ISAÍAS, EL PROFETA MESIÁNICO
CAPÍTULO 6
© Pastor Iván Tapia
La visión de
Isaías
“1
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y
sublime, y sus faldas llenaban el templo. / 2 Por encima de él había serafines;
cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus
pies, y con dos volaban. / 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
/ 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba,
y la casa se llenó de humo.” (Isaías
6:1-4)
El rey Uzías de Judá, también conocido
como Ozías, murió el año 740 AC y estando Isaías en oración en el Templo de
Jerusalén, tuvo una visión. Tan profunda era su meditación en Dios y adoración,
que el Señor le concedió ver parte de Su gloria. Podemos experimentar algo así
cuando sostenemos una comunión espiritual intensa con el Altísimo y Él desea
manifestarse, pues no es algo que esté en manos humanas provocar.
Isaías vio al Señor sentado en Su trono
en un lugar tan alto y sublime, que produjo en él gran emoción. Era
extraordinariamente bello. Lo curioso es que Sus faldas llenaban el Templo, es
decir que Dios vestía una larga túnica, como de Sacerdote. La falda es una
parte de una prenda larga de vestir que cae desde la cintura y cubre la parte
baja del tronco y las piernas. Varios textos de la Biblia nombran las faldas,
tanto de mujeres como de hombres. Pero en verdad Isaías no se refiere a una
falda como la entendemos ahora, sino que a una prenda que era propia de un rey,
una túnica especial, a la cual se añadía tela cada vez que era victorioso en
una batalla. En esa tela se bordaba la historia de sus triunfos. Nuestro Rey es
victorioso en batallas: “Tuya es, oh
Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque
todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh
Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.” (1 Crónicas 29:11)
Cuando Isaías dice que vio al Señor no
es que lo viese con sus ojos humanos, sino que le vio en el espíritu y el
templo que se llena con la orla del manto del Señor es el Templo del Cielo. Él
está describiendo lo que en espíritu pudo contemplar: la Presencia de Dios. No
podemos saber si lo que contempla el profeta es una descripción exacta de la realidad
celestial o es una traducción metafórica o simbólica de esa realidad
sobrenatural, ciertamente inefable, imposible explicar con palabras humanas.
Cuenta que sobre Dios se veía unos seres
celestiales llamados serafines. Son criaturas muy humildes y reverentes con la
Divinidad. Sus alas simbolizan que con prontitud ejecutan Su voluntad. Lo
alaban con un cántico alternativo y ardiente de amor, por eso son flamígeros.
No bajan a la Tierra sino que giran permanentemente en torno al trono
entonando: “Santo, santo, santo, Jehová
de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” Cubren sus
rostros expresando temor de Dios y protegiéndose de Su gloria poderosa que
podría destruirles, como cuando Moisés fue llamado por Jehová en la zarza
ardiente: “Y dijo: Yo soy el Dios de tu
padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió
su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.” (Éxodo 3:6) O cuando el profeta Elías
escuchaba el “silbo apacible y delicado” del Señor: “13 Y cuando lo
oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la
cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:13)
Es importante que recordemos que los
ángeles no tienen cuerpo pues son espíritus. Cuando la Palabra dice que los serafines
cubren sus pies con dos de sus alas, quiere entregar un significado simbólico. Los
pies están en contacto con la tierra, por lo tanto se ensucian con facilidad.
Cubrirlos significa protegerlos del polvo, guardarlos en santidad. La primera
vez que aparece la palabra “pies”, en plural, en la Biblia es para la visita que
tres varones hicieron a Abraham en el encinar de Mamre: “Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y
recostaos debajo de un árbol” (Génesis
18:4) Cuando Jesús lavó los pies de Sus discípulos, quiso significar que Él
nos lavaba de nuestros pecados.
El vuelo de los serafines transmite la
idea de que son seres sobrenaturales. El hombre no puede volar, lo hace sólo
premunido de tecnología, sin embargo un día volaremos hacia lo alto, con Jesús:
“Luego nosotros los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.” (1 Tesalonicenses 4:17)
Decíamos más arriba que estos seres no
bajan a la Tierra sino que giran permanentemente en torno al trono entonando: “Santo, santo, santo, Jehová de los
ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” Sea que interpretemos
estos tres “Santo” como una alusión a la Trinidad Divina, o que se refiere al
superlativo hebreo, es evidente que ellos le adoran perpetuamente. Isaías
contempló esta escena e indudablemente, como ellos, también adoró. La adoración
no es privativa de los serafines y demás seres celestiales, como ángeles,
arcángeles o querubines, sino de toda la creación. El libro de Salmos nos
exhorta 33 veces a alabar y adorar a Jehová, culminando con la expresión: “Todo lo que respira alabe a JAH. Aleluya.”
(Salmos 150:6) La expresión hebrea “hallĕlū-Yăh” significa “alaben a
Yah” Es lo que todo cristiano hace cuando se comunica con su Padre Celestial.
Isaías escuchó una
voz poderosa que gritaba y tal era su poder que las puertas se estremecieron y
la casa de Dios se llenó de humo. El juicio y la presencia poderosa de Dios se
asocian al humo, en el Antiguo Testamento. Podemos verlo en la destrucción de
Sodoma y Gomorra: “Y miró hacia Sodoma y
Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el humo
subía de la tierra como el humo de un horno.” (Génesis 19:28) También cuando Jehová desciende sobre el Monte
Sinaí: “Todo el monte Sinaí humeaba,
porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo
de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera.” (Éxodo 19:18)
La visión de Isaías
nos enseña que:
·
La
contemplación del Señor abre nuestros ojos espirituales para ver las cosas del
Cielo.
·
Necesitamos
contemplar la grandeza de Dios en Su gloria.
·
Debemos
aprender de los serafines su humildad y rapidez en servir al Señor.
·
Es
tiempo que adoremos a Dios como lo enseña Salmos.
Dios quiere que experimentemos la visión
de Isaías.
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