pide que seas manso, cuando el mundo es violento, cuando para los hombres, el importante es el más fuerte, el más poderoso. Ser manso significa ser bondadoso, tranquilo, paciente y humilde.

Mansos son los que tratan al prójimo con dulzura y sufren con paciencia sus defectos y agravios sin quejas, resentimientos ni venganzas. El discípulo de Jesucristo es manso.

4. El valor de la justicia.
“6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
La tierra clama por justicia, el planeta ha sido mal tratado por el hombre; la Humanidad clama por justicia, el rico ha explotado al pobre, el fuerte ha humillado al débil; la Iglesia clama justicia pues ha sido escarnecida y perseguida; las almas de los hombres claman justicia porque han estado subyugadas por el imperio de las tinieblas a través de tantas edades. Cristo vino a la tierra a traer la justicia Divina, reconcilió por medio de su sangre al hombre con Dios, mas esa justicia se hará completamente evidente en el reino venidero. El milenio será una era de juicio en que cada hijo de Dios recibirá lo que le corresponda, conforme a sus obras. La justicia y quienes la han buscado honestamente serán saciados por completo.

La principal justicia es aquella que tiene que ver con la aceptación del gobierno o reino de Dios. Quienes no aceptaron el Evangelio no podrán recibir justicia en otras áreas, ya que rechazaron al Justo Jesucristo, pero los que sí le recibieron como su Señor y Salvador, recibirán la salvación completa de sus almas en la eternidad. Al término del milenio se dará el Juicio Final en el que los incrédulos serán juzgados conforme a sus obras. Antes del milenio, cuando los cristianos sean resucitados y otros arrebatados a la Presencia del Señor, todos compareceremos al Tribunal de Cristo y seremos juzgados conforme a nuestras obras, para recompensa o reprobación, como lo comprueban los siguientes textos: “Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.” (1 Corintios 3:8); “Antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado á otros, yo mismo venga á ser reprobado.” (1 Corintios 9:27)

Los otros, sin embargo, piden una conducta más activa. Lo primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.

Cristo no te dice: busca que se te haga justicia, véngate, desquítate, sino que te dice: ¡alégrate, que ya Dios será justo en premiarte en el cielo por lo que has pasado aquí en la tierra! Tienen hambre y sed de justicia los que ardientemente desean crecer de continuo en la divina gracia y en el ejercicio de las buenas obras. El discípulo de Jesucristo es justo y espera confiadamente la Justicia Divina.

5. El valor de la misericordia.
“7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.”
A partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. / Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; / estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (San Mateo 25:34-36). Por medio de éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino mesiánico, en esta vida y en el juicio final. La maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del Maestro divino.

Entre otras cosas, ser misericordioso significa también perdonar a los demás, aunque sea “grande” lo que te hayan hecho, aunque te haya dolido tanto, aunque tengas ganas de odiarlos en vez de perdonarlos. Misericordiosos son los que aman en Dios y por amor de. Dios a su prójimo, se compadecen de sus miserias así espirituales como corporales y procuran aliviarlas según su fuerza y estado. El discípulo de Jesucristo debe ser misericordioso.

6. El valor de la pureza.
“8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
Según la terminología bíblica, la “limpieza de corazón” no puede encontrarse exclusivamente en la castidad interior, ni siquiera, como muchos eruditos proponen, en una pureza general de conciencia, como opuesta a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Frecuentemente en la Biblia (Génesis 20:5; Job 33:3; Salmo 24:4; Salmo 73:1; 1 Timoteo 1:5; 2 Timoteo 2:22) el “corazón puro” es la simple y sincera buena intención, el “ojo sano” (San Mateo 6:22). Este “ojo sano” o “corazón puro” es más que todo lo precisado en las obras de misericordia (v.7) y celo (v.9) en beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de Dios, consistirá en la “visión sobrenatural” del propio Dios, la última meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.

Limpios de corazón son los que no tienen ningún afecto al pecado, viven apartados de él y principalmente evitan todo género de impureza. El discípulo de Jesucristo es puro y contempla la gloria venidera.

7. El valor de la paz.
“9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los “pacíficos” son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el Hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas. Es por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre” como la llama Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos” (San Mateo 5:45).

Pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y consigo mismos y procuran poner en paz a los enemistados. El discípulo de Jesucristo es pacífico, es persona de paz.

8. El valor de la consecuencia.
“10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. / 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. / 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”
Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les retribuya con ingratitud e incluso “persecución”, no será sino una nueva bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.
Así, mediante una inclusión, no infrecuente en la poesía bíblica, la última bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el reino mesiánico, aquí y en el futuro. Y, visto lo que los versículos intermedios parecen expresar, en imágenes parciales de una bienaventuranza sin fin, la misma posesión de la salvación mesiánica.

Las ocho condiciones requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula y tuétano de la perfección cristiana. Por su profundidad y amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana, el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por su belleza y estructura poética.

Padecen persecución a causa de la justicia los que sufren con paciencia las burlas, improperios y persecuciones por la fe y ley de Jesucristo. Quien vive las siete primeras bienaventuranzas, resultando en persecución, es un discípulo de Jesucristo, un verdadero cristiano, alguien consecuente con su fe. Una persona consecuente es aquella cuya conducta guarda correspondencia lógica con los principios que profesa. Indefectiblemente el verdadero discípulo de Jesucristo padecerá persecución por Cristo.

CONCLUSIÓN.
La verdadera felicidad está en ser pobre de espíritu, en saber sufrir, en saber ser manso de corazón, en tener hambre y sed de la justicia; en ser misericordioso, en tener un corazón limpio, en trabajar por la paz, en estar dispuesto a ser perseguido y a sufrir por causa de la justicia. El estar también dispuesto a recibir todo tipo de insultos, persecuciones y calumnias por causa de Jesucristo. Allí está el verdadero camino de la felicidad.

Por lo tanto, hoy día nos vamos a comprometer con el Señor a alcanzar la recompensa que Él ha prometido para los “bienaventurados”. Para ello:
1.- Haremos todo lo posible para pensar, sentir y actuar como “pobres de espíritu”.
2.- Ante el sufrimiento no nos quejaremos de Dios, de nosotros ni del prójimo, sino que vamos a aceptarlo como el plan de Dios para tratar y disciplinar nuestras vidas, como discípulos de Jesucristo.
3,- Aprenderemos a ser “mansos” en todos los ámbitos, tanto eclesiales como seculares, a semejanza de Jesús, el Cordero de Dios.
4.- Nos esforzaremos en ser justos con el prójimo y nos relacionaremos con Dios por medio de la justicia de la fe para salvación y de las obras para recompensa.
5.- Nos comprometemos a ser misericordiosos, samaritanos del prójimo en dificultad, del hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado.
6.- Tendremos un corazón limpio, una mirada limpia, una mente limpia, una conciencia limpia por la sangre de Jesús.
7.- Trabajaremos siempre por la paz, en contra de la discordia, la división, y todo aquello que aleje a las personas de Dios.
8.- Nos disponemos a ser perseguidos y a sufrir por causa de Cristo.

PARA REFLEXIONAR:
1) ¿Por qué nos propuso Jesucristo las Bienaventuranzas?
2) ¿Quiénes son los que el mundo llama bienaventurados?
3) ¿Quiénes son los pobres de espíritu que Jesucristo llama bienaventurados?
4) ¿Quiénes son los mansos?
5) ¿Quiénes son los que lloran y no obstante se llaman bienaventurados?
6) ¿Quiénes son los que tienen hambre y sed de justicia?
7) ¿Quiénes son los misericordiosos?
8) ¿Quiénes son los limpios de corazón?
9) ¿Quiénes son los pacíficos?
10) ¿Quiénes san los que padecen persecución a causa de la justicia?
11) ¿Qué significan los diversos premios que promete Jesucristo en las Bienaventuranzas?
12) ¿Reciben ya alguna recompensa en esta vida los que siguen las Bienaventuranzas?
13) ¿Pueden llamarse felices los que siguen las máximas del mundo?

BIBLIOGRAFÍA.
1. “La Camisa del Hombre Feliz.”
2. Pastor Iván Tapia; “El Discipulado I”; Lección Nº1.
3. Monseñor José Antonio Eguren Anselmo; “Las Bienaventuranzas son el programa de vida del cristiano”; Homilía del Domingo, 30 de enero de 2005.
4. Carlos Camarena; “Los ‘felices’ de acuerdo a Jesús,” 2ª parte.
5. Charles Haddon Spurgeon “El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano”; Las Bienaventuranzas; Sermón Nº 3155; Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres, 1873; publicado el Jueves 29 de Julio, 1909.
6. http://www.laverdadcatolica.org/F33.htm
7. http://ec.aciprensa.com/b/bienaventuranzas.htm

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