LECCIÓN 13
© Pastor Iván Tapia
Lectura
bíblica: “11
Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos
unos a otros. / 12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y
por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
/ 13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. / 14 Nosotros
sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que
no ama a su hermano, permanece en muerte. / 15 Todo aquel que aborrece a su
hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente
en él. / 16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por
nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. / 17
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y
cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? / 18 Hijitos
míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (San Juan 3:11-18)
Idea central: Características del amor
verdadero.
Objetivos:
a) Diferenciar
entre el amor humano y el Amor Divino; b)Comprender, valorar y practicar el “amor
ágape”; c) Conocer las cualidades que identifican al que ama verdaderamente, según San Juan; d) Comprender
y valorar que quien ama no envidia; e) Comprender y valorar que quien ama da vida; f) Comprender y valorar que quien ama obra
en verdad; y g) Comprender y aplicar conceptos como: Amor Divino y humano,
envidia espiritual y vida eterna.
Resumen: Se presentan
tres características del amor recibido de Dios, fruto del Espíritu Santo: Un
amor sin envidia, que da vida y que obra en verdad.
U
|
nas de las
principales características de la fe cristiana es que propaga el amor de Dios
por la Humanidad, el amor de Jesús en Su sacrificio en la cruz por los
pecadores, el amor del Espíritu Santo derramado en el corazón de cada creyente,
en fin el amor en sus distintas expresiones. Pero al mirar la Historia del
Cristianismo y la conducta de muchos cristianos, no deja el mundo de
sorprenderse ante muchas contradicciones entre su actuar y su teoría religiosa.
La Iglesia, a
través de los siglos, ha expresado el amor de Dios en obras de bien hacia los
desposeídos y quienes tienen distintos tipos de sufrimiento. Ha habido
numerosos cristianos que han destacado por su piedad y misericordia. Pero el
mundo no creyente también ha hecho obras de bien a la sociedad, muchos
científicos e inventores con sus descubrimientos e invenciones han favorecido a
los seres humanos, y grandes artistas han creado bellas obras que en cierto
modo elevan el espíritu. ¿Es todo esto amor? ¿Se puede considerar toda obra
benéfica para el Hombre, una obra nacida del amor de Dios?
¿Cómo se reconoce el amor verdadero?
1.
El que ama no envidia.
“11
Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos
unos a otros. / 12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y
por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
/ 13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece.” (San Juan 3:11-13)
El mensaje que
nos dejó Jesús, dice el apóstol Juan, es claro: Que nos amemos unos a otros. Desde el inicio de la Iglesia, ha sido
el mismo mensaje y lo será siempre:
“34
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado,
que también os améis unos a otros. / 35 En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:34,35)
“12
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. / 13
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” (San Juan 15:12,13)
¿Por qué San
Juan tiene que recordarles esto a los cristianos, esto que es tan básico? Y
pareciera que hoy día nuevamente tiene que recordárnoslo. Porque no lo estamos
cumpliendo, no nos estamos amando unos a otros: Hay críticas, murmuraciones,
divisiones, rencillas, envidias, competencia, etc. Es una vergüenza que esto
suceda en la Iglesia que fundó Jesucristo, la Familia de Dios fundada en el
Amor.
Y Juan nos
lleva, como siempre, al comienzo. ¿Qué más antigua que esa división entre los
hermanos Caín y Abel? Son los orígenes de nuestra raza, hijos de Adán. Nosotros
llevamos ese germen de pecado. Llegó a tal punto la envidia y la ira de Caín,
que fue capaz de asesinar a su propio hermano. Abel era bueno, puro y adoraba
con sinceridad a Dios. El Señor se alegraba de su entrega porque conocía su corazón.
Pero, mientras más grande era el gozo de Dios ante las ofrendas de Abel, más se
llenaba de envidia y odio el alma de Caín. Su ira ya no era sólo con Abel sino
también contra Dios:
“1 Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y
dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. / 2 Después dio a luz a su
hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. /
3 Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una
ofrenda a Jehová. / 4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas,
de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; / 5
pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran
manera, y decayó su semblante. / 6 Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has
ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? / 7 Si bien hicieres, ¿no serás
enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a
ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. / 8 Y dijo Caín a su hermano
Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se
levantó contra su hermano Abel, y lo mató.” (Génesis 4:1-8)
Caín mató a Abel
“porque sus obras eran malas, y las de su
hermano justas.” Le molestaba que Abel fuera bueno y agradara a Dios.
Satanás entró en su corazón y le impulsó a destruir a Abel. La envidia es el
enojo por el bien ajeno; cada vez que nos molestamos por un éxito de otro,
estamos cayendo en el pecado capital de la envidia.
Caín representa
al mundo y Abel al Reino de Dios; Caín es el no creyente y Abel el cristiano.
Al mundo le molesta nuestra fe, nuestro apego al mandamiento Divino, nuestra
insistencia en hacer lo que a Dios agrada, y por eso nos aborrece: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo
os aborrece.”
La envidia es
contraria al amor y puede producir: murmuración, robo, odio, alegría por el
fracaso o la adversidad de los demás. El envidioso disminuye la gloria del
otro. Luzbel, el querubín de Dios, tuvo envidia del Todopoderoso y quiso robar
Su gloria y poder, murmuró contra Él e hizo rebelarse a la tercera parte del
cielo; luego hizo lo mismo con el hombre. Por la envidia del Diablo entró la
muerte al mundo.
Hay pecados que
son verdaderas blasfemias contra el Espíritu Santo que nos santifica. Uno de
ellos es la envidia que puede sentir un creyente de la gracia de otro, la
envidia del hermano. En este caso se desprecian los dones sobrenaturales dados
a un hermano. Este es un pecado imperdonable. En cierto modo el hombre o la
mujer están envidiando al Espíritu Santo glorificado en Sus obras.
La envidia
espiritual es uno de los pecados más satánicos, pues no sólo se siente envidia
y tristeza del bien del hermano (de su bondad, de su espiritualidad, de su
capacidad evangelizadora, de su entrega al Señor, de los dones que Dios le ha
dado, etc.) sino de la operación del Señor mismo en este mundo. Es, en
definitiva, un pecado contra el Espíritu Santo que concede los dones para la
santificación del creyente; es el pecado de Satanás a quien le molesta la
santidad de los justos:
“31
Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la
blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. / 32 A cualquiera que
dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que
hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el
venidero.”
(San Mateo 12:31,32)
Los escribas de
Jerusalén decían que Jesús tenía dentro a Beelzebú y que por el príncipe de los
demonios echaba fuera los demonios, o sea blasfemaban contra el Espíritu Santo
que habitaba en Cristo. Por eso Jesús les dijo:
“28
De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los
hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; / 29 pero cualquiera que
blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de
juicio eterno. / 30 Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo.” (San Marcos 3:28-30)
El amor
verdadero no envidia sino que es humilde y compasivo: “4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el
amor no es jactancioso, no se envanece; / 5 no hace nada indebido, no busca lo
suyo, no se irrita, no guarda rencor; / 6 no se goza de la injusticia, mas
se goza de la verdad.” (1
Corintios 13:4-6)
2.
El que ama da vida.
“14
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los
hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. / 15 Todo aquel que
aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida
eterna permanente en él.” (San Juan 3:14,15)
Cuando andábamos
por este mundo sin Dios, despreciando o siendo indiferentes a la fe de Jesús,
haciendo lo que queríamos, en verdad estábamos muertos espiritualmente. Nuestra
vida no tenía un sentido trascendente; nuestro espíritu estaba vacío de Dios,
pues no teníamos el Espíritu Santo; vivíamos alejados de Dios y estábamos
condenados, por nuestra impiedad, al infierno. Al convertirnos a Jesucristo,
fuimos vivificados y pasamos de muerte a vida.
La máxima
expresión de la nueva vida es el Amor, por tanto amar al hermano en la fe, amar
al hermano en Cristo, amar al que es parte del Cuerpo es como amarse a sí mismo
y a Dios. Amar al hermano es amar al Señor. Dice el apóstol: “sabemos que hemos pasado de muerte a vida,
en que amamos a los hermanos”. Si cuidamos de nuestro cuerpo físico, con
mayor razón cuidaremos de nuestro cuerpo espiritual. Con respecto a este
último, no lo miremos exclusivamente en forma individualista pensando sólo en
nuestro espíritu, sino que pensemos en nuestra pertenencia a un Cuerpo y un
Espíritu mayor, el Cuerpo de Cristo y el Espíritu Santo del Señor:
“29
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la
cuida, como también Cristo a la iglesia, / 30 porque somos miembros de su
cuerpo, de su carne y de sus huesos.” (Efesios 5:29,30)
Si no amamos al
hermano en Cristo, significa que aún estamos muertos. ¡Cuidado, no vaya a ser
que creas estar vivo en Cristo, pero en verdad estás muerto! Y tal vez tu
conversión es sólo algo aparente, el buen deseo de tu alma de sentirse bien, de
estar con la conciencia tranquila, de creer que hay un dios que te protege, de
pertenecer a un grupo de buenas personas, de explicarte la vida, en fin todo un
autoengaño. No pretendo hacerte dudar de tu fe, sino de que tomes conciencia de
ella. El apóstol Juan es categórico: “El
que no ama a su hermano, permanece en muerte.”
El texto pone al
que no tiene afecto fraternal al mismo nivel de un “homicida”, un asesino. Los
cristianos a veces matamos a un hermano con murmuración, malos comentarios
sobre su persona, falta de misericordia, indiferencia, desprecio, etc. ¿No
sucede esto con más frecuencia de lo que pensamos?
El cristiano
verdadero ha de tener vida eterna
permanente en él. Aquí hay dos ideas que debemos comprender: Vida eterna y
vida eterna permanente. La vida eterna es más que vivir eternamente, no morir
jamás. Todos los hombres tienen vida eterna, si creemos en la inmortalidad del
alma, incluidos los no creyentes. Si no fuera así no habría castigo eterno:
“10
Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde
estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los
siglos de los siglos. / 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida
fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:10,15)
El texto de Juan
se refiere a la vida “zoe”, la vida de Dios; esta es la vida que tenemos los
cristianos y que no tienen los ateos, los agnósticos y no creyentes en general.
Si tengo el Espíritu Santo tengo esa “vida”, mas ésta debe ser permanente,
constante, no una visita eventual sino un morador habitual en nosotros. Nuestro
deber es conservar la vida permanente, como una llama que nunca se apaga.
Teniendo esa vida amaré a mis hermanos y a mi prójimo en general, aún a mis enemigos.
Al tener la “vida” de Dios no daré muerte sino vida, que es dar amor.
Dar vida
significa: Edificar, no destruir; respetar, no desairar; apoyar en vez de
abandonar; bendecir y no maldecir; dar y no quitar o robar. En términos de un
jardinero, dar vida es: Regar y no dejar secar; cuidar, no maltratar; podar
cuando es necesario, no dejar crecer indiscriminadamente; limpiar y no
ensuciar. Pablo dio vida a través de sus cartas y prédicas a mucha gente,
inconversos y creyentes; Pedro dio vida a la Iglesia, cuando evangelizó a más
de 3.000 personas en Pentecostés; Juan nos sigue dando vida a través de estas
epístolas que amplían nuestros conceptos cristianos; María dio vida a la
Humanidad al decir al ángel Gabriel: “He
aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” (San Lucas 1:38); Jesús dio vida en cada
uno de Sus milagros y palabras, como cuando liberó de culpa a la pecadora: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
(San Juan 8:11)
¿Estás dando
vida a tus hermanos y a tu prójimo, o estás dando muerte, juzgándolos, condenándolos
y abandonándolos? ¿Estás edificando y restaurando como Nehemías, o estás
destruyendo y desanimando como los “amigos” de Job? Si estás dando vida, ora
para que esa vida sobreabunde cada día más. Si no lo estás haciendo, pide
perdón al Señor, arrepiéntete y disponte en las manos del Dios de San Juan, el
Dios de Amor, para comenzar a dar vida a todos cuantos te rodeen.
3.
El que ama obra en verdad.
“16
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también
nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. / 17 Pero el que tiene
bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su
corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? / 18 Hijitos míos, no amemos de
palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (San Juan 3:16-18)
Desde niños conocemos el amor en la persona de nuestros padres. Ellos nos
traen a este mundo y nos cuidan con gran dedicación, salvo excepciones. Al
crecer conocemos el amor fraternal de hermanos y amigos, y en la juventud el
amor sentimental. Sin embargo San Juan nos dice que recién, al conocer a
Jesucristo, hemos conocido el amor. Indudablemente se trata de un amor
distinto, no el amor humano –que es bello y respetable- sino el amor Divino,
este Amor que acostumbro escribir con mayúscula.
Si hemos
conocido ese Amor capaz de dar la vida por nosotros, entonces deberíamos hacer
lo mismo. Suena bello, pero ¿Podremos hacerlo? ¿Cuándo se ejecutará tal cosa?
¿Cómo podríamos realmente dar la vida por un hermano? En los tiempos de la
primera Iglesia en que había persecución con peligro de martirio (morir
crucificado, quemado, lapidado, desollado, apaleado, etc.) era muy factible dar
la vida por los hermanos o dar la vida por la causa de Cristo. Pero también
había hermanos que no eran capaces de hacerlo, que les faltaba el coraje o la
convicción. Esta Palabra se prueba en casos extremos, pero también en nuestra
vida diaria simple y cómoda de los tiempos actuales.
Hoy día podemos
dar la vida por el hermano cuando renunciamos a nuestras comodidades y lo
atendemos en su necesidad; cuando lo defendemos en público ante el descrédito
del mundo; cuando dedicamos tiempo a escucharlo y aconsejarlo; cuando lo
atendemos en la enfermedad; cuando pasamos por alto el juicio de otros y lo
visitamos en su aislamiento (cárcel, hogar, etc.); en fin cuando dejamos a un
lado nuestros intereses y nos damos al hermano.
Cuando el Señor
nos ha bendecido con casa, auto, dinero en el banco, un buen trabajo o
jubilación, herencias, etc. y vemos a un hermano en necesidad, lo propio es que
abramos el corazón y la cartera, para ayudarle primero materialmente. Si no lo
hacemos significa que el Amor de Dios no está en nosotros y hasta podríamos
dudar de que el Espíritu Santo more en nuestra vida. El Amor es más que un
sentimiento, es más que una convicción, pensamiento o filosofía de vida. El
Amor del que habla San Juan en la Biblia, es un don de Dios, el primer fruto
del Espíritu Santo. Este Amor no es palabrería sino hechos, acciones. Si usted
tiene a Cristo en su corazón amará de ese modo, no “de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.”
CONCLUSIÓN.
El amor del que
nos habla la Biblia es el Amor de Dios, sin desestimar el amor humano
(paternal, fraternal, matrimonial, etc.). El Amor Divino es el que se da por
entero al otro, es el “amor ágape”. San Juan señala en estos versículos tres
cualidades que identifican al que ama
verdaderamente: 1) El que ama no envidia; 2) El que ama da vida; y 3) El
que ama obra en verdad.
PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1)
¿Es lo mismo el amor humano que el amor
Divino y por qué?
2)
¿Qué cualidades identifican al amor
cristiano?
3)
¿Cuáles son, a su juicio, las
principales características de la fe cristiana?
4)
¿De qué forma los cristianos, a través
de la Historia, hemos vivido y negado el Evangelio de Amor?
5)
¿Se puede considerar toda obra benéfica
para el Hombre, una obra nacida del amor de Dios?
6)
¿Cómo se pueden superar en la Iglesia
las críticas, murmuraciones, divisiones, rencillas, envidias, competencias y
otras actitudes de desamor?
7)
¿Qué podemos hacer cuando en nuestro
corazón o en un discípulo surge la envidia de la gracia del hermano?
8)
¿Cómo dieron vida Pablo, Pedro, Juan,
María y Jesús?
9)
¿Cuáles son
los aspectos positivos y negativos del amor humano (paternal, fraternal,
sexual, sentimental)?
10) ¿Cómo
puede ser la aparente conversión de alguien un autoengaño?
11) ¿Qué
es para usted dar amor?
12) ¿Cómo
da vida un jardinero?
13) ¿Cómo
podríamos realmente dar la vida por un hermano?
BIBLIOLINKOGRAFÍA.
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Reina,
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Estados Unidos: Broadman & Holman Publishers.
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Rizo Martínes, José L. “Diccionario Bíblico” Recuperado de: http://es.scribd.com/doc/50636670/Diccionario-Biblico-Jose-L-Rizo-Martinez#scribd
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(1966, 1970, 1979, 1983, 1996) “Dios
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https://es.wikipedia.org/
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Pérez Millos, Samuel
“Comentario Exegético Al Texto Griego del Nuevo Testamento –
Hebreos”
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https://www.biblegateway.com
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De Aráujo Almeida, Inácio “Los hijos de la envidia” Disponible en:
https://es.gaudiumpress.org/content/29819-Los--hijos--de-la-envidia
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