TEMA VII
© Pastor Iván Tapia
Lectura bíblica: “porque no son los oidores de la ley los
justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.” (Romanos 2:13)
Idea central: Comprensión de la Ley por la
Reforma.
Objetivos: a) Dar gracias a Dios
por los reformadores que lucharon por restablecer la Verdad de la Palabra de
Dios; b) Comprender que la Ley de Dios no se satisface sólo con las obras, sino
con el corazón; c) Comprender que nadie puede cumplir toda la Ley, puesto que
llevamos una raíz de pecado; d) Comprender y agradecer que Cristo cumplió la ley
por nosotros; e) Comprender y valorar la Ley como un espejo que nos muestra
nuestra condición; y f) Comprender, valorar y difundir la justificación por fe
sin las obras de la ley.
Resumen: Martín Lutero y los
reformadores profundizaron los conceptos básicos de la salvación, entre ellos
la Ley, aclarando su significado; posición del hombre y de Jesucristo ante
ella; su propósito y rol en la conversión y la vida cristiana.
L
|
a Iglesia en el
siglo XVI estaba enfrentada a una enorme crisis moral. Era acusada por el mundo
de corrupción, mundanalidad, ambición de lucro y de un total descuido de su
misión evangelizadora, poniendo más interés en actividades profanas. Los reyes
poderosos deseaban desprenderse del yugo del papado, tener autonomía para
ejercer su autoridad y tomar sus propias decisiones. Muchos pensadores
religiosos, algunos provenientes del Humanismo, propusieron un profundo cambio
espiritual, retornando a las fuentes del cristianismo, abogando por una
experiencia personal del Evangelio, liberándose de la tutela doctrinal de la
Iglesia.
En este contexto
surge en Alemania el monje agustino Martín Lutero, quien critica a la Iglesia
por el tráfico de “indulgencias” como un abuso de poder y doctrina falsa sin
base en la Biblia. Tal cosa alejaría al
pueblo de la confesión y el arrepentimiento verdaderos, ya que bastaba con
pagar dinero a la Iglesia y se obtendría el perdón de los pecados. Lutero
predicó contra esta práctica y una noche leyó el siguiente pasaje bíblico que
le llevaría a iniciar la Reforma:
“16
Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a
todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. / 17 Porque en
el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito:
Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:16,17)
El 31 de octubre
de 1517 clavó en las puertas de la catedral de Wittenberg, 95 tesis teológicas
para debatir sobre la venta de indulgencias, condenando la avaricia y el
paganismo en la Iglesia. Así se inicia un largo camino de discusión,
persecución, discordia y finalmente división de la Iglesia en dos posiciones
diferentes: catolicismo y protestantismo.
Tres principios
fundamentan la posición de Lutero y consecuentemente de toda iglesia
protestante o evangélica, los tres “solos” de la salvación y la vida cristiana:
1) Sólo fe, 2) Sólo Cristo, y 3) Sólo Escritura.
En la teología
de Lutero y los demás reformadores destaca el concepto de Ley, basado en los
escritos del apóstol Pablo, especialmente la Carta a los Romanos.
¿Cómo
entienden la Ley, San Pablo y los reformadores?
1.
La Ley de Dios no se satisface sólo con
las obras.
“De
manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” (Romanos
7:12)
“Porque
sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” (Romanos 7:14)
Lutero enseñó
que cuando San Pablo utiliza la palabra “ley” en sus cartas, no se refiere a
ella en el sentido que la toman los hombres. Generalmente pensamos que ley es
una orden superior de lo que debemos hacer y no hacer. Las leyes humanas son dictadas
por la autoridad y el ciudadano debe cumplirlas, aunque no lo haga de corazón;
lo importante para la ley humana es que se obedezca la orden.
Como los
pensamientos de Dios son muy distintos a los del hombre, Él juzga lo íntimo del
ser: “8 Porque mis pensamientos no son
vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. / 9 Como
son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:8,9).
Tenemos que
entender, entonces, que la Ley de Dios no se satisface sólo con las obras, sino
que se dirige al corazón, a lo más íntimo del ser humano. Por eso Jesús
advierte en el Sermón del Monte:
·
“21
Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será
culpable de juicio. / 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su
hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano,
será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará
expuesto al infierno de fuego.” (San Mateo 5:21,22)
·
“27
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. / 28 Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón.” (San Mateo 5:27,28)
La Ley de Dios
no se satisface con obras, desea que el hombre obre con un corazón sincero. Al
Señor le repugnan la hipocresía y la mentira: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la
menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la
justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello.” (San Mateo 23:23)
2.
Nadie puede cumplir toda la Ley.
“21
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. /
22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; / 23 pero veo
otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7:21-23)
Dado que no hay
ser humano que pueda guardar de corazón toda la Ley de Dios, la Biblia no trata
de mentirosos: “Y dije en mi
apresuramiento: Todo hombre es mentiroso.” (Salmos 116:11) Ningún hombre ni mujer pueden guardar la Ley de todo
corazón, siempre hay que hacer un esfuerzo para amar a algún prójimo y con
desgano cumplimos muchos mandamientos. Nos cuesta hacer el bien; si somos
honestos con nosotros mismos, reconoceremos que muchas veces no nos agrada
hacer el bien y con placer hacemos el mal.
Si no sentimos
placer en hacer lo bueno, encontraremos que no hay una armonía de nuestros
corazones con la Ley de Dios. Él nos pide lealtad y somos desleales; nos pide fidelidad
en las relaciones matrimoniales y de amistad, más caemos en la infidelidad; nos
demanda reverencia y blasfemamos; nos
insta a la santidad y somos profundamente pecadores; en fin Su Ley expresada en
mandamientos pide respeto, pureza, honestidad, veracidad, contentamiento, y no
siempre respondemos adecuadamente a ello. Somos pecadores, es decir no obramos
como Dios quiere que lo hagamos. Él declara Su voluntad en la Ley, la que
conduce a la santidad o perfección: “Bienaventurados
los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Jehová.” (Salmos 119:1).
No hacer la
voluntad de Dios, o sea no cumplir la Ley, es pecar: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado
es infracción de la ley.” (1 Juan
3:4) Al Señor le ofende el pecado y rechaza, no al hombre, sino su
desobediencia. Esta reacción de Dios la Escritura la denomina ira: “La ira de Jehová soportaré, porque pequé
contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi justicia; él me sacará a luz;
veré su justicia.” (Miqueas 7:9).
Como Dios es
Santo y Justo, Él manifiesta Su ira también en forma propia y justa, sólo que
actúa con paciencia y compasión, además de justicia:
“6
Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad;
/ 7 que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y
el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la
iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta
la tercera y cuarta generación.” (Éxodo 34:6,7)
Aunque muchas
obras humanas aparezcan como buenas y la persona muestre una vida honrada, Dios
ve el fondo del ser humano y ante ese pecado surge la merecida ira de Dios:
“5
Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira
para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, / 6 el cual
pagará a cada uno conforme a sus obras: / 7 vida eterna a los que, perseverando
en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, / 8 pero ira y enojo a los
que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la
injusticia; / 9 tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo,
el judío primeramente y también el griego” (Romanos 2:5-9)
Nadie puede
cumplir toda la Ley y peca contra Dios faltando a algún mandamiento, lo que
provoca la ira del Señor.
3.
Los hacedores de la ley serán
justificados.
“12
Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los
que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; / 13 porque no son los
oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán
justificados.” (Romanos 2:12,13)
En base a la
permanente actitud humana de rebeldía frente a la Ley de Dios, es que el
apóstol Pablo concluye que todos los judíos son pecadores. Enfatiza que no es
suficiente escuchar y conocer la voluntad de Dios, sino practicarla de corazón.
Esto significa
que nadie debe considerarse cumplidor de la Ley de Dios cuando realiza las
obras que Dios pide, pero sólo externamente, sino que cuando es más que
palabras. Hay maestros espirituales que son buenos teóricos de la fe, pero sus
vidas no reflejan esa enseñanza. Por ellos, San Pablo escribe: “21 Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te
enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? / 22 Tú
que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos,
¿cometes sacrilegio? / 23 Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley
deshonras a Dios? / 24 Porque como está escrito, el nombre de Dios es
blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros.” (Romanos 2:21-24)
Este modo de
actuar condenaba a los judíos y a cualquier persona que desee justificarse ante
Dios por medio de sus buenas obras: “Por
lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues
en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo
mismo.” (Romanos 2:1)
Lutero
argumentaba en este punto lo siguiente: “Por
eso puedes ver ahora que los disputadores escolásticos y sofistas son
seductores, cuando enseñan prepararse con obras para la gracia”.
Los escolásticos fueron aquellos teólogos
cristianos que practicaron la Escolástica, movimiento filosófico y teológico
que utilizó parte de la filosofía grecolatina clásica además de la hebrea y
árabe, para comprender la revelación. Predominó en la Edad Media, posterior a
los padres de la Iglesia y se basó en la coordinación entre fe y razón,
entendiendo que “la Filosofía es sierva de la Teología”. Predominó en las
escuelas catedralicias y las universidades, especialmente entre los siglos XI y
XV. La Escolástica era un método de trabajo intelectual en que todo pensamiento
debía someterse al principio de autoridad, sobre todo de la Biblia. Incentivó
el razonamiento y la especulación, con un riguroso sistema lógico y un esquema
del discurso que debía ser capaz de someterse a discusión.
Los sofistas, del griego “sophía” o
sabiduría, eran en la Antigua Grecia, expertos en retórica, el arte del bien
hablar, se dedicaban a la enseñanza del sentido de las palabras y de la virtud;
eran maestros contratados y con proyectos bien definidos en cuanto a la
educación de personas con miras a la política. Se llama “sofisma” a una
argumentación adulterada con el fin de establecer y defender una falacia o
deducción falsa. Es en este sentido que lo utiliza Lutero.
El Reformador
consideraba a escolásticos y sofistas unos cautivadores de las conciencias, manipuladores
del pensamiento, cuando enseñaban que para recibir la gracia había que prepararse
con obras. Argumenta “¿Cómo se puede
preparar con obras para el bien, aquél que al ejecutar cualquier obra buena lo
hace con desgano y contra su voluntad en su corazón?” Comparemos este
pensamiento con lo que San Pablo plantea en su carta sobre las obras de la Ley,
es decir las obras que se hacen tratando de cumplir la Ley de Dios, Su voluntad:
·
“19
Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley,
para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; / 20
ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de
él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” (Romanos 3:19,20)
·
“27
¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las
obras? No, sino por la ley de la fe. / 28 Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:27,28)
·
“5
Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. / 6
Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es
gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra.”
(Romanos 11:5,6)
Lutero
preguntaba “¿Cómo podrá agradar a Dios lo
que proviene de un corazón desganado y mal dispuesto?” Esto es concordante
con lo que Jesús plantea, que el mal habita al interior del hombre, en su
corazón: “18 Pero lo que sale de la boca,
del corazón sale; y esto contamina al hombre. / 19 Porque del corazón salen los
malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los
hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (San Mateo 15:18,19)
Dios desea que
Su Ley de Amor se cumpla, porque en verdad los diez mandamientos se resumen en
una sola palabra, Amor, sea éste amor a Dios, amor al prójimo o amor a sí
mismo. Dios quiere que cumplamos esa ley con agrado, que vivamos piadosamente y
en forma correcta, sin Su imposición, como si no hubiera un mandamiento escrito
ni un castigo. Pareciera que para el hombre, desde su caída en el Edén, esto es
imposible y así lo ha querido demostrar el Señor: “7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;
porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; / 8 y los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:7,8)
Sólo los
hacedores de la Ley serán justificados, mas es imposible para el hombre caído
obrar la Ley, pero Cristo la cumplió por nosotros, para nuestro perdón y
salvación. Ahora comenzamos a obrar la Ley porque tenemos el Espíritu de Él.
4.
Por medio de la ley es el conocimiento
del pecado.
“¿Qué
diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el
pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no
dijera: No codiciarás.” (Romanos
7:7)
La Ley fue
interpuesta entre nosotros y Dios con un propósito: “19 Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están
bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio
de Dios; / 20 ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado
delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” (Romanos 3:19,20)
Sólo un milagro
puede cambiar el corazón humano; sólo Dios puede hacer ese milagro. Por más que
nos esforcemos por cambiarnos, es imposible que con nuestro pecado a cuestas
podamos cambiar el corazón. Un solo camino nos resta: Entregar la vida entera,
incluido el corazón, al Señor para que Él nos transforme. Reconocer nuestra
pobre condición es arrepentimiento; creer que sólo Dios puede hacerlo y aceptar
el sacrificio que Jesús ofreció en la cruz para matar nuestra vieja naturaleza
desobediente y pecadora es fe. Dios mismo sellará nuestra decisión instalando
Su Espíritu Santo en nuestro interior, habitándonos para siempre.
Recién al
recibir Su Espíritu, podrá surgir en el corazón un amor espontaneo y agrado por
cumplir Su Ley: “y la esperanza no
avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos
5:5) Este Espíritu Santo solamente es dado “en” Cristo, “con” Cristo y “por
la fe” en Jesucristo, como afirma al principio del capítulo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1)
La fe se
adquiere solamente por la Palabra de Dios o el Evangelio que predica a Cristo,
Hijo de Dios y hombre, muerto y resucitado por nosotros:
·
“27 ¿Dónde,
pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras?
No, sino por la ley de la fe. / 28 Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:27,28)
·
“3
Porque ¿qué dice la
Escritura ? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por
justicia. / 4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino
como deuda; / 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío,
su fe le es contada por justicia.” (Romanos 4:3-5)
·
“Así
que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Romanos 10:17)
La Ley es muy
necesaria porque, aparte de mostrarnos la perfección de la conducta esperada
por Dios, la santidad, es como un espejo que nos muestra nuestro pecado. Por
tanto por medio de la Ley conocemos lo que es malo, el pecado.
5.
El hombre es justificado por fe sin las
obras de la ley.
“Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:28)
Dado que la fe
se obtiene sólo por la Palabra de Cristo, es que también nada más que la fe es
la que justifica al pecador y nada más que la fe es la que trae el Espíritu
Santo a su corazón, y sólo la fe podrá lograr el cumplimiento verdadero de la
Ley de Dios en su corazón. Dice Lutero que el convertido “obtiene
el espíritu por el merecimiento de Cristo, espíritu que hace al corazón alegre
y libre como lo exige la ley; de este modo las buenas obras provienen de la fe
misma.”
San Pablo
rechazó la Ley como medio de salvación: “21
Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios,
testificada por la ley y por los profetas; / 22 la justicia de Dios por medio
de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay
diferencia, / 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios” (Romanos 3:21-23)
La justificación
del pecador, o sea el que Dios lo vea como justo y lo transforme en una persona
justa, es una acción gratuita del Señor mediante Su muerte en la cruz, para con
el pecador que recibe la fe de Jesús: “24
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es
en Cristo Jesús, / 25 a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados, / 26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a
fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Romanos 3:24-26)
El Apóstol opuso
la fe a las “obras de la ley”: “27
¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las
obras? No, sino por la ley de la fe. / 28 Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la ley. / 29 ¿Es Dios solamente Dios de los
judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los
gentiles. / 30 Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la
circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.” (Romanos 3:27-30)
Lutero explica
que San Pablo al rechazar las obras de la Ley, da la impresión que quisiera
suprimir la Ley y reemplazarla por la fe; pero en verdad establece la Ley
mediante la fe, la cumple por medio del ejercicio de la fe en Cristo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En
ninguna manera, sino que confirmamos la ley.” (Romanos 3:31)
Más adelante el
apóstol Pablo escribe: “13 Porque no por
la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero
del mundo, sino por la justicia de la fe. / 14 Porque si los que son de la ley
son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. / 15 Pues la ley
produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.” (Romanos 4:13-15) La promesa que hizo
Dios para el padre de la fe, de que sería “padre de multitudes”, no le fue
hecha en el sistema legal sino por la
justicia de la fe.
Entre los
reformadores del siglo XVI destacan Martín Lutero y Juan Calvino, nacidos en
Alemania y Francia respectivamente. La diferencia de pensamiento entre estos
dos grandes es en el énfasis de la Ley y el Evangelio. Ambos creyeron en el uso
cívico, pedagógico y normativo de la ley, sin embargo Lutero habló en forma más
negativa de la Ley, que el teólogo francés. El primero hizo una clara división
entre Ley y Evangelio, visualizando la Ley como medio de miseria, condenación,
un ministerio de muerte del cual la humanidad necesitaba liberarse. Calvino
estuvo completamente de acuerdo con su colega en ello pero su actitud fue más
dispuesta a subrayar lo positivo de la Ley en la santificación del creyente. Si
la Ley es una expresión perfecta de la voluntad de Dios, entonces los
cristianos deberían regocijarse en la Ley del Señor.
En nuestros
días, el Dr. Juan Carlos Ortiz, uno de los fundadores del movimiento de
renovación discipular en el mundo, nos dice: “Descansemos de nuestras obras (para ganar el favor de Dios) y
comencemos a confiar solamente en la Obra de Jesús y su amor. Pongamos toda
nuestra atención adentro nuestro, en nuestras conciencias, donde la intención y
guía del Espíritu nos ayudará a encontrarnos con las ‘buenas obras que Él
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas’. Estas serán obras de
gracia porque proceden del Espíritu y serán recompensadas en los cielos. Estas
obras fluirán solas de adentro nuestro al presentarse la oportunidad. Vivamos
en el Espíritu y andemos en el Espíritu y el Espíritu nos señalará las obras
buenas que debemos hacer, no para salvarnos sino porque Dios nos salvó y nos
preparó de antemano para hacerlas voluntariamente y con gozo, obras de gracia,
que nos producirá gozo hacerlas y que agradarán a Dios.” Estas palabras
están en consonancia con lo que la Escritura dijo a los Hebreos y Efesios:
·
“3
Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por
tanto, juré en mi ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban
acabadas desde la fundación del mundo. / 4 Porque en cierto lugar dijo así del
séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día.” (Hebreos 4:3,4)
·
“8
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues
es don de Dios; / 9 no por obras, para que nadie se gloríe. / 10 Porque somos
hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:8-10)
El gran “descubrimiento” de
Lutero y los reformadores es que somos salvos por la fe y no por las obras.
Somos justificados ante el Padre por la Obra de Jesucristo en la cruz, sin que
tengamos que cumplir las obras de la Ley, pues ya Jesús las cumplió.
APLICACIÓN.
Seamos agradecidos con Dios que
proveyó un Cordero de sacrificio por nuestros pecados y nos ha dado el perdón y
la salvación eterna. Esto debe ser motivo de permanente gratitud. Demos también
gracias al Señor por haber inspirado a los reformadores con Su Palabra y
Espíritu, trayendo a la luz verdades tan excelentes como la salvación por fe en
Jesucristo; porque estos hombres se entregaron por completo, arriesgando sus
vidas, en la defensa del Evangelio.
Examinemos nuestras vidas y
corazones, viviendo la voluntad de Dios con verdadero gozo y no por obligación,
procurando siempre el agrado del Padre. Pidamos perdón al Señor si hemos sido
como los fariseos, no obrando de corazón, envanecidos porque cumplimos una ley.
Si hemos querido agradar a Dios
con nuestro propio esfuerzo haciendo “buenas obras”, arrepintámonos por tal
pretensión, ya que de corazones pecadores y rebeldes nada bueno puede salir y
Dios mira esas obras como trapos de inmundicia: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias
como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras
maldades nos llevaron como viento.” (Isaías
64:6) Entreguemos la vida a Jesucristo y permitamos que sea Él quien nos
limpie y haga caminar en buenas obras.
CONCLUSIÓN.
La Ley fue dada
por Jehová al pueblo hebreo, por medio de Moisés. Al estar escrita en la Biblia
se dio a conocer a toda la Humanidad. San Pablo y los reformadores del siglo
XVI la entendieron así: 1) La Ley de Dios no se satisface sólo con las obras,
sino con el corazón; 2) Nadie puede cumplir toda la Ley, puesto que llevamos
una raíz de pecado o rebelión contra Dios; 3) Los hacedores de la ley serán
justificados y Cristo la cumplió por nosotros; 4) Por medio de la ley es el
conocimiento del pecado, es como un espejo que nos muestra nuestra condición; y
5) El hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1)
¿Qué aspectos positivos y negativos
trajo la Reforma del siglo XVI?
2)
¿Cree usted que todos los cristianos
comprenden los principios de la Reforma?
3)
¿Qué papel tienen las obras en la
salvación y en la vida cristiana?
4)
¿Cuál es la correcta satisfacción de la
Ley de Dios?
5)
¿Por qué Dios entregó la Ley , si sabía
que el hombre no podía cumplirla?
6)
¿Prescinde Dios de la Ley para salvar al
hombre?
7)
¿Qué funciones tiene la Ley para el no
creyente y el creyente?
8)
¿Cuál era la situación de la Iglesia en
el siglo XVI?
9)
¿Qué reformas debiera hoy haber en la
Iglesia?
10) ¿Cuáles
son las obras que agradan a Dios?
BIBLIOLINKOGRAFÍA.
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https://enciclopediaonline.com/es/crisis-religiosa-en-europa-martin-lutero/
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