LECCIÓN 25
© Pastor Iván Tapia Contardo
Lectura
bíblica: “1
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, / 2 puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la
cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. / 3
Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo,
para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. / 4 Porque aún no habéis
resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (Hebreos 12:1-4)
Palabra clave del capítulo: DISCIPLINA.
Idea central: Propósitos de la
disciplina del Señor.
Objetivos: a) Comprender el
concepto general de disciplina, como castigo y/o formación de la
persona; b) Comprender y valorar la disciplina de Dios y sus propósitos; c)
Aceptar la disciplina de Dios como elemento que nos desarrolla en la fe; d)
Comprender y experimentar la disciplina que nos indica que somos hijos y no
bastardos; y e) Vivir la disciplina de Dios como medio de santificación.
Resumen: Este capítulo nos enseña
acerca de la disciplina del Señor, cuan necesaria y eficaz es en el desarrollo
cristiano, para comprender que es dada por Dios como un Padre lo hace con sus
hijos y que permite nuestra progresiva santificación.
E
|
n este capítulo,
el Espíritu Santo nos enseña el valor de la disciplina. Antiguamente se llamaba
“disciplina” a un instrumento hecho ordinariamente de cáñamo, con varios
ramales, cuyos extremos o canelones eran más gruesos y servía para azotar, es
decir para disciplinar. Ejercen disciplina las autoridades sobre quienes tienen
poder; así los padres disciplinan a sus hijos, los maestros a sus alumnos, los
jefes a sus subordinados, etc. La disciplina existe donde hay autoridad.
Hay distintas
maneras de disciplinar, desde las más violentas hasta las más racionales, pero
siempre implica algún tipo de dolor o desagrado por parte del que la recibe.
Para un niño es doloroso que se le prohíba jugar cuando no ha hecho sus deberes
o se le disminuya la mesada; para un estudiante es doloroso obtener una mala
calificación o impedirle de salir al recreo, cuando ha tenido un mal
comportamiento; a un trabajador el descuento de cierta cantidad de su sueldo o
rebajarlo de estatus cuando no ha rendido como lo requiere el puesto de
trabajo, también es doloroso; un líder eclesiástico puede ser castigado cuando
ha tenido un comportamiento indigno de su condición de ministro; etc.
Hay dos motivos
de disciplina: 1) Cuando hay una conducta negativa por parte del disciplinado;
y 2) Cuando se quiere lograr un mayor desarrollo del disciplinado.
Esta segunda
motivación de la disciplina tiene relación con la formación e instrucción de la
persona, especialmente en lo moral. La disciplina de un hogar, de una escuela,
de un regimiento, de una universidad, de un partido político, en fin de
cualquier ente social que desee formar personas en cierta doctrina, va a
aplicar este tipo de disciplina, que puede consistir en: Valores, principios,
horarios, comportamientos, etc. los cuales apuntan a un modelo de persona.
En
el caso del creyente, se trata de la disciplina del Señor, la disciplina que
Dios administra a Sus hijos.
¿Qué propósitos tiene la
disciplina de Dios?
1.
La disciplina del Señor nos desarrolla
como cristianos.
“5
y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina
del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; / 6 Porque el Señor al
que ama, disciplina, Y azota a todo
el que recibe por hijo.” (Hebreos
12:5,6)
El consejo
Divino es:
1)
“no
menosprecies la disciplina del Señor”.
La
disciplina es valiosa para nuestro desarrollo integral como personas. Recuerde
que disciplina no sólo es castigo por un mal obrar, sino también formación para
un mejor obrar: “2 Hermanos míos, tened
por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, / 3 sabiendo que la prueba
de vuestra fe produce paciencia.” (Santiago
1:2,3)
2)
“Ni
desmayes cuando eres reprendido por él”. No desanimarse
porque estamos pasando una prueba, por muy difícil que sea. Solemos olvidar
este consejo y nos deprimimos, autocastigamos o enojamos con Dios y la vida,
cuando vivimos una prueba que nos supera. La prueba tiene una finalidad
superior, nuestra formación a la medida de Jesucristo: “6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo,
si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, / 7 para que sometida a prueba vuestra fe,
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego,
sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, / 8 a quien amáis sin haberle visto, en quien
creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
glorioso; / 9 obteniendo el fin de
vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.” (1 Pedro 1:6-9)
3)
“Porque
el Señor al que ama, disciplina, Y
azota a todo el que recibe por hijo.” Comprender que
si sufrimos algo que consideramos demasiado duro, incomprensible, injusto,
desagradable, lo que es permitido por Dios, no es porque Él nos haya olvidado o
no nos ame, sino todo lo contrario, porque está preocupado de nosotros y nos
ama como a hijos.
La disciplina
del Señor es muy necesaria para nuestro desarrollo cristiano. Sin ella
permaneceríamos estancados en la antigua vida, carnal y desobediente a Dios.
2.
La disciplina del Señor nos indica que
somos Sus hijos.
“7
Si soportáis la disciplina, Dios os
trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? / 8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.” (Hebreos 12:7,8)
La clave para
enfrentar la disciplina es tener paciencia, soportarla. Pablo, cuando habla
acerca de la virtud del amor, inicia su listado de características con la
paciencia: “El amor es sufrido...” (1 Corintios 13:4) Si amamos a Dios y el
propósito de Él para con nuestras vidas, sufriremos, estaremos dispuestos a
sufrir la prueba o trato de Dios con nuestra persona.
Ya hemos dicho
que estar en medio de la prueba, siendo tratados por el Señor, es signo de que
Él se ocupa de nosotros y nos ama. No es un Dios sádico, que quiera hacernos
sufrir, sino el Dios amoroso y Pedagogo que se propone formarnos. Veamos la
experiencia de uno de Sus apóstoles: “7 Y
para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue
dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que
no me enaltezca sobremanera; / 8 respecto a lo cual tres veces he rogado al
Señor, que lo quite de mí. / 9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi
poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien
en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. / 10 Por lo
cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en
necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces
soy fuerte.” (2 Corintios 12:7-10)
El Apóstol comprendió que el Señor quería desarrollar en él la humildad, además
de protegerlo de la soberbia; Dios le enseñó cuán valiosos eran los
sufrimientos en el camino de Cristo, de los cuales no debía reclamar sino
alegrarse. No es fácil entender y asumir esta actitud nueva en una cultura del
éxito y el disfrute, como la que vivimos. La resignación ante el dolor, la
humildad y el temor de Dios hoy día son muy mal vistos, pero nuestro Camino es
opuesto al camino del mundo.
Si no tuviéramos
esta disciplina de parte del Señor y viviéramos en un permanente éxito,
comodidad y siendo aplaudidos y admirados por todos, tendríamos que dudar de
nuestra condición de hijos de Dios. Es probable que en esa condición más nos asemejáramos
a los hijos del mundo. Los cristianos no somos hijos ilegítimos de Dios,
estamos en la misma categoría de los judíos, somos parte del Pueblo de Dios: “17 Y vino y anunció las buenas nuevas de
paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; / 18 porque por
medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre. / 19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos
de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:17-19)
3.
La disciplina de Dios nos santifica.
“9
Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por
qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? / 10 Y
aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban
como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad. / 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados.” (Hebreos
12:9-11)
De una u otra forma nuestros padres nos
disciplinaban. En mis tiempos de infancia era con un cinturón en el trasero,
una bofetada en la cara o quedar sin postre. Hoy día es quitándole al niño el
teléfono móvil, prohibirle el juego de video o salir con sus amigos. Los
tiempos cambian en sus formas, pero en el fondo se conserva la idea de formar
al menor en disciplina. Es cierto que hoy día se enseña a las personas a
defender sus derechos, pero tampoco olvidarse de sus deberes. La formación y
educación de un niño es para llegar a ser un adulto adecuado en sociedad, que
piense bien, que sienta bien y que actúe bien.
Pensar bien es saber razonar, utilizar el
cerebro que Dios le dio, el cual no es un adorno sino una herramienta para
vivir en sociedad. Sentir bien es tener sentimientos de solidaridad hacia el
prójimo, no ser una persona egocéntrica que sólo piensa en su propio bienestar;
los sentimientos también se educan. Actuar bien es comportarse de acuerdo al
canon moral y ético que fundamenta nuestra sociedad, el cual se resume en el
Decálogo de Moisés, aún y siempre vigente. Para quien no es creyente bastarán
sólo los últimos seis mandamientos y prescindirá de los cuatro primeros que
hablan acerca de Dios, pero el 60% ya es bastante: “12 Honra a tu padre y
a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te
da. / 13 No matarás. / 14 No cometerás adulterio. / 15 No hurtarás. / 16 No
hablarás contra tu prójimo falso testimonio. / 17 No codiciarás la casa de tu
prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni
su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” (Éxodo 20:12-17)
El niño o niña no deja de amar a
sus padres porque estos le disciplinen, salvo que tal disciplina fuese exagerada
o injusta. De allí el consejo bíblico: “Y
vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en
disciplina y amonestación del Señor.” (Efesios
6:4) Los padres esperan con ansias un hijo y cuando llega lo aman y cuidan,
le enseñan con ternura, esto es sentido por el niño, por tanto cuando llega la
disciplina hay una comprensión por parte del menor de que aquello es por su
bien. La disciplina provoca vergüenza y temor al infringir una norma, un niño
debe ser educado en la ley de sus padres: “24
De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que
fuésemos justificados por la fe. / 25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo
ayo” (Gálatas 3:24,25)
Si amamos y obedecimos a nuestros
padres en la niñez, por quienes tuvimos la vida biológica y terrenal, cuánto
más debemos en la adultez servir, amar y obedecer a nuestro Padre Dios, ya que
por Él tenemos la vida eterna. Según su parecer los papás nos disciplinaban;
seguramente en algunas ocasiones se equivocaron, fueron injustos o exagerados
en la disciplina, lo cual es comprensible ya que eran humanos caídos como
nosotros. Pero Dios nos disciplina por un propósito superior.
El motivo que tiene el Señor para
disciplinarnos es lograr en nosotros la santidad. Ciertamente nos llama
“santos” la Escritura puesto que hemos sido comprados a precio de sangre por
Jesucristo y ahora somos propiedad del Santo Dios, por tanto somos legítimos
santos. Pero otra cosa es la “santificación”, este proceso que cada cristiano
vive bajo el poder transformador del Espíritu Santo.
La santificación dura toda
nuestra vida en esta Tierra. Su propósito es transformarnos a la imagen de
Jesús, como lo explican los siguientes pasajes:
·
“Porque a
los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes
a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.”
(Romanos 8:29)
·
“11 Y él
mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, / 12
a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, / 13 hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:11-13)
Este proceso de transformación lo
opera el Espíritu Santo mediante los siguientes agentes:
a)
Circunstancias de la vida. Los dolores propios de cada
jornada en el hogar, el trabajo, la calle, etc. Son el trato y disciplina de
Dios para el creyente.
b)
Ministerio de la Palabra. Ejercido por el o los
ministros de Dios de la Iglesia en que el cristiano participa, le ayuda a
comprender la puerta, el camino y la meta de la fe cristiana.
c)
Discipulado. Guía y apoyo de un hermano mayor, para
discernir el Camino, comprender las circunstancias que se viven bajo la luz del
Evangelio. Implica sujeción al Cuerpo de Cristo.
d) Vida
devocional. Desarrollo de hábitos de oración, alabanza, adoración, meditación y
reflexión bíblica. Implica sumisión al Señor.
El camino de Cristo no es siempre
fácil, suele tener piedras y espinas, pero produce un fruto agradable, el fruto
del Espíritu Santo: “22 Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, / 23
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. / 24 Pero los que son de
Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. / 25 Si vivimos por
el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gálatas 5:22-25)
Hemos nacido por el Espíritu
Santo de nuevo, Él nos gestó y ahora nos habita. Lo propio, entonces, es que
vivamos dirigidos por Él y no por nuestras pasiones humanas.
CONCLUSIÓN.
La disciplina tiene dos
motivaciones: Castigar una conducta negativa y formar a la persona. En el caso
de la disciplina de Dios, los propósitos de ésta son: 1) Desarrollarnos como
cristianos; 2) Indicarnos que somos Sus hijos; y 3) Santificarnos.
PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1)
¿Qué tipo de disciplina ha ejercido sobre otras
personas?
2)
¿Le es fácil o difícil ejercer disciplina?
3)
¿Cuál ha sido su experiencia con el recibir disciplina?
4)
¿Cuál es la diferencia entre castigar y formar?
5)
¿Cómo ha experimentado usted la disciplina de Dios?
6)
¿De qué modo la disciplina le ha desarrollado en lo
espiritual?
7)
¿Por qué nos disciplina Dios?
8)
¿Qué formas de disciplina utilizaría usted actualmente
en la formación de los niños?
9)
¿Debe existir la disciplina en el trabajo y cómo se
puede conciliar ésta con los derechos del trabajador?
10) ¿Cree
usted que el desmoronamiento actual de las instituciones se deba a un problema
de disciplina?
11) ¿Por
qué el niño acepta la disciplina de los padres?
12) ¿Somos
los creyentes legítimos santos?
13) ¿Cómo
se opera el proceso de transformación en un creyente?
14) ¿Cuál
es a su juicio el agente de santificación más relevante?
15) ¿Qué
sentido tienen los dolores propios de cada jornada de la vida de un cristiano?
16) ¿Qué
función deben cumplir principalmente los ministros de Dios?
17) ¿Qué
agente es de guía y apoyo para discernir el Camino y comprender las
circunstancias que se viven bajo la luz del Evangelio?
18) ¿Cómo podemos saber que somos hijos de Dios?
19) ¿De
qué agentes se vale el Espíritu Santo para operar la santificación?
20) ¿Qué
función cumple el cerebro en la vida humana y qué importancia tiene en su
espiritualidad?
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