Arrepiéntanse antes del día de Jehová.
“13
Ceñíos y lamentad, sacerdotes; gemid, ministros del altar; venid, dormid en
cilicio, ministros de mi Dios; porque quitada es de la casa de vuestro Dios la
ofrenda y la libación. / 14 Proclamad
ayuno, convocad a asamblea; congregad a los ancianos y a todos los moradores de
la tierra en la casa de Jehová vuestro Dios, y clamad a Jehová. / 15 ¡Ay del
día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por
el Todopoderoso. 16 ¿No fue arrebatado el alimento de delante de nuestros ojos,
la alegría y el placer de la casa de nuestro Dios?” (Joel
1:13-16)
Este es el
mensaje del profeta Joel para la gente de su época. Más bien deberíamos decir
que es el mensaje que Dios envía a Su pueblo por intermedio del Profeta. A los
sacerdotes les dice que aprieten sus vestiduras y lamenten su pobre condición;
que lloren los ministros de Dios; que duerman en cilicio, esos vestidos ásperos
que se usaban para permanecer en oración y ayuno, como en luto espiritual y
penitencia por los pecados. Los representantes de la religión, de quienes se
esperaba plena entrega a Dios, han dejado de ofrecer al Señor sus ofrendas y
sus propias vidas, para vivir en deleites e indiferencia a lo espiritual. Ha
sido quitada de la casa de Dios “la
ofrenda y la libación.”
El profeta –la
voz de Dios –les ordena que proclamen ayuno en el pueblo. Dejar de comer, una
de las necesidades básicas del ser humano, es signo de entrega a Dios y
renuncia a satisfacer sólo los apetitos de la carne. Ayunar es abrirse al
espíritu. Hoy día, cuando el pueblo quiere obtener algo de la autoridad, hace
“huelga de hambre” pero en su corazón anida la rebelión y la ira. El ayuno no
es rebeldía sino humillación ante el Señor, no es para convencer a una
autoridad humana sino para romper las ataduras espirituales negativas, con la
ayuda del Altísimo.
Convoquen
asamblea, llamen a los hombres más sabios, a los dirigentes del pueblo y “a
todos los moradores de la tierra” para que vengan a la casa del Señor y clamen
a Él por misericordia y perdón, les dice Joel. ¡Cuánto necesitamos hoy día
arrepentirnos de nuestras faltas a la moral de Dios! Aquella expresada en los
Diez Mandamientos. Hay avaricia y codicia en las almas, hay corrupción en
hombres públicos, hay mentira y robo, el adulterio y la inmundicia sexual es
propagado a través de medios y redes, ni la religión escapa a este pecado
generalizado. ¡Clamad a Jehová!
Entonces Joel
pronuncia lo que nadie, ni nosotros, queremos escuchar “cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el
Todopoderoso.” Más acostumbrados y proclives a escuchar las buenas nuevas y
que Dios es amor, rechazamos a este Dios que nos amenaza con un “día de la ira
de Jehová”. No debo decir que Dios esté amenazando, sino que está
“advirtiendo”. Dios advierte a Su pueblo de las consecuencias nefastas que
puede tener para ellos esa mala conducta. ¿Acaso no estamos a punto de sufrir
las terribles consecuencias de la contaminación, la destrucción y explotación
indiscriminada de la tierra? No podemos culpar al Creador de ello, ya que Él
mismo nos encargó administrarla, para lo que nos proveyó de inteligencia y
creatividad. La advertencia de Dios es que, si continuamos así, vendrá la
destrucción para esta sociedad.
El tema central
del libro del profeta Joel es el anuncio del “día de Jehová”, cuando Dios
derramará su ira sobre la humanidad, trayendo juicio para los incrédulos y
perdón para Su pueblo. Es un día en que habrá duras consecuencias para los
pecadores no arrepentidos. Los sufrimientos actuales son sólo una preparación
para ese día, el momento en que el Señor habrá de juzgar a los pueblos y
naciones de la tierra: “15 ¡Ay del día!
porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el
Todopoderoso.”
Joel llama a los
religiosos y al pueblo a reunirse en el templo y ayunar. Los insta a condolerse delante de Dios y arrepentirse
sinceramente de sus faltas, porque indudablemente las plagas que han asolado la
tierra y la sequía que daña la agricultura, son un juicio del Señor, a tal
punto que ni siquiera pueden ofrendar al Señor: “16 ¿No fue arrebatado el alimento de delante de nuestros ojos, la
alegría y el placer de la casa de nuestro Dios?”
Hay dos
preguntas que necesariamente debemos formularnos ante este mensaje de Dios: 1)
¿Las catástrofes que vive hoy la tierra, tienen sólo una explicación natural o
serán un juicio de Dios?; y 2) ¿Cómo podremos escapar del “día de la ira de
Jehová”? Cada persona debe responder, desde su conciencia y madurez espiritual,
a estas dos interrogantes. Sin embargo, es preciso recordar que Dios dispuso a
un Hombre para que asumiera el castigo de nuestro pecado y para que nosotros,
si creyéremos en ese Hombre, pudiésemos ser librados de toda culpa y así
escapáramos del “día de la ira”. Ese Hombre es Jesucristo, el Hijo de Dios y
Salvador. Como dijo Juan el Bautista: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna;
pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios
está sobre él.” (San Juan 3:36)
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