domingo, diciembre 04, 2016

EL ESPÍRITU DE PODER.



NEUMATOLOGÍA
LECCIÓN 4

 Pastor Iván Tapia Contardo 

Lectura bíblica: “8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8) 

Idea central: El Espíritu Santo da a la Iglesia el poder para evangelizar. 

Objetivos: a) Comprender y valorar el “poder” que nos otorga el Espíritu Santo; b) Acudir al poder sobrenatural del Espíritu en todo lo que hagamos en Cristo; c) Comprender que nos es transmitido el poder de la Tercera Persona de la Trinidad; d) Comprender, agradecer y vivir el poder del Espíritu en el cumplimiento de la gran comisión; e) Avanzar con la predicación del Evangelio en el territorio dado por Dios; y f) Testificar de Jesucristo con el poder dado por el Espíritu Santo. 

Resumen: El Espíritu Santo es el gran poder que Dios ha dado a la Iglesia para avanzar en el territorio con el mensaje del Evangelio. La presente enseñanza, a partir de dos textos del libro de los Hechos, da a conocer que este “poder” es sobrenatural, emanado de una Persona, para cumplir una misión, avanzar en el territorio y para testificar.  

E

n el Antiguo Testamento, Dios hizo una promesa a Su pueblo, la cual consistió en que llegaría un día en que haría un nuevo pacto o alianza con ellos. Este pacto sería con los reinos del norte y del sur. No sería como el pacto que hizo a través de Moisés, una alianza basada en mandamientos que había que cumplir. El nuevo pacto consistiría en la instalación de Su voluntad en las mentes y corazones de Sus hijos. Así llegarían a ser verdadero pueblo de Dios. Podemos decir que la gran diferencia entre el Antiguo y Nuevo Pacto es que el primero obra externamente, se trata de cumplir leyes con pena de condenación si no las obedece; en cambio el segundo es interno, Dios pone Su ley en el corazón del hombre para que la cumpla: “31 He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. / 32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. / 33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” (Jeremías 31:31-33 

Se amplía la visión de este futuro pacto o Nuevo Pacto, cuando Dios promete cambiar el corazón del hombre y, además, poner su propio Espíritu Santo dentro de él para que pueda caminar en Su voluntad. La única forma en que el ser humano puede cumplir la Ley de Dios es que su corazón sea cambiado, es decir sus motivaciones. Obviamente esto implica una disposición dentro de él y un verdadero arrepentimiento o cambio de actitud: “26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. / 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.” (Ezequiel 36:26,27) 

Otro profeta anunció que el Señor derramaría Su Espíritu Santo sobre toda criatura. Podemos decir que el Espíritu de Dios en cierto modo está sobre la cabeza de cada ser humano, presto a entrar, pero no todos quieren recibirle. Esta Palabra habla de un acontecimiento extraordinario que ocurriría en Pentecostés, luego que el Señor Jesucristo fuera resucitado y ascendido a los cielos. El derramamiento del Espíritu Santo es una experiencia que se ha vivido a través de toda la historia de la Iglesia: “28 Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. / 29 Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.” (Joel 2:28:29) 

La promesa del Padre es confirmada y realizada en el Nuevo Testamento. Al celebrar la última cena de Pascua con Sus discípulos, el Señor instituyó un sacramento para Su Iglesia, la Santa Cena, en la que afirmó que el vino de esa mesa representaba Su sangre, la que derramaría para perdón de los pecados. Se refirió a la sangre como “sangre del nuevo pacto”: “26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.  / 27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;  / 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.  / 29 Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” (San Mateo 26:26-29) 

Esa misma noche les habló en varias oportunidades acerca del Espíritu que habrían de recibir:

“16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: / 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (San Juan 14:16,17) 

“26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (San Juan 14:26) 

“7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (San Juan 16:7) 

“13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (San Juan 16:13) 

Pero no sólo el Evangelio habla de esta promesa, también en Su ministerio como Cristo Resucitado, les ordenó a los apóstoles que se quedaran en Jerusalén, la ciudad donde Él había sido crucificado, muerto y resucitado. Deberían esperar lo que llamó “la promesa del Padre”, tal como Él les había hablado. Era muy importante para los apóstoles, discípulos y futuros creyentes, que ellos esperaran la venida del Espíritu Santo, antes de iniciar cualquier acción: “4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.” (Hechos 1:4) 

¿Por qué era tan importante la “promesa del Padre”? Hemos visto que el Espíritu Santo hace posible el arrepentimiento, por tanto la salvación, además ser hechos miembros del Cuerpo de Cristo. A estas consecuencias u obras del Espíritu Santo, se agrega un poder especial que confiere el Espíritu de Dios a los que creen en Jesucristo. 

¿En qué consiste el poder de Dios? 

  1. Es un poder sobrenatural.
“8 pero recibiréis poder...” 

Jesucristo, antes de subir a los cielos, y ya habiendo resucitado, le prometió a Sus discípulos que recibirían poder. Se trata de una capacidad especial, sobrenatural, distinta a todas las capacidades naturales que toda persona tiene. Esas capacidades naturales las llamamos talentos; hay quienes tienen talento para el arte, otros para la administración, otros son deportistas desde niños, otros para determinadas labores domésticas, en fin son innumerables los talentos humanos. Estos también son dones de Dios, son dados por el Creador y los traemos al nacer; tenemos ya cierta predisposición a determinada actividad. No hay que menospreciar los talentos, por el contrario dar gracias a Dios por ellos y honrarlos; no son inútiles y Dios nos los ha dado para servir a nuestros prójimos y para realizarnos como personas. 

Pero Jesús les estaba hablando a ellos de una capacidad sobrenatural que sería añadida a sus vidas, la que recibirían cuando fuese derramado sobre ellos el Espíritu Santo. Esta es la Tercera Persona de la Trinidad. No hay un completo conocimiento de Dios si desconocemos el Espíritu de Dios, como no hay un completo conocimiento de Dios si no conocemos a Jesucristo, el Hijo. Es necesario que los seres humanos tengamos un encuentro con Jesucristo, quien nos conduce al Padre y a la vez, por Su intercesión, recibimos el Espíritu Santo. Conocer a Dios es conocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, entendiendo que los tres son Persona y que los tres son un solo Dios. Al recibir el Espíritu Santo adquirimos un poder de lo alto, el poder del cielo, el poder de Dios. 

  1. Es el poder de una Persona.
“8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo...” 

¿Para qué nos da Dios este poder? Pensemos que más que un poder es una Persona; recibimos la misma Persona de Su Espíritu en nuestro interior, como lo prometió Jesús a Tadeo: “22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? / 23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” (San Juan 14:22,23) ¿Qué prefiere usted: recibir en su casa el poder de un ser extraordinario o que venga a vivir con usted ese ser extraordinario? Indudable que es mejor que el mismo Espíritu de Dios habite en nosotros con todos Sus poderes, a que sólo recibamos Su poder. Todos querrán tener al Espíritu consigo, disfrutar de Su amor, Su sabiduría y todos Sus poderes.  

  1. Es el poder para cumplir una misión.
“8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...” 

Era necesario que viniese el Espíritu Santo con Su poder para que los once apóstoles y el centenar de discípulos, pudieran recién comenzar su misión evangelizadora. Si bien es cierto la acción del Espíritu Santo es muy amplia y diversa, en este versículo se destaca la capacidad que el Espíritu les dio para el cumplimiento de la gran comisión: “19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; / 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (San Mateo 28:19,20) Esta misión, que es para toda la Iglesia, no es posible realizarla solo con talentos; es necesaria la intervención sobrenatural del Espíritu Santo con todos Sus dones, carismas, frutos, servicios y ministerios. Tal vez podríamos avanzar un poco en el evangelismo usando nuestros talentos naturales, pero llegará el momento que necesitemos del don de sabiduría, o del carisma de discernimiento de espíritus, del fruto de la paciencia o del apoyo del ministerio pastoral. 

  1. Es el poder para avanzar en el territorio.
“8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”  

Este verso nos presenta una visión geográfica de la evangelización y el avance del mensaje del Evangelio en el mundo. Los discípulos debían esperar en su ciudad, Jerusalén, la investidura de poder del Espíritu Santo, donde predicarían dando testimonio de Jesús; luego avanzarían por toda la nación de Judea; posteriormente penetrarían en el territorio samaritano, donde ya el Señor había hecho un avance cuando habló con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. De Samaria seguirían avanzando por el imperio y el mundo, hasta los confines de la Tierra. La progresión del anuncio del mensaje es semejante a cuando se lanza una piedra en una laguna de aguas quietas; pueden observarse círculos concéntricos en torno al punto donde cayó la piedra. El Espíritu Santo cayó en Jerusalén y desde allí se fue extendiendo a otras ciudades, sea por el traslado de los hermanos por necesidades laborales, sea por afán misionero o producto de las persecuciones.  

  1. Es el poder para testificar.
“... y me seréis testigos...” 

El Texto habla de “ser testigos”. Un testigo es alguien que ha presenciado algo o sabe determinado asunto. Puede callar su testimonio o bien declararlo a otros, incluso en un juicio. En griego, idioma en que está escrito el Nuevo Testamento, testigo es “mártus” y testimonio es “marturia”. De estas palabras deriva nuestra expresión “mártir” que es alguien que da testimonio de su creencia dando su propia vida. Jesucristo dio su vida por los pecadores, fue el primer Mártir, testigo del Padre, pues le conoce desde la eternidad. En una de las cartas de Jesús a las siete Iglesias de Asia se da a conocer como “Mártus”: “14 Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto” (Apocalipsis 3:14) Los apóstoles y discípulos que conocieron a Jesús, dieron testimonio de la realidad de Jesucristo, Su vida, muerte y resurrección, como de la Verdad de Su mensaje, que es el Evangelio. Quienes no le conocimos en vida sino que por fe en Su resurrección y por Sus hechos poderosos en nuestra vida, seguimos dando testimonio de Él y Su Camino. 

Para ser testigo es necesario dar testimonio. No puedo ser un testigo pasivo sino uno que da testimonio. Hay diversas formas de dar testimonio; he aquí algunas: 

1)      Hablando de Jesucristo, Su Persona, Sus hechos, Sus enseñanzas.

2)      Contando lo que Jesús ha hecho en nuestras vidas, los cambios que Él ha operado en nosotros, los milagros y hechos extraordinarios que hemos vivido con Él.

3)      Escribiendo lo anterior en cartas, redes sociales, revistas, libros, etc.

4)      Viviendo o poniendo en práctica las enseñanzas de Jesús, de tal modo de que nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. vean nuestro buen actuar y quieran conocer a Jesús.

5)      Organizando actividades sociales en nuestro hogar, con el propósito de dar a conocer a Jesús y Su Evangelio. 

El Espíritu Santo siempre acompañará al que da testimonio de Jesús y Su Evangelio, porque así lo prometió el Señor: “16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: / 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (San Juan 14:16,17 

CONCLUSIÓN.
 
Los profetas del Antiguo Testamento dieron a conocer que Dios preparaba un Nuevo Pacto con el ser humano, ya no basado en una ley externa sino en la implantación de Su propio Espíritu dentro del creyente, con el propósito de capacitarlo para caminar bajo Su voluntad. Jesús instruyó a Sus discípulos con respecto al Espíritu o Consolador, al que llamó “la promesa del Padre”, cuyo derramamiento debían esperar, luego que Él fuera ascendido a los cielos.
 
Dice el Texto que Dios envió el Espíritu Santo para que la Iglesia (los cristianos) tuviera “poder”, el cual es: 1) Un poder sobrenatural; 2) El poder de una Persona; 3) El poder para cumplir una misión; 4) El poder para avanzar en el territorio; y 5) El poder para testificar.
 
 
 
 
 

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