EPÍSTOLAS DE SAN JUAN
LECCIÓN 2
© Pastor Iván Tapia
Lectura
bíblica: “5
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él. / 6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos
en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; / 7 pero si andamos en luz,
como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo
su Hijo nos limpia de todo pecado. / 8 Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. / 9 Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. / 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1 Juan 1:5-10)
Idea central: Las ideas básicas de San Juan sobre el Evangelio.
Objetivos:
a) Comprender
que Dios es pleno de Luz, exento de tinieblas, Santo y fuente de la Vida
eterna; b) Comprender, aceptar y practicar caminar y vivir en la Luz del Amor
verdadero; c) Comprender el significado de Vida de Dios y practicarla; d) Comprender
y valorar la importancia del sacrificio redentor de Jesucristo; y e) Aprender a
exponer los pecados ante Dios permanentemente, para ser limpiado y perdonado
por Dios.
Resumen: El apóstol
San Juan presenta al inicio de su epístola tres ideas básicas para comprender
el mensaje y la práctica del Evangelio; la naturaleza de Dios, la
implicancia de ello en los cristianos y la correcta actitud que se debe
guardar: Dios es Luz, debemos caminar como hijos de luz y reconocer nuestra
oscuridad, nuestros pecados ante Dios.
S
|
an Juan proclama en los primeros
versículos de esta carta quién es realmente Jesús: 1) Es el Verbo de Dios encarnado, Dios y Hombre
a la vez; 2) Es la Vida que viene de Dios; 3) El Hijo de Dios, la
Segunda Persona de la Trinidad, Dios mismo; y 4) El gozo completo del cristiano, no requiriendo para conocerle
más experiencia que Su amor.
En los
siguientes versículos pasará a desarrollar algunas ideas básicas del mensaje
que él y los apóstoles recibieron como herencia y responsabilidad a transmitir
al mundo: 1) Nos hace su primera declaración acerca de quién es Dios; 2) Las
consecuencias que ello tiene en el que crea en Dios; y 3) La condición del
creyente frente a la santidad de Dios.
¿Qué ideas básicas expone San Juan
acerca del Evangelio?
1.
Dios es luz.
“5
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él.” (1
Juan 1:5)
El mensaje que
los apóstoles escucharon de Jesucristo es que Dios es luz y en Él no hay
tinieblas. Si San Juan lo afirma es que verdaderamente Jesús alguna vez lo
explicó de esta manera. Jesús había dicho: “19
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. / 20 Porque todo aquel
que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no
sean reprendidas. / 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que
sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.” (San Juan 3:19-21)
La Luz es Dios;
no se refiere a la luz material sino a una luz de carácter espiritual y
trascendente. Esta Luz se ha manifestado en Jesucristo: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este
mundo.” (San Juan 1:9) El
Maestro declaró ser Él la luz del mundo, es decir uno que iluminaba a este
mundo que vive en oscuridad: “... Yo soy
la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida.” (San Juan 8:12)
La luz de la que
habla Jesús y San Juan no es la “gnosis”, un conocimiento misterioso, sino una
Persona: Dios mismo. Él es la Luz. Y esa Luz se hizo humana en Cristo Jesús. La
fe cristiana no es una fe basada en un conocimiento racional y libresco sino en
una experiencia personal, que después se explica por un Libro, la Biblia, pero
previo es el encuentro espiritual con el Señor. Él es la Luz, no la teoría.
La Luz a la que
se refiere San Juan es la “vida verdadera”, la vida eterna, la vida de Dios,
aquella que viene de lo alto: “En él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (San Juan 1:4) En Dios no hay tinieblas. Así como entendemos que la
Luz es la “vida” de Dios; la tiniebla, es decir la ausencia de Luz, es la
muerte espiritual. Sin la Luz de Dios, sin Cristo, estamos muertos, sin vida,
sin esperanza, vacíos.
La primera idea
básica que San Juan expone en esta carta acerca del Evangelio, es que Dios es
un Ser lleno de Luz, exento de tinieblas; es Santo, limpio de pecado y fuente
de Vida eterna.
2.
Caminemos en la luz.
“6
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad; / 7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado.”
(1 Juan 1:6,7)
Al tener
comunión con Jesucristo, lo propio es que andemos en la luz. ¿Qué significa
caminar en luz? Sobre todo significa actuar con amor al prójimo, a Dios y a
nosotros mismos. Esto es actuar con paciencia,
bondad, humildad, delicadeza, altruismo, serenidad, jovialidad, compasión y magnanimidad.
Por ejemplo: Ser pacientes con personas difíciles de llevar; actuar con bondad
con los que sufren carencias; aceptar con humildad la crítica justa; ser delicados
en el trato con otras personas; procurar el bien de los demás
desinteresadamente; permanecer serenos frente a circunstancias difíciles; alegrarse
y dar alegría; aliviar el dolor de los que sufren; actuar con grandeza de ánimo
y generosidad.
Lo contrario a andar en el amor de Dios, en Su Luz, es caminar en
tinieblas: Intolerancia, maldad, orgullo, aspereza, altruismo, egoísmo,
amargura, crueldad, bajeza. Quien dice ser cristiano, pero no practica las
virtudes de Jesús, es un mentiroso que no practica la Verdad del Amor.
Andar en la Luz es practicar el Amor verdadero. Una de las
características de ese Amor es la “comunión de unos con otros”, la koinonía, en
griego κοινωνιαν, vínculos que se generan entre los auténticos cristianos. Es
la participación en común que tienen los creyentes al compartir la misma fe y
servirse unos a otros. Características de esa comunión son:
a)
La compasión o
misericordia de unos con otros, la que produce consuelo: “3 Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, / 4 el cual nos consuela
en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por
Dios.”
(2 Corintios
1:3,4)
b)
La bondad hacia
los demás se expresa en ayuda mutua: “Porque
nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez
y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos
hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros.” (2 Corintios 1:12)
/ “...Dios, en su bondad, nos ha ayudado a
vivir así.” (2 Corintios 1:12 DHH, 1979)
c)
La generosidad
resulta en entrega de sí a otros: “1 Asimismo, hermanos, os hacemos saber
la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; / 2 que en grande
prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron
en riquezas de su generosidad. / 3
Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun
más allá de sus fuerzas, / 4 pidiéndonos con muchos ruegos que les
concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. / 5
Y no como lo esperábamos, sino que a sí
mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad
de Dios;” (2 Corintios 8:1-5)
d)
La buena
disposición activa el dar y las buenas obras: “6 Pero esto
digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra
generosamente, generosamente también segará. / 7 Cada uno dé como propuso en su
corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. /
8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que,
teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; / 9 como está escrito:
Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre. / 10 Y el que
da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra
sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, / 11 para que estéis
enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de
nosotros acción de gracias a Dios.” (2 Corintios 9:6-11)
La sangre que
Jesucristo derramó en la cruz por nosotros, nos limpia de todo pecado. ¿Cómo?
No porque sea algo así como un detergente espiritual, sino porque Él tomó
nuestro lugar. Nosotros merecíamos la cruz mas Jesús, como Cordero inmolado por
nuestras faltas, delitos y pecados (errores, incumplimiento de los mandamientos
y ofensas a Dios), se presentó ante el Padre en nuestra representación.
Jesucristo reemplazó en la cruz a los pecadores. Esta es la “teología de la
sustitución”: “Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21)
Cualquiera que se reconozca pecador y crea en esta magnífica obra del Hijo de
Dios, será limpio de todo pecado, perdonado y aceptado por Dios como hijo Suyo.
He ahí que la sangre de Cristo permanece fresca por los siglos, para todo aquel
que tenga fe en Jesús.
La segunda idea básica que transmite San Juan en el inicio de esta
carta, es que todo seguidor del Dios de Luz debe vivir en la Luz, o sea
practicar el Amor verdadero, ya que en él habita la Vida de Dios.
PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1)
¿Qué ideas básicas se exponen en esta
carta, acerca del Evangelio?
2)
¿Cómo entiende usted que Dios sea luz?
3)
¿Qué son las tinieblas?
4)
¿Cómo podemos enfrentar las tinieblas
interiores?
5)
¿Quién manifiesta la Luz de Dios?
6)
¿Es la luz de Dios un conocimiento
misterioso, muy difícil de alcanzar?
7)
¿Cómo podemos ayudar a las personas a
que tengan un encuentro con el Señor?
8)
¿Qué es la vida, desde el punto de vista
bíblico?
9)
¿Cómo llama San Juan a la vida de Dios?
10) ¿Qué
sucede con un alma que no tiene la luz de Dios?
11) ¿Por
qué existe el diablo si Dios creó todas las cosas para el bien?
12) ¿Puede
existir en Dios algunas tiniebla u obscuridad?
13) ¿Está
el mundo caminando en la luz?
14) ¿Qué
es imprescindible para caminar en la luz?
15) ¿Qué
significa caminar en luz?
16) ¿Cuál
de estas cualidades del Amor le son a usted más difíciles de poner en práctica:
Paciencia, bondad, humildad, delicadeza, altruismo,
serenidad, jovialidad, compasión y magnanimidad?
17) ¿Identifica dentro de usted alguna de estas conductas
negativas y qué podría hacer con ello: Intolerancia, maldad, orgullo, aspereza,
altruismo, egoísmo, amargura, crueldad, bajeza?
18) ¿Por qué se dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado?
19) ¿Cómo puede la Iglesia fomentar la comunión de unos
con otros o koinonía?
20) ¿Qué diferencia hay entre faltas, delitos y pecados?
21) ¿Acepta usted con humildad las críticas?
22) ¿Cuáles fueron los principales valores que le
transmitió su familia?
23) ¿Cómo está experimentando en estos días la compasión o
misericordia?
24)
¿En qué consiste la
“teología de la sustitución”?
25)
¿Por qué debemos
practicar el Amor verdadero?
3.
Expongamos nuestros pecados.
“8
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad
no está en nosotros. / 9
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad. / 10 Si decimos que no hemos pecado, le
hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1 Juan 1:8-10)
Los cristianos,
como cualquier ser humano, no estamos exentos de pecar pues, aunque hayamos nacido
de nuevo, conservamos una naturaleza humana que nos incita a las pasiones, el
disfrute sensorial desmedido y la tentación de hacer lo que al cuerpo y la
mente pueda agradar, olvidándose de agradar a Dios. Por otro lado el nuevo
nacimiento espiritual no significa una completa e inmediata transformación,
sino el inicio de un proceso de cambios interiores. Durante toda la vida, el
cristiano está siendo sometido a un trato de Dios para desarrollar en él las
virtudes de Jesucristo. Recordemos los que el apóstol Pedro dice respecto al
bautismo, que es uno de los pasos iniciales de la vida cristiana: “El bautismo que corresponde a esto ahora
nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de
una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21)
Los creyentes
siguen pecando, a pesar de tener el Espíritu Santo habitando en ellos, porque
no siempre se sujetan al Espíritu. Hay en el creyente una lucha entre la carne
y el espíritu, como lo describe San Pablo: “14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido
al pecado. / 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero,
sino lo que aborrezco, eso hago. / 16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo
que la ley es buena. / 17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino
el pecado que mora en mí./ 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora
el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. / 19 Porque
no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. / 20 Y si hago
lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. / 21 Así
que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. / 22
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; / 23 pero veo
otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. / 24 ¡Miserable de
mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? / 25 Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de
Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Romanos 7:14-25)
Un día dejaremos
de pecar, cuando seamos totalmente transformados y no estemos sometidos a la
carne, al mundo y al diablo. Seremos liberados definitivamente de todo aquello
que hoy nos agobia y ataca, experimentando una transformación que será no sólo
corporal, sino también de alma y espíritu: “51 He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, / 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la
final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. / 53 Porque es necesario que
esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de
inmortalidad.” (1 Corintios 15:51-53)
En esta Tierra no
ha habido cristianos absolutamente perfectos, sin pecado. Nadie puede ufanarse
de no ser un pecador. Sólo Jesucristo ha sido perfecto. Abraham, padre de la
fe, tuvo miedo del faraón en Egipto y mintió; Noé, pregonero de justicia, no
tuvo un día dominio propio y se emborrachó; Jacob fue deshonesto con su padre y
lo engañó; Moisés se dejó llevar por la ira ante la desobediencia del pueblo;
María no fue prudente y quiso intervenir en el ministerio de su hijo Jesús;
Pedro fue hipócrita en su conducta con judíos y gentiles, queriendo parecerles
bien a ambos; etc. Todos los nombrados y tantos más fueron buenos hombres y
mujeres de Dios, pero imperfectos, en proceso de perfeccionamiento: “39 Y todos éstos, aunque alcanzaron buen
testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; / 40 proveyendo Dios
alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte
de nosotros.” (Hebreos 11:39,40)
Es necesario que
reconozcamos que somos pecadores y confesar nuestros pecados. Sea que lo
hagamos en la intimidad con el Señor, ante los hombres, en medio de la
comunidad cristiana, a un hermano mayor o a un condiscípulo, lo importante es
que lo hacemos ante la presencia de Dios. En el momento que nuestros labios
reconocen con sinceridad la culpa por los pecados cometidos, el Señor nos da Su
perdón “y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” La
Biblia nos aconseja reconocer nuestras faltas ante los hermanos: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y
orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede
mucho.” (Santiago 5:16)
Los pecados son
frutos malos de un árbol que está contaminado, enraizado en el principal pecado
que es la incredulidad. Esta desconfianza respecto a Dios o falta de fe, genera
rebelión contra Él. Tal rebelión es desobediencia a Sus mandatos. Cada
desobediencia que uno comete es un pecado. Hay que diferenciar entre “el pecado”
en singular y “los pecados” en plural. Las conductas pecaminosas como la
envidia, la mentira, la gula, etc. son pecados, conductas externas. En cambio
el pecado es un poder que controla y domina a la persona. Los pecadores, que
somos todos, necesitamos ser perdonados de nuestras malas conductas o pecados.
Dios perdona nuestros pecados, pero eso no es la liberación de la naturaleza
pecaminosa de que estamos hechos. Jesucristo tuvo por misión perdonar nuestros
pecados: “Y dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (San Mateo 1:21) Para vencer al origen
de los pecados, es decir al “pecado” en singular, necesitamos morir al viejo
hombre: “8 Y si morimos con Cristo,
creemos que también viviremos con él; / 9 sabiendo que Cristo, habiendo
resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. /
10 Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto
vive, para Dios vive. / 11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado,
pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Romanos 6:8-11)
Hay muchos tipos de pecado.
Tomemos, por ejemplo, los siete pecados capitales: Soberbia, envidia, ira,
avaricia, lujuria, gula, pereza. Los tres primeros –soberbia, envidia e ira
–corresponden a lo que la Biblia llama “el orgullo de la vida”. La soberbia
actúa en el corazón y se expresa en forma de vanagloria, ambición, jactancia y
presunción. La envidia produce odio, desavenencia, gozo por el mal ajeno,
difamación, calumnias, chisme, etc. La ira trae impaciencia, enojo y rencor,
improperios, riñas, maledicencias. Se podría decir que todos estos pecados son
más “espirituales” y se pueden disimular. Pero los que vienen a continuación
son claramente identificables externamente: La avaricia, la lujuria, la gula y
la pereza. La primera surge de “la concupiscencia de los ojos”; la avaricia
actúa con dureza con el prójimo, presenta ambición de poder, trae injusticia,
selecciona los medios para un fin inescrupulosamente, genera embotamiento del
espíritu y el alma. Los tres pecados restantes son más groseros y constituyen
“las concupiscencias de la carne”: La lujuria, que es el desorden sexual; la
gula o descontrol en el apetito; y la pereza, que trae desaliento, pusilanimidad,
descuido de las prescripciones molestas, ligereza, locuacidad, aversión a
quienes amonestan al bien, holgazanería o excesiva actividad, odio al bien,
pereza espiritual o acidia. San Juan señala: “15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno
ama al mundo, el amor del Padre no está en él. / 16 Porque todo lo que hay en
el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” (1 Juan 2:15,16)
Todos los pecados
perjudican a la persona en su relación con Dios. El único camino que le resta
es pedir perdón a Dios, reconciliarse con Él y con los que han sido
perjudicados por su pecado; luego empeñarse en no volver a cometerlo, orando
por templanza. Los pecados que se relacionan mayormente con el dominio de los
apetitos o concupiscencias de la carne, afectan a la salud física de la
propia persona y también en las relaciones interpersonales. Por ejemplo quien
padece de gula va a tener mayor interés en devorarlo todo y será indiferente a
su prójimo. Al avaro no le importará perjudicar a otros con tal de obtener las ganancias y
los objetos que ambiciona. La soberbia, la envidia y la ira, enferman principalmente
el alma del pecador.
Dios está siempre
dispuesto a perdonar nuestros pecados, siempre que lo hagamos con sinceridad.
Una y otra vez lo hará, como un Padre que ama a Sus hijos. Él conoce nuestra
debilidad y está dispuesto a perdonar y ayudarnos a mejorar nuestra conducta: “16 Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad
de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; / 17 aprended
a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al
huérfano, amparad a la viuda. / 18 Venid luego, dice Jehová, y estemos a
cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca
lana. / 19 Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; / 20 si no
quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de
Jehová lo ha dicho.” (Isaías 1:16-20)
El Señor jamás
dejará de perdonarnos ni se cansará de que pequemos continuamente, salvo que
blasfemáramos contra Él, que lo negásemos y alejáramos de Su Presencia, mas el
Espíritu Santo que habita en el corazón del creyente no lo permitirá: “28 De cierto os digo que todos los pecados
serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que
sean; / 29 pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene
jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. / 30 Porque ellos habían dicho:
Tiene espíritu inmundo.” (San Marcos 3:28-30)
Dios clavó en la
cruz los pecados de todo hombre que reconozca el sacrificio de Jesucristo como
un acto expiatorio. Dios nos limpia de nuestras maldades por medio del perdón,
aceptando el sacrificio que Jesucristo hizo en la cruz en pago por ellas. Sólo
Él puede perdonar nuestros pecados. Todos los cristianos debemos aspirar a ser
santos, es decir sin pecados, a pesar de que somos pecadores. Para ello
acudiremos al ministerio del Espíritu Santo, a la ayuda de Dios, que nos habita, regenera, convence, guía, enseña,
da poder y santifica. Él puede ayudarnos a que no sigamos pecando, o que
pequemos en menor grado, por medio de Su acción en nuestra voluntad: “1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu. /... / 5 Porque los que son de la carne piensan en las
cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. /
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz. / 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;
porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; / 8 y los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios. / 9 Mas vosotros no vivís según la
carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.
Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. / 10 Pero si Cristo
está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el
espíritu vive a causa de la justicia. /... / 12 Así que, hermanos, deudores
somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; / 13 porque si
vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis.” (Romanos
8:1;5-10;12,13)
Por último
debemos decir, con respecto al pecado, que todos los seres humanos, después de
la caída de Adán y Eva, no nos hacemos pecadores sino que nacemos pecadores.
Tal vez alguien alegará que un bebé no tiene pecado porque no puede obrar mal:
No puede mentir, robar, matar, etc. es decir no comete “pecados” en plural,
pero trae la raíz de rebelión, heredada de los primeros padres. En su ADN está
el “pecado” en singular. Basta esperar algunos años para que ya se exprese esa
raíz en desobediencia. Por tanto será necesario que se oriente su vida y
crecimiento espiritual hacia un encuentro con el Salvador, Redentor del alma,
para que sus pecados sean perdonados y acepte a Jesucristo como su Señor.
La tercera idea básica que transmite San Juan en el inicio de esta
carta, es que todo seguidor del Dios de Luz debe traer sus culpas a la Luz, o
sea exponer sus pecados a Dios, para ser limpiado con la sangre de Jesucristo y
perdonado por el Padre.
CONCLUSIÓN.
Al inicio de esta epístola, San Juan
expone tres ideas básicas acerca del Evangelio: 1) Dios es luz, un Ser
exento de tinieblas, Santo, fuente de la Vida eterna; 2) Todo seguidor del Dios de Luz debe vivir en la
Luz, practicando el Amor verdadero, ya que en él habita la Vida de Dios; y 3)
El cristiano ha de exponer sus pecados a la luz de Dios y así ser limpiado y
perdonado por Dios.
PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1) ¿Están los
cristianos exentos de pecar porque han nacido de nuevo?
2) ¿Por qué los
cristianos siguen pecando, a pesar de tener el Espíritu Santo habitando en
ellos?
3) ¿Dejaremos los
cristianos alguna vez de pecar?
4) ¿Hay o ha habido
cristianos perfectos, sin pecado?
5) ¿Por qué debemos
confesar nuestros pecados?
6) ¿Qué son los
pecados?
7) ¿Contra quién o
quiénes son los pecados?
8) ¿Puede Dios
perdonar nuestros pecados una y otra vez, o dejará en algún momento de
perdonarnos?
9) ¿Se cansará Dios
de que pequemos continuamente?
10) ¿Qué hace Dios
con nuestros pecados?
11) ¿Cómo puede
ayudarnos Dios a que no sigamos pecando?
12) ¿Cómo nos limpia
Dios de nuestras maldades?
13) ¿Puede alguien
ufanarse de no ser un pecador?
14) ¿A quién o
quiénes debemos confesar nuestros pecados?
15) ¿Quién puede
perdonar nuestros pecados?
16) ¿Debemos aspirar
a ser santos, es decir sin pecado, a pesar de que somos pecadores?
17) ¿Nacemos
pecadores o nos hacemos pecadores?
BIBLIOLINKOGRAFÍA.
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Reina,
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Rizo Martínes, José L. “Diccionario Bíblico” Recuperado de: http://es.scribd.com/doc/50636670/Diccionario-Biblico-Jose-L-Rizo-Martinez#scribd
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https://es.wikipedia.org/
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Pérez Millos, Samuel
“Comentario Exegético Al Texto Griego del Nuevo Testamento –
Hebreos”
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http://spgchile.org/cristo-nuestro-sustituto/
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http://www.iglesiaenbogota.org/assets/data/files/El_pecado_y_los_pecados_1943895201.pdf
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