martes, agosto 22, 2006

LA TAREA DE ENSEÑAR



Lectura bíblica: 1 Timoteo 3:2.

Propósitos de la charla: Que el discípulo comprenda que el llamado a la enseñanza es universal; que identifique el área en la cual habrá de ejercer su capacidad de enseñar; que conozca y aplique los cuatro pasos fundamentales del proceso enseñanza–aprendizaje y los principios prácticos para una aplicación efectiva.

El hombre desde que es humano enseña a las nuevas generaciones: los padres enseñan a los hijos (Proverbios 4:1-4); los ancianos enseñan a los nietos, en la antigüedad los hechiceros y sacerdotes se hicieron cargo de la enseñanza religiosa. En la Historia Sagrada vemos a Dios enseñando al Hombre (Deuteronomio 32:1,2).

Cuando pequeños no estamos en posición de enseñar, aunque en forma indirecta un niño pueda enseñar. Jesús puso como ejemplo para vivir en el Reino, a un niño. Cuando adquirimos la capacidad o posición de liderazgo, recién allí podemos enseñar (jefe de curso, líder de pandilla, guía scout, dirigente político, líder eclesial, etc.). Al ser padres y madres, automáticamente comenzamos a ejercer la enseñanza.

El llamado a la enseñanza.
Hay quienes optan como profesión el enseñar: los profesores, educadores de párvulos, rehabilitadores, etc. En el ámbito cristiano quien guía a un hermano, enseña; los pastores y los que discipulan, enseñan; los responsables de grupos, ejercen la enseñanza de otros.

Los cinco ministerios ejercidos por ministros de la Iglesia, son ministerios de enseñanza. El apóstol es uno que enseña la edificación del Cuerpo de Cristo; el profeta es uno que enseña las visiones del Reino; el evangelista es el que enseña al mundo el camino de salvación; el pastor enseña a vivir la vida cristiana; y el maestro es un educador por excelencia, él enseña toda la doctrina (Efesios 4:11-13).

Entre el teólogo y el maestro hay algunas diferencias. El teólogo es un filósofo especializado en el estudio de las verdades de Dios; en cambio el maestro es un ministro de la Iglesia. El teólogo también puede ser un ministro. El maestro debe tener don de ciencia y sabiduría, en cambio el teólogo no necesariamente; puede ser meramente un intelectual de la fe. El maestro en la Iglesia está para discernir la doctrina y enseñarla con sabiduría (1 Timoteo 4:13; Tito 1:9, Tito 2:7).

Todos los cristianos hemos sido llamados por Dios para enseñar, al darnos la tarea de transmitir el Evangelio. Cada uno lo hará de acuerdo a su nivel de desarrollo. Por lo tanto, debemos capacitarnos para enseñar. Él desea usarnos para el desarrollo espiritual de otras personas, cristianas y no cristianas. Él quiere utilizarnos en la tarea de enseñar y esta misión es para todos los cristianos.

Tipos de enseñanza.
Hay dos grandes tipos de enseñanza, de acuerdo al objetivo que se proponen: 1) enseñanzas para edificación y crecimiento cristiano; y 2) enseñanzas evangelizadoras. Las primeras son para los cristianos, las segundas para los que aún no se han convertido.

En el primer grupo, a su vez, podemos diferenciar: a) enseñanzas para la vida práctica; b) enseñanzas para la sanidad interior y el desarrollo personal; c) enseñanzas para la vida devocional; d) enseñanzas doctrinales; e) enseñanzas para la multiplicación y el liderazgo (Romanos 15:4).

En el segundo grupo pueden estar todas las anteriores, tratadas de un modo sencillo, sin profundidades teológicas, a objeto de conducir a las personas al conocimiento de Cristo y a su conversión. En cambio las enseñanzas del primer tipo están destinadas a producir la imagen de Cristo en cada cristiano.

La pregunta que cada uno debe hacerse en la Iglesia es ¿qué tipo de enseñanza quiere transmitir Dios a través de mí?

El proceso de enseñanza de la Palabra de Dios.
Establecido el contenido de la enseñanza que nos corresponde entregar a la Iglesia y la sociedad; habremos de enfrentar el modo, manera o metodología a utilizar para ello. ¿Qué enseñanza quiere transmitir Dios a través de mí? es una pregunta que apunta al "contenido". ¿Cómo vamos a transmitir ese contenido? nos lleva a la búsqueda de una "metodología". A tal efecto la ciencia Pedagógica nos puede ser de gran ayuda. Dios hizo al ser humano muy complejo y son muchas las funciones, como ya hemos visto, que se dan en la vida humana. A cada una, sus procesos y dificultades, corresponde una ciencia. Si el cuerpo o la mente se enferman, acude en su auxilio la Medicina. La ciencia que estudia como aprende el ser humano es la Pedagogía. De acuerdo a ella, el aprendizaje es un proceso: el proceso de enseñanza–aprendizaje.

Anteriormente hablamos de la necesidad que tenemos todos de capacitarnos para enseñar. A la hora de enseñar la espiritualidad y las relaciones del ser humano con Dios, debemos tener en cuenta este proceso, cuyos pasos serían los siguientes:

1) Conocer la Palabra de Dios.
La fe comienza en el acto más sencillo y en el que menos intervención humana hay: la audición. "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Romanos 10:17). Ya que toda la vida cristiana empieza con este paso, la gente tiene que entrar en contacto con la Palabra de Dios, conocerla.
"Ahora bien, ¿cómo oirán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito «¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!»" (Romanos 10:14). Esto significa que debe haber alguien que la enseñe y otro que reciba la enseñanza.

2) Comprender la Palabra de Dios.
Esto significa que sabemos lo que ella importa para nuestra vida diaria. Cuando impartimos una enseñanza, el discípulo debe comprender qué significa para su propia vida. Una manera en que podemos evaluar que el discípulo comprende la Palabra de Dios es cuando él puede explicarnos con sus propias palabras la enseñanza bíblica entregada. El discípulo puede expresar esa comprensión por medio de decir qué entendió o construyendo un instrumento en el que muestre tal comprensión. El instrumento dependerá de las capacidades del discípulo. Puede expresar oralmente lo que entendió de la enseñanza, hacer un dibujo, un cuadro sinóptico, un ensayo, participar en un debate, crear un trabajo manual, participar en una representación teatral, etc. pero la mejor comprensión de la enseñanza se expresará en la aplicación a su propia vida (Romanos 12:2).

3) Valorar la Palabra de Dios.
El discípulo debe tener una fuerte convicción de que la Palabra de Dios es lo mejor para su vida y para el mundo. Su convicción en la Verdad debe llegar hasta el extremo de estar dispuesto a guiar su vida por ella. Su fe en los principios bíblicos deben hacer que ésta sea su norma de creencia y de conducta. "¡Oh, cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación" dice el salmista (Salmo 119:Mem,97-104).

Un discípulo de Cristo está plenamente convencido de que su vida debe vivirse haciendo la voluntad de Dios tal como se presenta en la Sagrada Escritura. El convencimiento incluye el hecho de que los principios bíblicos deben obedecerse en todas las áreas de la vida y con una actitud de alabanza y entusiasmo. Cuando tropieza con alguna dificultad, el discípulo no desmaya, sino con toda convicción dice como el apóstol: "Sé en quien he creído y estoy seguro" (2 Timoteo 1:12b).

4) Experimentar la Palabra de Dios.
Este es el último paso del proceso enseñanza–aprendizaje, sin el cual no podemos decir que realmente se ha enseñado. Cuando el discípulo comienza a vivir de acuerdo con lo que se le ha enseñado de la Palabra de Dios, entonces podemos decir que la ha aprehendido y aprendido. Todo principio bíblico presentado debe ser vivido. No es la verbalización lo que hará cambiar al mundo, sino la vivencia, la experimentación. El testimonio más fuerte no es nuestra declaración de fe sino que nuestra vida. El que verdaderamente ha aprendido la Palabra de Dios, cambia su forma de vida pues ella "es viva y poderosa y más cortante que toda espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos". (Hebreos 4:12). Una experiencia así nos conduce a la transformación. Experimentar la Palabra de Dios es vivir a Cristo (Efesios 4:20,21).

Pero tengamos en cuenta, además, que los cristianos no sólo aprendemos de la Biblia sino también de las circunstancias del "libro de la vida" y su reflexión; de las enseñanzas de nuestros tutores, maestros y pastores; y de la revelación del Espíritu Santo.

Conocer, comprender, valorar y experimentar la Palabra de Dios, son los cuatro pasos fundamentales del proceso enseñanza–aprendizaje de la espiritualidad. ¿Estamos aplicándolos adecuadamente en nuestra misión de enseñar a nuestro prójimo y hermanos? Esta es una pregunta que cada cristiano debe responderse con sinceridad.

La Enseñanza Cristiana
La Palabra de Dios precisa que "El dirigente... debe ser apto para enseñar" (1 Timoteo 3:2) y "Mientras llego, dedícate a leer en público las Escrituras, a animar a los hermanos y a instruirlos" (1 Timoteo 4:13).

La enseñanza juega un rol importantísimo en el desarrollo cristiano. Este es el ministerio principal que deben ejercer los ministros de una comunidad, junto a la orientación, la sanidad y la vida devocional. En la medida que la enseñanza sea clara, organizada, planificada, secuenciada y apunte a objetivos definidos, se logrará en forma más rápida el progreso de los discípulos.

Queremos hacer del discípulo, su familia y la comunidad, verdadera imagen de Jesucristo aquí en la tierra y la Nueva Jerusalén de Dios. para esto es necesario que la mente sea alimentada con conocimientos sencillos pero profundos, prácticos y con un respaldo teológico sólido, frutos del estudio y la profundización de las Escrituras.

Tiene aquí un papel fundamental el maestro, conocedor de la doctrina y de las metodologías más adecuadas para transmitirla al discípulo. Recordemos que el discipulado cristiano más que un traspaso de información se propone la "formación" de las vidas.

Principios de la Enseñanza Cristiana.
La enseñanza está dirigida al intelecto y tiene como propósito la comprensión de los procesos por los que pasa el alma en el Reino de Dios, la toma de conciencia del pecado y la condición espiritual de la persona, el cambio de actitud frente a Dios y el prójimo y la revelación de cual es Su voluntad para nuestras vidas.

Para esto el maestro debe esgrimir con destreza la Palabra de Dios, de acuerdo a la necesidad del individuo o grupo que la recibe. También debe considerar algunos principios propios del aprendizaje humano: exploración o diagnóstico, planificación de las acciones con objetivos claros, graduación de la enseñanza, motivación previa para despertar el interés, aprobación o premio para estimular o reforzar y repetición o confirmación de los aprendizajes.

La "exploración" es el primer paso que todo ministro debe realizar antes de comenzar cualquier enseñanza o proyecto. ¿Cuál es la condición de los oyentes, la iglesia o los discípulos? Esto fue lo que hizo Nehemías antes de restaurar las murallas y puertas de Jerusalén: inspeccionó la ciudad, hizo un diagnóstico de la realidad y en base a eso planificó luego la obra. Un buen diagnóstico hecho a través de una conversación profunda, observación constante y convivencia con las personas, nos permitirá conocer acabadamente sus capacidades, deficiencias, intereses y expectativas, a objeto de aplicar la enseñanza adecuada (Nehemías 2:11-15).

La "planificación" es el segundo paso necesario para la edificación de las vidas mediante la enseñanza. Dios todo lo organiza, nada es al azar y es Su mismo espíritu quien nos guiará en nuestra acción. La enseñanza debe ser planificada de modo que los discípulos crezcan rectamente, orientados por la sana doctrina. Así es que ante una vida o comunidad, en segundo término debo plantearme ¿qué objetivo me propongo lograr? De seguro este será lograr una nueva virtud o un nuevo conocimiento (Proverbios 16:9).

La "graduación" de la enseñanza en temas secuenciados desde los más simples y rudimentarios hasta los más profundos y complejos, es el tercer principio que nunca debemos olvidar. No podemos pasar a conocimientos superiores si no dominamos los básicos. Es así que hay enseñanzas para cada etapa de crecimiento espiritual. Mientras más avanzada la enseñanza exige un mayor compromiso, por tanto no es conveniente entregarla a quien no esté capacitado para cumplirla. La enseñanza para los discípulos aprendices y fieles ha de ser clara y muy práctica, en cambio para responsables, obreros y ministros deberá impartir responsabilidad y una mayor visión (Hebreos 6:1-2).

La "motivación" previa es una verdadera carnada o envoltorio llamativo que despierta el interés, cuarto principio a manejar por el buen maestro. Una parábola interesante, un diálogo con los oyentes, un dibujo, un texto bíblico entretenido, un testimonio, pueden ser excelentes motivadores antes de iniciar una enseñanza. En esto debemos ser muy creativos, como lo fue Jesús el Maestro, y no desechar métodos, por inusuales que nos parezcan, lo importante es mantener y atraer la atención del discípulo (San Juan 4:7-15).

La "aprobación" o premio para estimular una buena conducta es otro principio bíblico de la enseñanza, el quinto que refuerza positivamente los logros del discípulo. Nunca debemos dejar pasar las buenas acciones y cualidades del hermano sin aprobarlo, reforzarlo con una palabra de aliento, estímulo, aprobación: ¡qué bien lo hiciste! Esto da seguridad y es una expresión del amor de Dios en nosotros; lo opuesto es frialdad, indiferencia, falta de caridad. Si aprobamos al discípulo, al esposo, la esposa, los hijos, el compañero de trabajo, cuando triunfan, ellos crecerán en autoestima y Dios nos aprobará a nosotros (Hebreos 11:6).

La "repetición" o confirmación de las enseñanzas es el sexto y último principio, tan utilizado por los apóstoles. La memoria es frágil y retiene tan sólo un 25% de lo escuchado. De allí que sea necesario que siempre estemos repitiendo y profundizando las enseñanzas, como así también estemos leyendo, estudiando, meditando y memorizando la Palabra de Dios. No importa cuantas veces repitamos un mismo tema. Incluso es necesario que así sea hasta que la mente lo penetre enteramente y esta enseñanza se haga vida en nosotros. No es bueno saltar de un tema a otro, sino profundizar uno y repetir, hasta que se logre el objetivo (2 Pedro 1:12).

BIBLIOGRAFÍA.
Dr. Juan Carlos Ortiz; "El Discípulo", 1977.
Rafael Serrano;
http://www.monografias.com/trabajos6/fubi/fubi.shtml#ense

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