sábado, agosto 28, 2010

DIOS TE LLAMA.


EL LLAMADO DE DIOS
I PARTE


Lectura bíblica: San Mateo 11:28-30

Propósitos de la charla: a) Comprender, escuchar y sentir el llamado de Dios; b) Descubrir la Persona de Jesucristo como Salvador.


“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (San Mateo 11:28-30)


Entrégale tu vida a Jesucristo y Él te hará feliz. Él te dice “Venid a mí”. Es un llamado para “todos los que estáis trabajados y cargados”. No hay un ser humano que pueda decir que no tiene problemas. Las dificultades son inherentes a la vida. Todos sufrimos algo en nuestro cuerpo, alma o espíritu. Por lo tanto, cuando Jesús nos llama y nos dice “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados”, Él sabe perfectamente por qué hace este llamado. Dios tiene una respuesta a nuestros problemas. Estos pueden ser de salud, económicos, emocionales, sentimentales, etc. mas lo que sean provocan un peso en el alma que nadie, sólo Él, puede alivianar.

Jesucristo sabe de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo por ser felices y como fracasamos en ello, porque seguimos nuestros propios caminos. Nadie podrá alcanzar la felicidad en esta vida ni en la eternidad si no sigue los patrones Divinos. Él conoce nuestras cargas, aquello que llevamos sobre nuestra mente como culpa, herida o trauma, sabe de nuestra ignorancia espiritual y de los prejuicios que cargamos, los que atentan contra nuestra felicidad. Por eso nos dice “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”

El único que podrá dar descanso a nuestra alma es Jesucristo. Para ello hizo Su trabajo en la tierra. Dios el Padre le envió a hacerse humano y Él predicó la Buena Nueva o Evangelio a todo el mundo, formó apóstoles para que anunciaran después de su muerte ese mensaje y edificaran la Iglesia, este edificio espiritual que es “baluarte de la Verdad”. Su mensaje libera, cambia las mentes, abre nuestros ojos y pone otra mirada en la persona, comienza a ver la vida distinta.

Jesucristo hizo Su trabajo en la cruz del monte Calvario, allí tomó nuestro lugar y murió por nuestros pecados. Es lo que los teólogos llaman Su ministerio de sustitución, pues Él nos sustituyó en la cruz. Éramos los seres humanos pecadores quienes merecíamos la muerte, puesto que “la paga del pecado es muerte”; más Él tomó sobre sí ese pecado, Él murió por nosotros. Su obra ya está hecha y es perfecta, porque es obra de Dios. Prueba de ello es que, después de morir, el Padre le resucitó. Hoy Jesucristo vive eternamente a la diestra de Dios Padre.

En este texto Su invitación es a seguirle “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” Si depositamos cargas, deseos, ideales, búsquedas, frustraciones, penas, en fin todo nuestro ser en Él, hallaremos descanso, el anhelado reposo espiritual. ¿Quién no quiere tener paz en su corazón y soportar tranquilamente las circunstancias de la vida? Eso es posible si te entregas a Él pues así lo ha prometido: “os haré descansar.”

La invitación de Jesucristo, Maestro espiritual, Hijo de Dios, Salvador del Hombre, es muy clara. Su invitación no es a una vida fácil y sin problemas, pero sí a una vida de reposo en Él, una vida de descanso para el alma, una vida de gozo espiritual. Por eso nos dice “Llevad mi yugo sobre vosotros”, porque el verdadero discípulo de Jesucristo es uno que, como aquella pareja de bueyes que tira el arado o la carga en el campo, va junto a Su Compañero tirando en la misma dirección. En esta figura podemos ver a Jesús como el Buey obediente y sumiso que lleva sobre sí el yugo de Dios, y nosotros acompañándole en esa tarea. “Llevar el yugo” es, en otras palabras, someterse a la autoridad de Dios, someterse deponiendo cualquier orgullo, y aceptar Su gobierno o Reino. Esto es entrar en el Reino de Dios.

Tal camino implica un aprendizaje que comienza con la imitación de Jesucristo. Él es el Maestro que nos enseña con Su propia vida lo que debemos hacer para caminar correctamente en la vida. y la primera lección es la mansedumbre: “y aprended de mí, que soy manso”. La Biblia representa en numerosos pasajes a Jesús como un Cordero, porque éste es un animal manso, que se somete fácilmente al pastor e incluso cuando se le sacrifica se entrega sin oposición. En el Tabernáculo judío se sacrificaba un cordero para perdón de los pecados del pueblo y en la fiesta de la Pascua se comía un cordero; ambos eran símbolo del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Jesucristo.

A la mansedumbre agreguemos la humildad. Esta virtud se opone al orgullo. Es curioso saber que la palabra humildad tiene la misma raíz que “humus”, esa tierra formada por material en descomposición. Es preciso que nuestro ego se pudra y se humille ante Dios para asumir una actitud de obediencia. El corazón de las personas que están fuera del Reino de Dios, es un corazón orgulloso e incrédulo. La invitación de Dios es a ser “humilde de corazón” La fe verdadera consiste en creer en Dios, creerle a Dios y obedecer a Dios; no es una fe teórica.

Esta negación de sí mismo para permitir que sea Dios quien gobierne o reine en mi vida, es la abnegación cristiana. No es algo doloroso, repugnante ni molesto para quien lo vive, pues se llega a este camino por medio de la fe. Así encuentra el alma el descanso anhelado. El yugo de Jesucristo, el discipulado, seguirle a Él, es algo muy agradable, satisfactorio, lleno de bendiciones para nosotros, seguimiento que hace liviano cualquier problema, como Jesús lo dice: “porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”

Hoy Dios te está llamando.
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (San Juan 6:35)

El llamado de Jesucristo es para una vida de permanente crecimiento. Todos sabemos que para crecer se necesita una buena alimentación. En este caso, en el caso del crecimiento espiritual, la alimentación debe ser espiritual. ¿Qué podrá alimentar el espíritu? Nada más y nada menos que la vida sobrenatural, la vida que viene por medio de Jesucristo. Nuestro alimento principal y más nutritivo es Dios mismo, en la Persona de Jesús. Por eso Él dice “Yo soy el pan de vida”. En otro pasaje se compara al maná, alimento dado por Jehová, que los israelitas comieron en el desierto: “Yo soy el Pan vivo que ha descendido del cielo”[1]. En la última cena con sus discípulos estipuló que el pan consagrado de la Pascua sería representación de Su cuerpo y el vino de Su sangre, “porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”[2]. Con esto enfatiza que el alimento del cristiano es Él mismo. Los paganos de la época de los primeros cristianos nos acusaban de practicar la antropofagia, porque habían escuchado algo acerca de comer al Hijo de Dios y no entendieron.

Sabemos que la oración, la lectura y reflexión de la Biblia, la audición de la prédica, la alabanza y adoración, el ayuno y otras prácticas espirituales, alimentan nuestro corazón con fe y amor a Dios, pero en verdad esos son medios para comer del Único Alimento que es Jesucristo.

Él asegura “el que a mí viene, nunca tendrá hambre” pues sabe perfectamente lo que necesitamos. Busque usted a Jesucristo por medio de cualquiera de los medios de gracia antes mencionados, y recibirá su alma la porción necesaria para alimentar su fe. Diariamente necesitamos encontrarnos con Jesús; es el único que puede darnos el sustento espiritual eterno que requiere alma y espíritu.

Él ha dicho: “el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Aquella sed que el salmista manifiesta cuando exclama “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. / Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”[3], esa sed común a todo ser humano porque estamos sedientos de eternidad, esa sed sólo es saciada por la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo. Comience usted a vivir comiendo y bebiendo de Cristo, de Su cuerpo y de Su sangre, de Su vida, y experimentará una felicidad incomparable a cualquier placer o goce de este mundo.

Tú escuchas Su llamado.
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” (San Juan 6:27)

Trabajar es importante. Todos necesitamos hacerlo para ganar nuestro sustento. Quien no trabaja, que no coma[4], decía el apóstol Pablo, porque todos –es ley de la vida- necesitamos trabajar para ganarnos el pan. Éste es mucho más sabroso y satisfactorio si se obtiene con esfuerzo. Todas las personas valoran las cosas adquiridas con sacrificio. Muchas veces, cuando recibimos algo de regalo, nos alegramos pero no lo cuidamos tanto como cuando lo hemos adquirido con mucho esfuerzo. Si trabajamos tanto para obtener el sustento diario, los alimentos, la ropa, la casa, el agua, la luz eléctrica, la movilización, etc. ¿cuánto más no debemos trabajar por el alimento espiritual?

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” nos enseña Jesucristo. Él no está diciendo que usted no valore el quehacer laboral para dedicarse a lo religioso, sino que está enfatizando a través de estas palabras, el valor de buscar la espiritualidad. Todos necesitamos alimentar nuestra alma y espíritu, así como alimentamos y cuidamos el cuerpo. Pero la mayor parte del tiempo estamos más ocupados en dar satisfacción a nuestras necesidades básicas materiales que a aquellas de carácter espiritual. Usted y yo necesitamos alimentar nuestra alma con palabras sabias, palabras que nos conduzcan a la vida eterna, palabras inspiradas por Dios. Estas palabras las podemos encontrar en la lectura de las Sagradas Escrituras, en la enseñanza o sermón del ministro de Dios en la Iglesia y en los múltiples medios de difusión escrita y hablada del mensaje del Reino de Dios. Escuchar, leer, estudiar y reflexionar en la Palabra de Dios no es una pérdida de tiempo, ni holgazanería ni algo sin importancia; es un trabajo espiritual que usted puede hacer en casa, solo/a o guiado/a por un discípulo de Jesucristo preparado para esa tarea de tutoría o discipulado. Al hacer esto usted estará dando cumplimiento al versículo que analizamos, trabajando “por la comida que a vida eterna permanece”

Otro modo de obtener alimento para el alma, o sea ideas positivas, esperanza eterna, amor de Dios, consejo del Espíritu Santo, fuerza de lo alto y todo tipo de virtudes cristianas, es la práctica de la oración. Orar es algo tan sencillo como conversar con Dios. No requiere mayor ciencia que su disposición a entregar todos sus pensamientos a Él. La oración no es un monólogo ni la utilización de frases repetidas, sino que un diálogo con el Creador. Usted le expone sus anhelos, inquietudes, necesidades, alegrías y penas; y Él le responde en su alma, pone pensamientos en su corazón. Para conversar con Dios, también usted puede valerse a veces de Su Palabra, es decir leer con oración algún pasaje del Evangelio y conversarlo con Dios. Puede tomar como modelo sencillo de oración el Padre Nuestro y agregar a cada una de sus partes sus propios sentimientos. Personalmente acostumbro orar en este orden: 1. Alabo a Dios Trino por Su grandeza; 2. Doy gracias a Dios por sus beneficios; 3. Presento a Dios mis peticiones. A veces el Espíritu Santo nos conduce a pedir perdón, a hacer alguna oración especial por alguien o a leer determinado pasaje de la Biblia. En verdad no hay normas estrictas en esta comunión con el Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. Orar también es un trabajo que trae gran rentabilidad a nuestro espíritu.

En esta línea de pensamiento, usted ya comprenderá que hay otros medios de gracia que nos otorgan gran beneficio espiritual, como por ejemplo: asistir a la oración de la comunidad cristiana, ayudar a los necesitados, ofrendar para la obra de Dios, ayunar y anunciar el Evangelio. Todos ellos son trabajos que producirán vida en nosotros, no la vida biológica, sino la vida espiritual, la llamada vida eterna.

Pero es necesario precisar que nada de lo que hagamos tendrá valor y traerá verdadera bendición y vida eterna a nuestra vida cotidiana, si no está basado en la fe en Jesucristo. Sólo por la intervención del Hijo de Dios en la historia humana, es que estas acciones religiosas (lectura sagrada, oración, comunión con la Iglesia, obras de misericordia, ofrenda económica, ayuno, evangelización) cobran sentido y pueden producir frutos espirituales. De lo contrario estaríamos practicando una religión de obras y esfuerzos únicamente humanos. El texto dice: “Trabajad… por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará…” Jesucristo y nadie más fue designado por Dios para darnos ese alimento eterno. Él se presentó como “el pan vivo que descendió del cielo”, o sea un alimento sobrenatural que da vida eterna al ser humano[5]. Jesús no es solamente la comida espiritual, sino que también es quien la sirve. Él mismo es el servidor de ese alimento. Y la comida que Jesucristo da es: a) la salvación del alma, b) la sabiduría de Dios y c) la sanidad de toda enfermedad espiritual. De este modo, cada vez que estemos haciendo el trabajo espiritual, sea solos, con nuestros hermanos o guiados por un ministro de Dios, tomemos conciencia que hay Uno que es superior y guía ese trabajo: Jesucristo, el Hijo del Hombre a quien señaló Dios el Padre.

Para poder ocupar ese lugar de preponderancia, Jesucristo renunció a Su trono de gloria, se hizo humano siendo divino y eterno, nació de una mujer y se sometió a todas las limitaciones que implica ser hombre. Jesús, como ser humano, renunció a ocupar un lugar importante, como ser rey y tener poder temporal; entregó su vida y se dejó capturar, torturar, avasallar por sus enemigos. Como cordero, mudo, fue conducido a la cruz, no reclamó ni usó de su poder divino para vengarse, se entregó hasta la muerte. Por su santidad de vida y por su entrega incondicional a Dios, se hizo merecedor del lugar que hoy ocupa en la Creación y en la Iglesia: Él es el primogénito de toda creación, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, el Señor y Cristo. Toda autoridad le ha sido dada en los cielos y en la tierra[6]. Ciertamente Él ya hizo todo el trabajo que nosotros debíamos hacer, y hoy solamente disfrutamos del resultado de su trabajo en la cruz. Si trabajamos por la comida que a vida eterna permanece y obtenemos mucho fruto espiritual, no es porque seamos tan santos, buenos y efectivos, sino porque el Hijo de Dios fue Santo, Bueno y Eficiente en Su sacrificio. El sembró, regó, fructificó y multiplicó la vida eterna; nosotros tan sólo hemos sido enviados a cosechar el fruto de Su trabajo. “porque a éste señaló Dios el Padre.”

¿Cómo hace Dios ese llamado?
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, / en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1,2.)

Alguien podrá preguntar ¿y cómo hace Dios el llamado? Dios te está llamando hoy a ti y a todo hombre, mujer y niño que no le reconocen como Salvador y Señor de sus vidas, para que se reconcilien con Él. Mas ¿cómo hará Él ese llamado?

El Creador del Universo no es indiferente a Su creación, como no lo es un artista a sus obras, un científico a sus descubrimientos y teorías, o un inventor a sus ingenios. Dios nos ha hecho con amor de Padre y está interesado en cada uno de nosotros, sus criaturas. Algunos prefieren decir “creaturas” para destacar que no nos hicimos por la casualidad ni nacimos de la nada, sino que fuimos creados por el Todopoderoso. Por esto es que la Palabra de Dios afirma que Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras a los seres humanos.

Es interesante enterarnos que nuestro Creador haya querido comunicarse con el ser humano y lo hiciera en muchas ocasiones. Los que provenimos de una cultura judeo-cristiana sabemos que Él se comunicó con Adán y Eva, con Caín y Abel, con Noé, con Abraham, con Moisés, los patriarcas y los profetas. Es probable que haya querido comunicarse con otras culturas, pero lo cierto es que escogió a Su arbitrio, no porque fueran mejores, al pueblo de Israel, para enseñar al hombre Su Verdad y el camino de Salvación.

El modo de comunicación que tuvo Dios o Jehová, en el Antiguo Testamento siempre fue por medio del lenguaje. Él dio al ser humano dos herramientas de comunicación imprescindibles: el lenguaje hablado y la escritura. Sin alguna de estas dos habría sido imposible enterarnos de Su Voluntad, no conoceríamos Su Ley ni el modo que Él estableció para nuestra salvación eterna. La escritura permitió desde muy temprano dejar registros de la comunicación de Dios con Sus mediadores. Gracias a la escritura es que hoy podemos contar con las Sagradas Escrituras, donde se compendia todo el pensamiento de Dios referente a lo que Él espera de nosotros, los seres humanos.

Dice la Biblia que en otro tiempo Él habló a los padres por los profetas, es decir que Él se dirigió a quienes nos antecedieron en la fe, por medio de hombres santos, consagrados a Dios y con una gran visión. La característica principal del profeta es que es un visionario, alguien capaz de ver espiritualmente el mundo sobrenatural y comunicarse con la Divinidad. Ser profeta es un don de Dios. En el antiguo Pacto hubo profetas, en el Nuevo Pacto también los hay, es uno de los cinco ministerios repartidos a la Iglesia. Pues bien, en la Antigüedad Dios habló a Su pueblo por medio de los profetas. A veces el pueblo de Dios obedeció pero muchas veces desobedeció y tuvo que pagar el precio de su infidelidad al Señor.

El libro de Hebreos declara que en estos últimos días, Él nos ha hablado por el Hijo. Ahora ha utilizado la voz profética de Su Hijo Jesucristo. En realidad Jesucristo es una de las tres Personas de Dios. Dios es Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La segunda Persona de las Trinidad, Dios mismo, se hizo hombre y habitó entre nosotros para revelarnos al Padre y abrir un camino de salvación para los seres humanos. El apóstol Juan dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.[7] Nos relata acerca del encuentro del Maestro con la mujer samaritana junto al pozo como “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. / Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo”.[8] El mismo Jesucristo asegura: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” [9]

No rehúses creer en Jesucristo; Él es el Mesías prometido; escucha Sus palabras y cree en Dios, que le envió. Así podrás pasar de muerte espiritual a vida eternamente.

Finalmente, el texto declara que Jesucristo fue constituido por Dios el Padre, “heredero de todo”. Jesús es el Hijo Primogénito de Dios, por tanto es quien merece heredar todas las cosas. Todo el Universo le pertenece a Él. Necesitamos aprender a respetarlo como tal, el Heredero. La otra razón por la que Jesús el Cristo, debe ser Heredero de todo es que por medio de Él –lo revela Hebreos 1:2 –fue hecho el universo. Recordemos que San Juan presenta a Jesucristo como el Verbo de Dios, la Palabra que se hizo hombre; y al principio del Génesis se ve a Dios “hablando” u “ordenando” con Su Palabra que se haga cada cosa. “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”[10]. Cristo, la Palabra, ha hecho todas las cosas: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” [11], además: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” [12]

Dios nos llama por medio de Jesucristo. Tal vez has escuchado a un predicador en la radio o en la televisión, has leído algún folleto u otra publicación cristiana, o alguna persona te ha hablado acerca de Dios. Has de saber que detrás de cada uno de estos medios está Dios, y más específicamente Jesucristo, el Logos de Dios, Su Palabra. Él es quien te llama hoy a servirle y amarle; Él, quien murió y resucitó por ti para darte salvación y vida eterna. Escucha y obedece Su llamado, el único que podrá hacerte completamente feliz.


¿Para qué te llama?
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. / Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:29,30)

1. Dios nos conoce desde siempre puesto que es nuestro Creador, como conoce un poeta sus poemas; como el novelista conoce cada personaje de sus novelas; como conoce el ingeniero la estructura, el funcionamiento y cada detalle de sus obras e inventos. Él nos conoce completamente, tanto física, psicológica y espiritualmente. Cada pensamiento, emoción, inclinación, debilidad y cualidades de los seres humanos, son conocidos por Dios. Nadie puede esconderse de Dios, el Todopoderoso Creador del universo. El conoce su estructura de personalidad y carácter, y sabía desde el principio de los tiempos, que usted habría de venir a Él, reconocer a Jesucristo y convertirse a Él.

2. Dios trazó nuestro destino. Nuestro Creador nos hizo libres para escoger entre el bien y el mal. Él sabía que algunos le seguiríamos y otros preferirían las cosas de este mundo. Es así que a los creyentes nos predestinó para pertenecerle a Él. La predestinación nuestra estuvo condicionada por lo que Él sabía que el hombre había de hacer en cuanto al evangelio debido a su libre albedrío. Dios escogió a los cristianos basado en algo que había en ellos, algo que Él sabía iban a hacer. De alguna manera, en los misterios de Dios, la predestinación trabaja mano a mano con una persona que es conducida por Dios[13] y cree para su salvación[14]. Dios predestina a quien será salvado, y debemos elegir a Cristo para ser salvados. Ambos factores son igualmente verdaderos.

También puede entenderse este pasaje desde otro punto de vista. La Palabra dice “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para…” Está hablando exclusivamente de “los que antes conoció” o sea de los cristianos, de los que aceptarían Su mensaje. A ellos y no a los que no creyeron en Él, a ellos los “predestinó”, es decir trazó su destino. ¿Cuál es el destino de los discípulos de Jesucristo? Lo veremos en el próximo párrafo.

3. Dios nos está modelando a la imagen de Jesucristo. La meta que Dios tiene con nosotros es hacernos igual a Jesucristo, porque conformamos el Cuerpo de Cristo, ahora, Su Iglesia. Cada célula de este Cuerpo debe reunir todas las características del Señor, el cual es el Todo en todos. Esto significa que Dios quiere que tengamos las virtudes morales de Jesucristo: las tres teologales (fe, esperanza, amor) y las cuatro cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza); que vivamos el amor en sus nueve características (paciente, bondadoso, humilde, delicado, altruista, sereno, jovial, compasivo, magnánimo) y transitemos por el camino de las ocho bienaventuranzas (pobreza de espíritu, aflicción, mansedumbre, justicia, misericordia, pureza, paz, coherencia). Esta es la dimensión individual de Su obra en nosotros.

4. Dios nos da un Hermano Mayor como ejemplo y Modelo. Cristo es el Primogénito no en el sentido de ser el primero sino de ser el Único. Hemos sido llamados a negarnos a nosotros mismos para ser, más que “como Él”, parte de Él, Su Cuerpo. Formamos un solo Organismo con Jesucristo. Esta es la dimensión corporativa o colectiva de Su obra en nosotros.

5. Dios nos llamó a Su Reino. Nos llamó por medio del Espíritu Santo, mostrándonos la Persona de Cristo y Su sacrificio de amor en la cruz. Él nos llamó, no fue hombre ni organización quien nos llamó a Su Reino. Nos llamó, como lo tenía previsto desde siempre, por medio de la predicación de Su Palabra, porque “la fe viene del oír; y el oír, por medio de la Palabra de Dios.”[15]

6. Dios nos justificó en Jesucristo. Cuando nos llamó, nos hizo “ver” al Crucificado, al que murió para darnos la salvación. Éramos personas desobedientes a Dios, que no hacíamos justicia ni cumplíamos la voluntad de Dios. Por medio del sacrificio de Jesucristo hemos sido perdonados, limpiados y reconciliados por Dios; es decir hemos sido hechos “justos”. Si usted se mira a sí mismo/a es probable que se vea como pecador/a, pero ahora Dios le ve como “justo/a”. Hemos sido justificados gracias a nuestro Salvador Jesucristo.

7. Dios nos glorificó junto con Su Hijo Jesucristo. Esto es un asunto de fe. Actualmente estamos todavía en el mundo y, a pesar que somos “nuevas criaturas”, conservamos la naturaleza humana caída. Pero por la Escritura sabemos que un día se manifestará quienes somos: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. / Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. / Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.”[16]. Desde el punto de vista de Dios, ya hemos sido glorificados, como lo demuestra la Palabra de Dios cuando dice: “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), / y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, / para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” [17]

¡Qué maravilloso es el plan de Dios para los que le aman! Dios le conoció a usted antes que usted naciera, le predestinó para que fuese modelado a la imagen de Su Hijo, luego le llamó por Su Palabra, le justificó por medio del sacrificio de Jesucristo en la cruz, y finalmente le sentó en gloria con Él. ¿No es digno, nuestro Dios, de toda alabanza por tan perfecto y eterno propósito? Sí, Él le ha llamado a usted desde la eternidad, para ser ciudadano del Reino eterno de Dios.

Responde a su voz y no temas.
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” (San Juan 14:1)

Jesucristo es algo más que un hombre santo que vivió hace más de 2.000 años. Jesucristo es algo más que un maestro de espiritualidad. Jesucristo es Dios. La Biblia enseña que Dios es Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesucristo es el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad Divina. Responder a Su llamado es hacerlo al llamado de Dios. Si crees que Dios existe y te ama, debes creer que Jesucristo es la máxima expresión de ese Amor. El Creador hizo todo el Universo por medio de Jesucristo, el Logos o Palabra de Dios. Este Logos se hizo humano: “y Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” [18]

Es un llamado de amor.
“18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; / 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. / 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Corintios 5:18-20)

El ser humano está en guerra contra Dios al negar su existencia y no vivir de acuerdo a Su voluntad. Pero tanto ha amado el Creador al ser humano que proveyó un medio de reconciliación: Jesucristo. El llamado de Jesucristo es el más amoroso llamado a la paz.

El llamado a la salvación.
“46 Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. / 47 Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.” (San Juan 12:46,47)

Jesucristo es la luz de Dios, el amor y la gracia del Creador que ha venido a este mundo. Si tú recibes esa Luz y la aceptas, si tú crees en Él recibirás Su amor y Su Verdad. Ya no caminarás en tinieblas. Jesucristo declara que Él es el Salvador porque no ha venido a juzgar al mundo sino a salvarlo.


CONCLUSIÓN.
En esta primera lección te has enterado del maravilloso llamado que Jesús hace a tu vida, Él te dice “Venid a mí”. Hoy Dios te está llamando para darte descanso, a ti que has llevado tantas cargas en tu conciencia y jamás recibiste la verdadera paz. Tú escuchas Su llamado y nos preguntamos ¿cómo hace Dios ese llamado? La respuesta es clara: por medio de su Hijo Jesucristo, el Verbo de Dios. Él te llama con un propósito. ¿Para qué te llama? Para darte salvación, justificación, santificación y redención. Responde ahora a Su voz y no temas, es un llamado de amor, es el llamado a la salvación.


PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1) ¿Cuál ha sido la más pesada carga en tu vida?
2) ¿Qué pasajes de la Biblia conoces?
3) ¿En qué circunstancias haces oración?
4) ¿Crees que el Señor te está llamando ahora a través de esta lección?
5) ¿Quién es Jesucristo para ti?
6) ¿Quieres responder a Su llamado?
7) Revise los textos a pie de página y cópielos en su cuaderno.


[1] San Juan 6:51
[2] San Juan 6:55
[3] Salmo 42:1,2
[4] 2 Tesalonicenses 3:10
[5] San Juan 6:51
[6] Colosenses 1:18
[7] San Juan 3:36
[8] San Juan 4:25,26
[9] San Juan 5:24
[10] Génesis 1:3
[11] San Juan 1:3
[12] San Juan 1:10.
[13] San Juan 6:44
[14] Romanos 1:16
[15] Romanos 10:17
[16] 1 Juan 3:1-3
[17] Efesios 2:5-7
[18] San Juan 1:14

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