Enseñanza 23
© Maestra Elena Montaner
“El amor.../ 5 no
hace nada indebido,...”
1 Corintios 13:5
La versión Dios Habla Hoy
(DHH) dice: “4 Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia,
ni ser presumido, ni orgulloso, 5 ni grosero, ni
egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; 6 es
no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. 7 Tener
amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo.” (1 Corintios 13:4-7)
Identificamos la delicadeza del amor cuando
no somos presumidos, ni groseros, ni egoístas, este amor que proviene de Dios
para colocarnos una corona con varias
perlas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza. (Gálatas 5:22-23)
Tengamos presentes estos frutos del Espíritu
que nos permiten ser personas delicadas como Jesús.
Jesús nos plantea un gran desafío: el amor
es delicado. ¿Cómo nosotros podemos ser delicados con nuestros prójimos?
Especialmente cuando no recibimos delicadeza de su parte. El Señor nos dice
claramente que amemos a nuestro enemigo, pero ¿cómo podemos hacerlo realmente
si algún prójimo se comporta poco delicado con nosotros?
- El
comportamiento de una persona grosera es la que carece de cortesía,
delicadeza o respeto hacia los demás.
- La
delicadeza se asocia a la suavidad y a la ternura.
- Una persona delicada, en este sentido,
evita la brusquedad y la violencia, y trata de conducirse con afecto y
respeto.
- La
delicadeza implica hablar en voz baja y apacible, evitar los gritos y
manejarse con calma.
- La persona
actúa con delicadeza y trata a los demás con ella, es alguien que viene a
dejar patente también que es sencilla, respetuosa, afable, serena, con
capacidad de autodominio y tolerante en lo que respecta al trato con el
resto de las personas.
- La persona
que tiene delicadeza lo demuestra por su paciencia, por su manera
respetuosa en el trato con los demás, porque espera a que terminen de
expresarse para poder exponer sus ideas, porque se muestra relajada en
todo momento y porque nunca eleva la voz.
- Jesús, modelo de Hombre y modelo del amor, es sensible y delicado en el trato. Cuando estuvo en la Tierra, como hombre fue delicado en el trato.
Veamos
algunos aspectos de la delicadeza de Dios:
1)
El
trato delicado de Jesús con las mujeres:
“Enderezándose Jesús, y no viendo a
nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
¿Ninguno te condenó?/ Ella dijo: Ninguno,
Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
(San Juan
8:10,11)
Ella
era una adúltera, al igual que nosotros
cuando decimos que lo amamos y nos vamos con nuestro propio pensamiento, cuando
amamos nuestras propias decisiones y no lo tomamos en cuenta. No consideramos a
nuestro Esposo. Tomamos decisiones sabiendo que a Él no le agrada. No agradamos al esposo, somos adúlteros. Sin
embargo Jesús nos trata con su delicado amor y nos tiene paciencia, nos espera
a que recapacitemos. Entonces nos perdona y nos dice que no pequemos más. No lo consideramos pero Él nos defiende
de nuestra propia equivocación y nos
libera. Eso es delicadeza, eso es la
manifestación de su delicado amor.
El
amor del Señor hacia nosotros es tierno, delicado y cuidadoso:
“Yo soy la rosa
de Sarón, y el lirio de los valles. / Como el lirio entre los
espinos, así es mi amiga entre las doncellas. / Como el manzano entre
los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la
sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar. /Me llevó
a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor.” (Cantar de los Cantares 2:1-4)
2)
Jesús nos pastorea con delicadeza:
La ternura con que el Señor Jesucristo nos pastorea,
se compara a la forma en que un pastor atiende, cuida y anima a sus ovejas a
seguir adelante, a pesar de sus tropiezos, enfermedades y heridas, situaciones
trágicas que ocurran en el camino, etc. que podemos experimentar en la vida, y
nos cura, nos alivia, nos mantiene
cerca, nos busca si nos apartamos y nos trae a Él si estamos perdidos, perdonándonos
y amándonos con ternura.
Cuando vemos nuestro pasado, nos
damos cuenta de todo lo que el Señor Jesús hizo para traernos a Él. Como
nuestro buen Pastor, Él nos encontró a nosotros los perdidos, nos llevó en Sus
hombros delicadamente y nos trajo a Su hogar. Cuando creímos en Él, Él nos perdonó,
nos lavó y entró en nosotros como el Espíritu vivificante para estar con
nosotros para siempre. Ahora Él es el Pastor que mora en nosotros, cuidándonos
tanto interna como externamente. ¡Qué gran demostración de su delicado amor
hacia nosotros sus ovejas!
Y cuando nos desesperamos, nos
frustramos y nos amargamos por las dificultades de la vida, Él nuestro Buen
Pastor nos levanta en sus brazos y nos trae de regreso al hogar, junto a Él:
“En
lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. / Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. /Aunque ande
en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me
infundirán aliento.” (Salmos 23:2-4)
3)
El Espíritu Santo de Dios es
delicado:
·
El
Espíritu Santo es la delicadeza y ternura de Dios, que todo lo mueve y da vida
sin que lo advirtamos. El Espíritu Santo del Señor nos guía hacia toda verdad,
lo hace con suavidad, con ternura, con paciencia, con bondad, con delicadeza
porque nos respeta y nos deja libres, sin embargo está atento cuando nos
descarriamos y con suave voz, nos llama a terreno.
Una vez
que el Señor Jesús resucitó, estando con los discípulos, sopló sobre ellos y
les dijo: “…Recibid el Espíritu Santo” (San Juan 20:22).
Como el soplo de Dios en el Jardín del Edén, Dios tomó a Adán y sopló en su nariz: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7)
Así
mismo, Jesús sopló en sus discípulos, esta vez fue aliento de vida para fortaleza que requerirían para la gran
comisión. En el Jardín del Edén fue aliento para la vida, en los discípulos fue
aliento de su Gracia.
Es
tanta la delicadeza de Jesús en este gesto pues el aliento que sopló en sus
discípulos era aliento de vida para sus espíritus.
·
El Espíritu de
Dios es como el viento, puede ser recio o puede ser suave y delicado como la
brisa.
Así
como en Pentecostés el Espíritu Santo se comportó como un viento recio que
llenó toda la casa donde estaban reunidos: “Y
de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el
cual llenó toda la casa donde estaban sentados; /y se les aparecieron
lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. /Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:2-4)
Pero
fue como una brisa cuando Jesús sopló en sus discípulos. El Salvador fue
tierno, suave, apacible, cortés y atento con ellos.
CONCLUSIONES
·
Dios siempre ha sido delicado en su amor hacia
nosotros. Esta ternura se evidencia en la ternura con
que nos ha tratado, en su amor incondicional hacia nosotros. Esa misma ternura, Dios
desea que cada uno de los creyentes, hagamos visible, mediante el trato fino y
amable con todos los hermanos y también con todas las personas que nos rodean.
La ternura es una evidencia
grande, de que Cristo mora en nosotros. La dulzura de Cristo se ve manifestada,
mediante las palabras, la disposición para ayudar al prójimo, y el deseo
ferviente para trabajar en la iglesia de Dios.
·
Amar
también es obrar con tacto y delicadeza. Jesús nos ama de esta
manera, en la vida que tuvo en la Tierra, en la cruz del Calvario y luego en su
resurrección. Es mucho más que la sencilla cortesía humana, a menudo muy
cercana a la hipocresía. La delicadeza
del amor se interesa verdaderamente por el otro; es sensible a sus
aspiraciones. El amor no busca su propio interés.
Si
no se ve claramente en nosotros “la mansedumbre y ternura de Cristo”
(2
Corintios 10:1), ¿Quién escuchará el mensaje que queremos entregar?
¿Cómo será el testimonio que mostraremos a nuestros hermanos, familia, amigos y
donde quiera que vayamos?
·
Seguir a Jesús nos asegura que Él sana nuestra alma y
venda nuestras heridas. Nos infunde
rasgos como la delicadeza, la sinceridad, la humildad y calibra nuestra mente
para que funciones a base de fe, esperanza y amor, incluso hacia aquellos que
no nos comprenden, que no nos respetan, que nos insultan o acusan injustamente.
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