LA CASA DEL PAN
REFLEXIÓN Nº2
© Pastor Iván Tapia
Contardo
Lectura bíblica: “9 Por tanto, guárdate, y
guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos
han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien,
las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. / 10 El día que estuviste
delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo,
para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme
todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos” (Deuteronomio
4:9,10)
Idea central: Razones por las cuales instruir
a la familia en la Escritura.
Objetivos: a) Comprender y valorar la importancia de instruir a la familia en el Evangelio;
b) Conocer las razones primordiales por las que las familias deben ser
instruidas en la Escritura; c) Alimentar la memoria intelectual con los hechos
maravillosos de Dios en Su pueblo; d) Impactar la memoria emotiva de las nuevas
generaciones con la Palabra de Dios; y e) Inculcar en la familia el temor a
Dios.
Resumen: Es deber de todo cristiano instruir a su
familia en el Evangelio. El capítulo 4 de Deuteronomio nos enseña a guardar el
alma con diligencia, a testificar y enseñar el Evangelio a nuestros hijos y
nietos, y a instarles al temor de Dios. El texto nos da tres razones
primordiales por las que las familias deben ser instruidas en la Escritura: alimentar
la memoria intelectual, impactar la memoria emotiva e inculcar el temor de Dios.
A
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ctualmente, a pesar de la cantidad de traducciones y
versiones de la Biblia, todavía hay mucha ignorancia sobre las Escrituras
Sagradas. Tal vez esto es resultado de un creciente desprestigio de las
iglesias y la religión, como también del espíritu de la sociedad en que nos ha
tocado vivir, bastante hedonista y en que la publicidad motiva y estimula la
sensualidad, lo superficial y todo lo fácil.
Si todavía nos consideramos creyentes en Dios, cualquiera
sea la concepción cristiana que tengamos, es necesario que conozcamos la
Biblia, que contiene la voluntad y Palabra de Dios para la Humanidad. En el
sagrado Libro se nos enseña, entre otras muchas cosas, como debe la familia ser
instruida en la Verdad de Dios. Tal cosa será muy edificante para el niño y el joven,
las generaciones futuras de la sociedad y de la Iglesia, puesto que les
instruirá en aspectos morales y espirituales, y les llevará por el camino de
salvación de sus almas. Para el adulto, padre, madre, abuelos, sus enseñanzas
serán fuente de consolación y esperanza frente a las vicisitudes de la vida.
Transmitir la Escritura a su familia es deber de todo
cristiano. Lo haremos con inteligencia, amor, perseverancia y fe, evitando ser
gravosos y más bien motivando a su conocimiento. El libro de Deuteronomio nos
ordena en el capítulo 4 instruir a la familia en las Escrituras.
¿Por qué debemos instruir a nuestras familias en la
Escritura?
1. Para que no se olviden de las cosas que sus
ojos han visto.
“9 Por tanto, guárdate, y
guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos
han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida...” (Deuteronomio
4:9a)
Moisés, el gran líder de los hebreos, quien les
libertó de la esclavitud de Egipto, conduciéndoles a la Tierra Prometida, les
encarga que se cuiden en el aspecto moral y espiritual, mismo consejo que
debiéramos tomar todos los que seguimos al gran Líder del Nuevo Testamento que
es Jesucristo. Y ese cuidado ha de ser con diligencia. Quizás somos muy
diligentes para obtener dinero y recursos para nuestras familias, pero no
aplicamos la misma diligencia en cuanto a la protección y desarrollo del alma y
el espíritu. Cuando hablamos de alma, nos referimos a la psique o psiquis (los
pensamientos, las emociones, los valores, la voluntad).
Es diligente quien pone mucho interés, esmero, rapidez
y eficacia en la realización de un trabajo o en el cumplimiento de una
obligación o encargo. El consejo de la Escritura aquí es la diligencia en
guardarse para Dios y guardar el alma, es decir cuidarla del mal. Dios nos
insta a la vida correcta, a la pureza de alma, al buen corazón, a la limpieza
de mente, es decir a la santidad. Dios es Santo, no tiene pecado, es
absolutamente correcto en lo moral; como hijos de Él debemos imitarle y
procurar vivir una vida santa. La vida cristiana debe ser una vida en
corrección. Todos los seres humanos, hasta los considerados más correctos,
somos pecadores; la diferencia entre los creyentes y los no creyentes, es que
nosotros somos “pecadores arrepentidos”. De acuerdo a la definición de
diligencia, tendríamos que poner todo nuestro interés, esmero, rapidez y
eficacia en vivir la santidad, que no es otra cosa que hacer la voluntad de
Dios.
Como vimos en la reflexión anterior, podemos ser
diligentes con la ayuda del Espíritu Santo que nos ha otorgado el don de temor
de Dios. Este don nos advierte y detiene cada vez que intentamos salirnos del
camino y obrar mal, siguiendo los dictados de la carne y no los deseos del
espíritu. El Espíritu Santo es un gran poder que fomenta en las personas la
virtud y la superación del pecado. Quien quiera vivir sabiamente, conforme a la
voluntad Divina, será guiado por el temor de Dios: “El principio de la
sabiduría es el temor de Jehová;
Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos; Su loor
permanece para siempre.” (Salmos
111:10)
Moisés encargó a su pueblo que guardase el alma
diligentemente con el propósito de que no olvidaran los milagros que Dios había
hecho entre ellos al liberarlos y conducirlos por el desierto, ni se apartaran
de la fe en el Todopoderoso Libertador. El conocimiento de la Escritura nos
ayuda a recordar los maravillosos hechos de Dios en la vida de Su Pueblo, al
cual nosotros pertenecemos, y a guardar el alma con diligencia.
2. Para que esas cosas no se aparten jamás de su
corazón.
“ni se aparten de tu corazón
todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos
de tus hijos.” (Deuteronomio 4:9b)
Aquellos hechos maravillosos que el Señor hizo en
Israel son similares a los que ha ejecutado en nuestras vidas: Ellos fueron
sacados de la esclavitud de Egipto, nosotros fuimos liberados del Reino de
Tinieblas; ellos salieron de la dictadura del Faraón, nosotros fuimos
rescatados del poder de Satanás; ellos miraron la serpiente de bronce puesta en
alto por Moisés y fueron sanados de las picaduras de las serpientes, nosotros
miramos a Jesucristo colgado a la cruz y fuimos sanados del pecado, la
mordedura de Satanás; ellos atravesaron el Mar Rojo, nosotros atravesamos las
aguas del bautismo; ellos peregrinaron por el desierto con dirección a Canaán,
nosotros peregrinamos por el desierto de la vida con dirección al Cielo; ellos
iban tras Moisés, el líder que los salvó de la opresión y nosotros seguimos a
Jesucristo, nuestro Salvador; ellos bebían agua de la roca, nosotros bebemos el
Espíritu Santo de la Roca eterna; ellos se alimentaron del maná en el desierto,
nosotros nos alimentamos de la Palabra de Dios...
Tales maravillas las enseñamos a nuestros hijos y
nietos, porque son reales para nosotros. Somos testigos de los maravillosos
hechos de Dios en nuestras vidas. Es mandamiento de Dios hacerlo: “1 Estos, pues, son los mandamientos,
estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que
los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; / 2
para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus
mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días
de tu vida, para que tus días sean prolongados. / 3 Oye, pues, oh Israel, y
cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche
y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. / 4
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. / 5 Y amarás a Jehová tu Dios
de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. / 6 Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; / 7 y las repetirás a
tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y
al acostarte, y cuando te levantes. / 8 Y las atarás como una señal en tu mano,
y estarán como frontales entre tus ojos; / 9 y las escribirás en los postes de
tu casa, y en tus puertas.” (Deuteronomio
6:1-9)
Es nuestro deber testificar y enseñar el Evangelio a
nuestros hijos y nietos, para que jamás se aparten en sus vidas del Camino del
Señor.
3. Para temer a Dios todos los días que
vivieren sobre la tierra.
“10 El día que estuviste
delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo,
para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos
los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos” (Deuteronomio
4:10)
En el monte de Horeb o Sinaí, de más de 2.000 metros
de altura, Dios entregó a Moisés las Tablas de la Ley con los 10 mandamientos.
También fue conocido como el monte de Jehová, el lugar más sagrado del
judaísmo. Fue alcanzado este lugar por los hebreos tres meses después de su
liberación de Egipto, a cuyos pies acamparon durante un año: “1 En el mes tercero de la salida de los
hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de
Sinaí. / 2 Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y
acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte. / 3 Y Moisés
subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa
de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: / 4 Vosotros visteis lo que hice
a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. / 5
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi
especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. / 6 Y
vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las
palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Éxodo 19:1-6)
La orden del Señor en el Antiguo Testamento fue: a)
oír Sus Palabras; b) aprender Sus Palabras; c) Temer a Dios cada día; y d)
enseñar Sus Palabras a los hijos. Algo similar ratificó Jesús en el Nuevo
Testamento: “19 Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo; / 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que
os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén.” (San Mateo 28:19,20)
Enseñar a guardar o poner por obra todo lo que Jesús enseñó en el Evangelio es
nuestro deber con el Maestro. Los hijos y la familia en general han de ser los
depositarios de esas enseñanzas. He aquí algunos textos que transmiten las
enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la educación de la familia en el
Evangelio:
a) Los padres deben
pensar primero en sus hijos, antes que en los extraños: “Pero Jesús le dijo: Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el
pan de los hijos y echarlo a los
perrillos.” (San Marcos 7:27)
b) Lo natural y
correcto es que los padres satisfagan a sus hijos en sus necesidades: “Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo
a los que se lo pidan?” (San Lucas 11:13)
c) Dios puede usar a
nuestros hijos y ancianos como portavoces. El apóstol Pedro el día de
Pentecostés, ante el derramamiento del Espíritu Santo, declaró que este
fenómeno era el cumplimiento de la profecía de Joel: “Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos
y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros
ancianos soñarán sueños;”
(Hechos 2:17)
d) La promesa del
perdón de pecados y la recepción del Espíritu también es para nuestros hijos: “Porque para vosotros es la
promesa, y para vuestros hijos,
y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (Hechos
2:39)
e) Los hijos y los
cónyuges no creyentes son santificados por la fe del esposo o esposa
cristianos, “Porque
el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el
marido; pues de otra manera vuestros hijos
serían inmundos, mientras que ahora son santos.” (1 Corintios
7:14)
f) Es deber de todo
padre atender y sustentar en toda necesidad a sus hijos, en tanto éstos sean
menores: “He aquí, por tercera vez
estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no busco lo
vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos.” (2 Corintios
12:14)
g) Es justo que los
hijos obedezcan a sus progenitores, porque ellos obedecen al Señor: “hijos, obedeced en el Señor a
vuestros padres, porque esto es justo.” (Efesios 6:1)
h) Tres cosas deben considerar los papás en la
educación de sus hijos: 1) No violentarlos con órdenes injustas, actitudes
prepotentes o hipocresía; 2) Aplicar disciplina, entendida como orden y
justicia, enseñándoles a obedecer; y 3)
Reprenderlos cuando cometan errores, enseñándoles la voluntad del Señor. “4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a
vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” (Efesios 6:4)
i)
A Dios le agrada que los hijos obedezcan a los
padres, quienes han sido puestos como autoridad sobre ellos para que los críen
hasta que salgan de casa: “hijos,
obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.” (Colosenses
3:20)
j)
Debemos evitar que nuestros hijos se enojen y
desanimen por nuestras actitudes injustas: “Padres,
no exasperéis a vuestros hijos,
para que no se desalienten.” (Colosenses 3:21)
k) Un líder de la
Iglesia, como todo jefe de hogar, debe procurar gobernar y administrar bien su
casa:“que gobierne bien su casa,
que tenga a sus hijos en
sujeción con toda honestidad”
(1 Timoteo 3:4)
l)
La misericordia y la gratitud deben reinar en la
familia cristiana. Es deber de los hijos preocuparse de sus padres, abuelos y
suegros en su vejez: “Pero
si alguna viuda tiene hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos
para con su propia familia, y a
recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios.”
(1 Timoteo 5:4)
La instrucción en las Escrituras implica transmitirlas
para su puesta en práctica más que para su memorización. Poner en práctica las
enseñanzas del Evangelio desde su más tierna edad, ayudará a que nunca se
aparten de Dios y si un día lo hacen, a la postre volverán a encontrarse con Él.
Instruir a nuestras familias en las Escrituras es ayudarles a salvar sus almas
en el temor de Dios.
CONCLUSIÓN.
El capítulo 4 de Deuteronomio tiene algo muy
importante que decirnos sobre el deber del creyente seguidor de Dios y
Jesucristo, con respecto a su familia. Los creyentes debemos enseñar la Biblia
a nuestros familiares, sobre todo a los más cercanos. Nos da tres razones
primordiales por las que las familias deben ser instruidas en la Escritura: 1) Para
que no se olviden de las cosas que sus ojos han visto (memoria intelectual); 2)
Para que esas cosas no se aparten jamás de su corazón (memoria emotiva); y 3) Para
temer a Dios todos los días que vivieren sobre la tierra.
PARA
TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1) ¿Está usted transmitiendo el Evangelio a su
familia?
2) ¿Cuáles son los hechos de Dios que más le
han impactado en su vida?
3) ¿Qué experiencias
sobrenaturales ha tenido en su vida cristiana?
4) ¿Acostumbra leer y comparar diferentes
traducciones y versiones de la Biblia?
5) ¿Cuál es a su juicio la mejor forma de
instruir a la familia en la Verdad de Dios?
6) ¿Por qué debemos instruir a nuestras
familias en la Escritura?
7) ¿Se considera un/a cristiano/a diligente en
el servicio a Dios?
8) ¿Si creyentes y no creyentes son todos
pecadores, cuál es la diferencia entre ellos?
9) ¿Qué don del Espíritu Santo nos ayuda a ser
diligentes en la fe?
10) ¿Qué utilidad tiene conocer la Escritura?
11) ¿Qué deberíamos hacer con la Palabra de
Dios después de oírla?
12) ¿Qué similitudes hay entre el peregrinaje
de Israel y la vida cristiana?
13) ¿Qué consejo del Nuevo Testamento sobre los
hijos y la familia llama más su atención?
BIBLIOLINKOGRAFÍA.
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·
Rollo
Marín, Antonio (1954) “Teología de la
Perfección Cristiana” Biblioteca de Autores Cristianos.
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