domingo, enero 17, 2021

CONOCIENDO MIS RESPONSABILIDADES

EL DISCÍPULO FIEL

CAPÍTULO III

RESPONSABILIDAD EN LA OBRA



 

© Pastor Iván Tapia

7 ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? / 8 ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? / 9 ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. / 10 Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.” (San Lucas 17:7-10)

No se podría saber cuál es la responsabilidad de un padre si no hubiésemos sido enseñados, ya por el ejemplo o la educación familiar y escolar; la mejor forma de adquirir un conocimiento cabal de lo que es el ejercicio de la paternidad es por medio de la observación y escucha de nuestros padres. Sin embargo podemos aprender conductas impropias al respecto o repudiar aquellas. En todo caso, sea para aprender la responsabilidad de un papá, un profesor, un obrero, un profesional o cual sea el rol que necesitemos ejercer, siempre habrá modelos personales y también teóricos, como libros, cursos y otros elementos que lo enseñen. Y a nosotros ¿quién nos enseña a ser cristianos? 

a)      La Iglesia, es decir la comunidad cristiana formada por hermanos y ministros de Dios. Nos convertimos y lo primero que vemos es la actuación de aquellos, por tanto de ellos aprendemos actitudes, costumbres, palabras, modos, estilos de oración, alabanza, evangelismo, etc. Dada la gran diversidad de “iglesias” existentes, hay diversidad de modos de vivir el cristianismo, aunque en general existe un común denominador. 

b)      La Palabra de Dios, la lectura, escucha y comentarios de la Biblia nos manifiestan los valores, principios éticos y espirituales, acciones, mandamientos y consejos de vida propios de quienes creen en Jesús. El Texto Sagrado nos da una pauta general para el bien actuar o actuar cristiano en esta vida. Ningún cristiano, sea de la “iglesia” que sea, aprobará, por ejemplo, el robar. 

c)      El Espíritu Santo, esa Presencia de Dios en nosotros, el Paráclito o Consolador, que vive en cada creyente convertido a Jesucristo, le guía en un buen actuar. Sin embargo se puede desoír al Espíritu, no obedecerlo o apagarlo con nuestros propios pensamientos. Jesús mora en cada cristiano y siempre procurará que éste actúe correctamente, sea responsable en su vivir en cada rol que ejerza: padre, hijo, estudiante, trabajador, ciudadano, miembro de Iglesia, etc. 

Estas tres instancias nos enseñan a ser cristianos, luchan denodadamente por esa causa contra nuestra carne, que en muchos momentos se opone a tal trabajo. Si no fuese así, si todos los cristianos fuéramos dóciles discípulos de Jesucristo, obedientes a la Iglesia, a la Palabra y al Espíritu Santo, seríamos cristianos perfectos, realmente santos. Hoy sólo somos “llamados” santos, es un nombre que a veces me avergüenza. Prefiero decir que estoy siendo santificado. El ser llamado santo es sólo por imputación de Cristo, quien es el verdadero Santo. 

Lamentablemente traemos del mundo y de nuestra naturaleza caída una serie de malos hábitos que no dejamos al entrar al Reino de Dios y, si no se nos enseña a abandonarlos, persistiremos en ellos. Pero no basta con que se enseñe a abandonarlos, se requiere que el discípulo esté dispuesto a escuchar y a obedecer. Frente a ello su vieja naturaleza se opondrá y alegará que ese es un asunto personal, que a nadie daña o que nada tiene que ver con el Reino. Así persisten en el medio eclesial la impuntualidad, el incumplimiento, la desidia, la liviandad, el irrespeto, la falta de compromiso, la murmuración, los prejuicios y otras conductas no evangélicas. No quiero generalizar, pero es algo que suele observarse en algunos creyentes. 

Necesitamos superarnos y conocer nuestras “responsabilidades” cristianas. No se trata de vivir un cristianismo individualista y decir que cada uno es responsable de sí mismo, sino de someterse a Jesucristo y sujetarse a la Iglesia y a la Palabra de Dios. ¡Cuántos viven una fe de “yo y Dios”! Ese tipo de cristianismo es personalista y nocivo para el desarrollo de la Iglesia y su misión en este mundo; la Iglesia es un Cuerpo y nosotros, los cristianos, no somos independientes de él, somos y pertenecemos al Cuerpo de Cristo, por lo tanto debemos estar dispuestos a ser enseñados, disciplinados, discipulados y corregidos aún en los aspectos que consideramos más personales. Para eso existe el Discipulado. 

Los cristianos somos siervos de un Señor, esclavos de un Amo, y como tales debemos hacer lo que nos corresponde, somos nada más que unos pobres servidores; no somos nuestros amos para hacer lo que se nos viene en gana, sino empleados de un Patrón que nos dice nuestras responsabilidades, por medio de la Iglesia, Su Palabra y el Espíritu Santo. No obedecerlo nos hace sumamente irresponsables. Mereceríamos las mismas palabras del amo al siervo negligente: 

…Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré” (San Lucas 19:22)


(Fragmento del Capítulo 3, Responsabilidad en la Obra, del libro "El Discípulo Fiel")

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